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Se cierra el círculo

El entrenador de Gatlin destapó el mayor escándalo de dopaje de la historia estadounidense

Todo empezó con un corazón roto y una jeringuilla. La jeringuilla iba en un sobre, tenía restos de una sustancia desconocida, indetectable en consecuencia, y había llegado en un sobre al laboratorio de la agencia antidopaje estadounidense (USADA). Dentro había una bomba. Un anabolizante. Dentro iba el THG, la sustancia dopante de la que abusaban los más afamados velocistas estadounidenses, el producto de laboratorio que había fabricado a los campeones más veloces. Quedaba por descubrir el corazón roto. El corazón que mandaba sobre la mano anónima que había puesto la jeringuilla en el sobre, que había escrito la dirección en su anverso, que había puesto los sellos sobre la tapa: Trevor Graham, entrenador jamaicano, el técnico de la velocidad inteligente, actual entrenador de Justin Gatlin, estaba despechado. Marion Jones y Tim Montgomery, la pareja más veloz del planeta, garantía de fama y dinero, le habían abandonado. Y él, corazón roto, se había vengado.

El sobre llegó a la USADA en 2003 y se desataron todas las alarmas. La agencia estadounidense descubrió que había un laboratorio, el laboratorio Balco, que había creado una red de distribución de sustancias ilegales entre la élite de los atletas estadounidenses. Que Victor Conte, el presidente de la compañía, había diseñado el THG y otro esteroide, que también pretendía ser indetectable, la crema, una mezcla de testosterona y epitestosterona, que actuaba como agente enmascarador. Que Conte decía que los usaban todos los velocistas. Que él, arrogante, confesaba haber tendido sus redes fuera del mundo de las pistas: más del 50% de los jugadores de béisbol usaba esteroides y alrededor del 80% tomaba algún tipo de estimulante antes de cada partido, según su versión. Y empezaron a caer los atletas. Los ganadores de medallas. Los héroes.

Dwain Chambers, Regina Jacobs, Kelli White, Alvin Harrison, Calvin Harrison, Kevin Coth, Melissa Price y John McEwen dieron positivo por THG, la sustancia que suponían invisible, la sustancia que había sido desenmascarada, o confesaron su uso. Contra Tim Montgomery -plusmarquista mundial de los 100 metros con 9,78s- y Kristi Gaines también había confesiones. Todos ellos cayeron bajo el peso de decenas de e-mails en los que pedían consejo a Conte o bajo la losa de las confesiones de la propia White, campeona mundial de los 100 y los 200, dispuesta a reducir su pena a cambio de delatar a sus compañeros.

Quedaba una acusada, Marion Jones. Nunca ha dado positivo por THG. Nunca se ha recuperado de las acusaciones de Graham, de Conte, del caso Balco. Hoy es una apestada, una mujer que lucha por recuperar su lugar como reina de los 100 entre el desprecio de los patrocinadores y las suspicacias del público. Graham, a su manera, también se vengó de ella. Puede que se le fuera la mano: Gatlin, su pupilo, anunció ayer su positivo por testosterona. Casi cuatro años después, ya sin jeringuillas ni corazones rotos, se ha cerrado el círculo del Caso Balco.

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