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Reportaje:

Un perro le lleva a prisión

Un vecino de Carabanchel está en la cárcel acusado de homicidio. La pista para detenerlo, que había matado un can meses antes

F. Javier Barroso

Andrés B. G., de 36 años, cometió dos fallos: primero, utilizar la misma carabina para matar a una persona y un perro; segundo, hacerlo justo al lado de donde vivía con sus padres. Ahora se halla en prisión provisional acusado de haber acabado con la vida del inmigrante rumano Leonard Florín Mirón, de 23 años, justo cuando habían transcurrido menos de cuatro horas del año 2006. Los agentes del Grupo V de Homicidios han efectuado una complicada investigación para esclarecer este crimen.

Los hechos ocurrieron a las 3.45 en el piso 5º A del número 8 de la plaza de la Rendición de Breda, en el barrio de Pan Bendito (Carabanchel). A esa hora, Leonard Florín está apoyado en la ventana para tomar aire y poder alejarse un poco de la ruidosa fiesta que han organizado 17 compatriotas para recibir el año nuevo. Sin darse cuenta, recibe un tiro que le roza el dedo meñique derecho. Acto seguido y sin percatarse de lo ocurrido, recibe un segundo disparo que le entra por el costado. El proyectil se aloja en la columna vertebral tras perforar un pulmón.

El supuesto asesino apuntó y disparó contra la única ventana del inmueble que tenía luz
El acusado declaró que le habían robado la carabina la mañana anterior al crimen

La víctima cae en medio del salón. La herida le hace perder gran cantidad de sangre y el afectado muere a los pocos minutos, pese a los intentos de reanimación por parte de los facultativos de una UVI móvil del Summa.

La autopsia determinó que el proyectil tenía una trayectoria ascendente. Debió de ser disparado desde un primer piso o desde la calle. El forense logró extraer la bala tras fracturar la columna. Eso permitió determinar que se trataba de un calibre 22 Magnum. Este calibre se caracteriza por una gran carga de pólvora y por tener un proyectil semiblindado (mayor poder de penetración). La segunda inspección ocular de la vivienda permitió recuperar otra bala, muy deformada, en el marco de la ventana.

Los agentes investigaron a los vecinos y a los participantes en la fiesta, pero no lograron sacar nada en claro. Tampoco pudieron recuperar las vainas en el lugar desde el que se supone, por parte de Policía Científica, que fueron efectuados los disparos. A eso se unía que la mayoría de los vecinos son personas de avanzada edad y se acostaron esa noche muy pronto.

Los tiros que mataron a Florín no fueron únicos esa noche en Pan Bendito. Otros tres disparos alcanzaron viviendas de las inmediaciones. Los estudios balísticos demostraron que no habían sido efectuados por las mismas armas: correspondían a calibres diferentes.

Los agentes preguntaron a los barrenderos y a los conductores de los autobuses cuyas líneas pasan por las proximidades. También comprobaron las llamadas recibidas en el teléfono de emergencias 112 y en la Policía Municipal. Todo dio resultado negativo. Los agentes pensaron que se encontraban frente a un caso parecido ocurrido en los primeros minutos del año 2003, cuando Francisco Peromingo Hoyo, de 39 años, se asomó a la terraza de su casa, en Puente de Vallecas, y recibió un tiro en la cabeza que lo mató en el acto. Este crimen sigue sin resolver.

Los agentes siguieron preguntando por el vecindario hasta que llegaron a la clave del caso. Los residentes en la zona no sabían precisar si fue en julio o en agosto, pero el pasado verano murió un perro de un tiro en la misma plaza de la Rendición de Breda. Se trataba del can del dueño de un bar cercano que lo dejó atado en un banco de este recinto.

Cuando volvió a por el animal, éste había muerto de un disparo. El dueño llamó a la Policía Municipal, que se hizo cargo del cuerpo. Fue trasladado a un veterinario que hizo un detallado estudio. Pasó el cuerpo por rayos X y le rapó la parte trasera de la cabeza. Descubrió que la bala le había entrado por la nuca y le había salido por la mandíbula, lo que le causó la muerte en el acto. El veterinario confirmó que la bala era de pequeño calibre y que no había sido disparada a corto espacio. El orificio de entrada no tenía quemaduras de pólvora.

Esto puso sobre la pista a los agentes del Grupo V. El perro estaba ladrando fuertemente. Se hallaba mirando hacia el bar, por lo que el disparo fue efectuado desde los números 7 y 8 de la plaza de la Rendición de Breda. Las pesquisas pegaban un nuevo giro. Los investigadores solicitaron un padrón de vecinos al Ayuntamiento. Después solicitaron a la Guardia Civil si había personas de esa relación con licencias de armas. Hubo suerte. Dos personas tenían permiso. A una de ellas le caducó en 1982 y no le constaban que poseyera armas. El segundo citado tenía licencia para escopetas de caza. Había comprado tres con diferentes calibres y de distintas marcas: 22LR, 2,43 y del 22 Magnum. Bingo.

Los agentes consiguieron un mandato del titular del juzgado número 48, que instruye el caso. Acudieron al domicilio el 28 de abril y pidieron al sospechoso que le entregara todas las armas, ante la sorpresa de la madre que no sabía que las tenía. El supuesto culpable, que está preparando unas oposiciones, se negó al principio, pero luego dio dos de las tres carabinas. Las tenía tapadas en la parte superior del armario. Ninguna era la que supuestamente utilizó para el crimen. Le faltaban los cerrojos y parte de las piezas. Se las había quitado su padre, después del crimen, como medida de precaución.

Los policías tuvieron que esperar la llegada del padre, que les dio una bolsa con las piezas que faltaban. Pero aún no aparecía el arma presuntamente utilizada en el crimen. Ante esta negativa, los agentes pidieron una orden de registro de la vivienda, pero no la recuperaron.

Ya en la sede de Homicidios, el detenido aseguró que le habían robado la carabina Alfa-hunter, con nueve cartuchos y tambor, la mañana anterior a que se produjo el crimen. Sin embargo, no lo denunció.

Los agentes lograron reconstruir los momentos previos al homicidio. El detenido y sus padres se fueron de cena a casa de unos familiares el día de Nochevieja. Regresaron sobre las tres de la madrugada al domicilio, pero no encontraron aparcamiento. Los tres se subieron a casa. En un momento dado, Andrés B. G. bajó de nuevo a la calle. Supuestamente, cogió la carabina y la cargó. Apuntó y disparó contra la única ventana del inmueble que tiene luz.

Uno de los proyectiles mató a Leonard Florín, un trabajador procedente de Jaén que pasaba la Nochevieja junto con unos compatriotas. De hecho, la víctima había sido invitada a través de un amigo.

El supuesto homicida subió de nuevo a la vivienda, como si no hubiera pasado nada. Los agentes no han recuperado el arma utilizada en el homicidio.

Las molestias del ruido

Las muertes de Leonard Florín y del perro en la plaza de la Rendición de Breda tienen un elemento en común: el ruido.

Cuando el supuesto homicida, Andrés B. G., de 36 años, volvió de celebrar la Nochevieja con sus familiares, se encontró con una vivienda, el 5º A del portal contiguo, en la que había una enorme fiesta. La música sonaba muy alta y, pese a ser invierno, se oía desde la calle. Las ventanas estaban abiertas, lo que permitía que la luz se viera perfectamente desde el exterior.

Igual ocurrió cuando murió el perro. El can estaba ladrando fuertemente, ya que reclamaba la presencia de su dueño. El supuesto agresor tuvo tiempo suficiente para montar la carabina, cargarla, ponerle la mira telescópica y disparar. Le bastó un único tiro que acabó con la vida del can.

Eso le diferencia con la muerte del rumano Leonard Florín. La primera vez falló, pero, como tenía nueve cartuchos, pudo disparar de nuevo.

La carabina tiene una particularidad con respecto a otras armas similares: al ser de un calibre pequeño, puede cargar varios proyectiles. La policía no halló vainas porque, al igual que los revólveres, cuenta con un tambor. Las vainas o cartuchos quedan en este depósito hasta que éstos son retirados por el tirador.

Además del delito de homicidio, los agentes de Policía Judicial le han imputado otro de daños por la muerte del perro. El acusado se encuentra en prisión preventiva sin fianza.

Dos miras telescópicas

Andrés B. G. es un apasionado de las armas. Lo pone de manifiesto el hecho de que ocultara en su habitación un rifle y dos carabinas de distintos calibres. De hecho, sus padres no sabían, siquiera el día del homicidio, que tenía en casa tal arsenal.

La respuesta que dio el detenido a los investigadores durante los interrogatorios es que le gustaba practicar el tiro y hacer puntería. "Quiero estar preparado para cuando vaya a hacer un safari a África", llegó a contestar a los investigadores. Pero no solía acudir a lugares adecuados, como el campo de tiro de Cantoblanco.

El supuesto culpable se fabricaba dianas de papel y se iba al cerro de los Ángeles, en Getafe, a pegar tiros en medio del campo, pese a ser un lugar muy frecuentado por familias. Para hacerlo tenía que montar una complicada operación para no ser descubierto por sus padres. Se despertaba de madrugada y cogía las carabinas del armario. Las bajaba a su Ford Fusión. Después se volvía a meter en la cama hasta la mañana siguiente. Cuando despertaba, se marchaba en el coche sin dar explicaciones a sus padres. Para dejarlas de nuevo en su sitio hacía una operación similar.

Los policías decomisaron también dos miras telescópicas, que pueden ser más caras en el mercado que las propias armas sobre las que las montaba. Fuentes de balística aseguran que la precisión que permitían estos aparatos de fabricación japonesa es total, prácticamente de profesional.

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Sobre la firma

F. Javier Barroso
Es redactor de la sección de Madrid de EL PAÍS, a la que llegó en 1994. También ha colaborado en la SER y en Onda Madrid. Ha sido tertuliano en TVE, Telemadrid y Cuatro, entre otros medios. Licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid, está especializado en Sucesos y Tribunales. Además, es abogado y criminólogo.

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