Un momento para la gloria
Una prórroga antológica canoniza a Italia después de neutralizar a la desbravada Alemania
"Me han recomendado que vea el partido, pero me voy a dormir. Muy buenas noches a todos". Al parecer, el Papa no vio la victoria de Italia sobre Alemania en la semifinal de Dortmund. La fatiga que provocan las obligaciones eclesiásticas por encima de su lugar de residencia y de su origen, invitaron a Benedicto XVI a pasar por alto de manera diplomática un encuentro que reunió las esencias del juego que demanda cualquier buen aficionado al fútbol.
No hay país en el mundo en que el caos funcione mejor como motor de emociones que Italia y se cuentan pocas selecciones más organizadas y orgullosas que Alemania. Así se entenderían las dudas del Papa, que optó por tomar el camino de en medio para no herir sensibilidades en uno y otro bando. Ganó Italia porque en condiciones extremas su mejor rival es precisamente la Mannschafft.
Buffon y Cannavaro han estado estupendos. La diferencia la han marcado Pirlo y Lippi
Justamente cuando el ecosistema del fútbol está seriamente amenazado por la sospechosa actuación del Juventus en el calcio -junto a Milan, Lazio y Fiorentina- la azzurra ha alcanzado la final en campo del peor de sus enemigos. Los italianos necesitan que les acosen, y sentir el despecho de los contrarios para reivindicarse como el mejor. Nunca había perdido Alemania en Dortmund, motivo de sobra para que Italia acabara con la virginidad local.
Italia fue fiel a su historia agonística, la misma que irrita a sus adversarios, por su facilidad para manejarse en las situaciones de riesgo y también por su capacidad para revertirlas a su favor. Italia ha construido sus leyendas futbolísticas desde la desgracia y confusión propia y la clarividencia ajena.
Los alemanes menospreciaron a los italianos hasta el punto que el semanario Der Spiegel calificó su juego de "parásito", un adjetivo que corrigió después cuando le amenazaron con unos cuantos pleitos. Hasta que unos y otros no se cruzaron, el Mundial bendijo a Alemania y penalizó a Italia. Klinsmann merecía elogios por armar un equipo vigoroso que desafiaba al poder bávaro del Bayern Múnich mientras Lippi cumplimentaba partidos en la línea de Trapattoni, Maldini o Zoff.
Aunque la presentación ante Ghana provocó elogios incluso estridentes, Italia sobrevivió en el Mundial con actuaciones perversas que alimentaron la munición de sus detractores. Las peripecias italianas contrastaban con la fiabilidad alemana. El equipo de Klinsmann sólo pasó un momento de apuro en cuartos contra Argentina, de manera que aguardó a Italia en las semifinales tan cansada como animada. Alemania se desvencijó ante una Italia muy experimentada en el manejo del partido y soberbia en la resolución de la prórroga. No hubo acuerdo. Los alemanes jugaron para alcanzar los penaltis y los italianos para evitarlos, y en la pugna la bestia se tornó bella. Italia jugó como una campeona.
Lippi se mantiene fiel a la tradición azzurra de encomendarse a una buena defensa. Buffon y Cannavaro han funcionado de manera estupenda como el mejor guardameta y central del campeonato. El seleccionador también ha contado con un trecuartista como Totti. Y ya se sabe que delanteros los tiene de todos los colores. La diferencia la han marcado sobre todo Pirlo y el propio Lippi.
Pirlo estuvo soberbio a la hora de manejar del choque, en la línea de los mejores medio centro del fútbol, y Lippi se la jugó cuando dispuso de hasta tres delanteros (Iaquinta, Gilardino, Del Piero) para resolver la semifinal en la prórroga. Ahí estuvo la grandeza de Italia. Supo ser fiel a su historia más conservadora durante el partido para destaparse en el tiempo añadido cuando advirtió de que no tiene a quien temer de entre las selecciones más atrevidas. La prórroga en Dortmund ha sido uno de los mejores momentos del torneo y por tanto vale por muchas horas de fútbol por la sorpresa que supuso por su protagonista y por las circunstancias.
A falta de nuevas propuestas, el modelo italiano es una garantía porque evoluciona a partir de la certeza de que los partidos se ganan en las áreas. A día de hoy, el lesionado Nesta es el Baresi del Mundial 94, que disputó el primero y el último partido y la trayectoria del equipo recuerda especialmente a la de España 82. Italia, al fin y al cabo, disputa la final cada doce años: 1982, 1994 y 2006. Invicta desde hace 23 partidos, sólo ha concedido un tanto en Alemania, y además en propia puerta, e interpreta los partidos como ningún otro equipo. Abatido el anfitrión, frente al que cayó en los mundiales de Asia y Francia, los azzurri buscan un último regate en Berlín para levantar la Copa y obligar de alguna manera a que el Papa la reciba en audiencia porque, parado como está el fútbol, nadie juega mejor que los chicos de Lippi.
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