Bocas cerradas y orejas al descubierto
El fotomatón ha logrado por fin una victoria histórica, tomado el apelativo como sinónimo de foto poco favorecedora. Ése será el aspecto que tendrán en breve los viajeros holandeses. En nombre de la seguridad, a partir de finales de agosto estarán prohibidas las sonrisas, las gafas de lentes reflectantes y las orejas tapadas en los pasaportes. El nuevo sistema de control biométrico de los mismos, impuesto a sus socios por la Comisión Europea, sólo permitirá expresiones neutras. La cabeza podrá cubrirse por razones médicas y religiosas, pero dejando el lóbulo inferior de la oreja al descubierto. Para identificar al dueño las cosas serán también distintas. Los aduaneros explorarán el pasaporte con un escáner óptico que descifrará un código numérico secreto. El dispositivo leerá después el microprocesador incluido en el documento que guarda en su memoria la identidad del dueño.
Los aparatos que comparan datos biométricos en los aeropuertos pueden equivocarse una de cada cuatro veces
Además de convertir al aduanero en un experto en la electrónica de los rasgos, todo ello facilitará la comparación de imágenes del rostro. Si duda de los datos de una persona, el propio pasaporte servirá para producir una imagen digital que pueda compararse con otras similares. De ahí el ahorro gestual impuesto a la hora de la foto. Los aparatos que comparan este clase de instantáneas pueden equivocarse una de cada cuatro veces. Por eso se exige la boca cerrada y los ojos y la perilla de la oreja descubiertos, además de una postura y un fondo específicos.
La decisión comunitaria de proveerse de un pasaporte tan refinado comporta una paradoja política. Y también sociológica. La Comisión Europea ha decidido renovar los documentos -a los que añadirá huellas dactilares en 2009- teniendo muy en cuenta la petición de Estados Unidos de recibir viajeros seguros. La lucha contra el terrorismo y la seguridad han sido el argumento esencial de Washington, que en principio no exige visado a los viajeros de la UE. Pero las ventajas del chip para las imágenes electrónicas, y sobre todo las huellas, no figurarán en los pasaportes estadounidenses. La protección de la privacidad es un asunto muy delicado, y no parece que vaya a cuajar allí un documento que lleva una seña policial del ciudadano.
En Holanda, donde un antiguo ministro de Defensa se escaldó con las contratas del pasaporte en 1988, las dudas apuntan más bien al uso de los datos. El político caído fue Wim van Eekelen, que, en su calidad de secretario de Estado para Asuntos Exteriores, decidió adjudicar un año antes la impresión del pasaporte a una firma comercial. Cuando quedó claro que resultaba más fácil falsificarlo que los fabricados por empresas estatales, Van Eekelen perdió su cartera. Lo peor de aquel escándalo fueron las amenazas de la compañía en cuestión de imprimir pasaportes en blanco, y distribuirlos en el mercado negro de Ámsterdam, de perder el encargo. Ahora puede provocarse un conflicto con el almacenaje mismo de datos personales.
Los del pasaporte biométrico estarán en manos de los ayuntamientos holandeses y a disposición de la policía o los fiscales. Una nueva ley deberá regular dicho uso pero ¿qué ocurrirá si instancias similares acceden a esta información privada en otros países? Algunas agrupaciones cívicas han mostrado ya su preferencia por el pasaporte con una foto tradicional que, en su humildad, sí parecían servir para reconocer a las personas.
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