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OTRA MIRADA | Alemania 2006
Columna
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La doble representación

El mayor triunfo del Mundial ha residido en su máxima confusión. Por primera vez de manera rotunda los equipos se han compuesto de jugadores que si se partían el pecho por la camiseta nacional también les era posible dividirse en dos. Los bandos de una nación y otra se marcaban durante el tiempo del encuentro pero enseguida, tras el final, se reunían y abrazaban como amigos de club.

El Mundial de fútbol sigue apareciendo como una contienda entre naciones pero, en el fondo, cada vez menos y cada vez más como un sofisticado ejercicio de ficción. Las emociones patrióticas han explotado ante las grandes pantallas públicas pero de manera que esa emoción fuera, al cabo, un fuerte entretenimiento sentimental y no una incurable afección.

Lo característico de la actualidad global es la descaracterización de las diferencias. Pero también, el uso de lo diferente como motivo de moda, de complemento, de excitación. La distinción nos separaba pero ahora nos enrolla.

Este Mundial, liza tras liza, ha supuesto una descalificación del nacionalismo feroz y la insinuación de un amor a lo local que no deniega al otro y abre, simultáneamente, la oportunidad de degustarlo. Lo raro en la gastronomía, en el vestir, en el hablar, nos repelía mientras ahora reaparece como un valor raro y exquisito. De la misma manera, el sistema de juego de otro equipo, las virtudes de una defensa o una posición en el centro del campo, se contemplan como dispositivos que también nosotros podemos asumir. Tal como ocurre en la red con los sistemas abiertos y los wikis, el conocimiento tiende a expandirse para ser compartido, combinado, inclinado a traducirse en un patrimonio común.

La idea de que aquello que hacen los alemanes no pueden repetirlo los españoles se desploma ante la evidencia de que los conjuntos no son puramente alemanes ni tampoco nuestro equipo es netamente español. El trenzado reproduce en el planeta la metáfora de la red y en el fútbol genera la plantilla heterogénea, multinacional, multirracial, políglota.

Ni el entrenador de la selección nacional es nacional desde hace años ni ahora y para siempre los equipos con el nombre de un país darán a entender que actúan como legiones simbólicas de procedencia fija. Por fin el Mundial ha resultado ser un Mundial total. Una reunión donde los participantes fueron eligiendo ser más actores que soldados, más profesionales que feligreses. Esta disposición no ha calado todavía en la profundidad de las aficiones pero ¿cómo comparar, en medio de la rabia, los dolores de la afición española antes y ahora? Todos lloran en la derrota pero formando parte también de la representación. No de la representación geopolítica sino del happening dramático que constituye cada vez más el fútbol. El drama que mejor parodia la ventura y su reverso vital, las glorias y los fracasos, la compleja unión del arte, la suerte, la fuerza y el juego.

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