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Necrológica:
Perfil
Texto con interpretación sobre una persona, que incluye declaraciones

Lorraine hunt-lieberson, cantante de ópera

Su repertorio abarcaba del barroco a la música contemporánea

Lorraine Hunt-Lieberson lo tenía todo para, tal y como lo hizo, triunfar en la ópera. Voz, por supuesto, pero también una espléndida presencia -con un rostro al que la madurez había dotado de una calma tierna y enérgica al mismo tiempo- que la hacía siempre creíble como actriz. Y, además, una inquietud muy especial a la hora de ampliar su propio repertorio, unos deseos de crecer que la llevaron a implicarse desde el principio en proyectos que rompían las convenciones del género a través de puestas en escena diferentes -por eso fue Doña Elvira en el Don Giovanni de Peter Sellars, con quien abordó también la representación escénica de algunas cantatas de Bach- o que propusieran desde lo musical nuevos caminos de renovación -El niño, de John Adams, de nuevo dirigida por Sellars, o El gran Gatsby, de John Harbison, que había escrito la parte para el papel de Myrtle pensando en ella-.

Un aspecto fundamental de su carrera fue la dedicación a la música del barroco y, sobre todo, a la de Georg Friedrich Händel, de quien era intérprete excepcional, imprescindible en los grandes repartos y del que nos dejó una Ariodante conmovedora bajo la dirección de Nicholas McGegan. Como su Minerva y su Fortuna en Il ritorno d'Ulisse in patria, de Monteverdi, con René Jacobs; su Dido en Dido y Eneas, de Purcell, también con McGegan, o su Fedra en Hypollyte et Aricie, de Rameau, con William Christie. Siguió, igualmente, siendo una gran mozartiana, como lo demostró su Idamante en el Idomeneo de Mozart dirigido por Charles Mackerras. Pero su versatilidad y sus deseos por experimentarlo todo le llevaban a recorrer el repertorio con más Händel -Xerxes, Julio César, o Theodora, ésta en inolvidables sesiones en el Festival de Glyndebourne-, Dido en Los troyanos de Berlioz, Mélisande en Pelléas et Mélisande de Debussy, Fedra en la cantata del mismo título de Britten o Jocasta en el Edipo Rey de Stravinski. Su primer papel operístico fue Hänsel en Hänsel y Gretel de Humperdink para los presos de San Quintín.

Lorraine Hunt-Lieberson empezó su carrera como intérprete de viola -llegó a ser solista en la Berkeley Free Orchestra cuando la dirigía el hoy cotizadísimo Kent Nagano- y le gustaba bromear al respecto diciendo que, en el fondo, es lo que seguía siendo -no en vano parecía no haber superado el episodio en el que, al llegar a su casa tras un fin de semana de vacaciones por el Día de Acción de Gracias, se encontró con que se la habían robado. Hallaba un cierto parecido entre su voz -que decía había heredado de su madre, una cantante aficionada en San Francisco- y el sonido del instrumento, ambos manteniéndose siempre en equilibrio entre la brillantez y la hondura, de densidad media en su color claroscuro, pero con unas posibilidades expresivas capaces de elevarse por sobre la aparente modestia de sus respectivos papeles. Una modestia que era, igualmente, uno de los rasgos de su carácter, del que ella misma afirmaba que necesitaba, de vez en cuando, ser atemperado por la tranquilidad. Quizá en eso le ayudara también el hecho de que su marido fuera budista.

Después de una vida amorosa algo tormentosa, su encuentro con el compositor Peter Lieberson -hijo de Goddard Lieberson, responsable máximo de Columbia Records, y Vera Zorina, una actriz que había estado casada con el coreógrafo y director de ballet George Balanchine- le aportó el equilibrio que siempre había estado buscando. Su marido le daría el papel de Triraksha en su primera ópera, Ashoka's dream. El crítico Charles Michener citaba hace un par de años en The New Yorker una frase de Denise Massé, quien le ayudaría a preparar el papel de Mélisande en la Opera de Boston, que refleja muy bien el espíritu de la cantante: "Lorraine es como María Callas en su determinación por extraer lo más profundo del carácter de sus personajes, por encontrar hasta la última veta de la madera".

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