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Reportaje:MEMORIA

El hombre que dio el pincel a Antonio López

El artista manchego recuerda cómo su tío, un olvidado pintor realista, fue su maestro y mentor

A los 12 años, la familia de Antonio esperaba que éste terminara sus estudios de contabilidad para trabajar en alguna tienda del pueblo. Pero hacía tiempo que el muchacho ya dibujaba y pintaba. Y que seguía como un perrillo a su tío Antonio, el mayor de los hermanos de su padre, quien a diario salía al campo manchego cargado con el caballete y sus pinturas.

El lunes, Antonio López (Tomelloso, 1936), al recibir el Premio Velázquez de Artes Plásticas por toda su obra en la sala Velázquez del Museo del Prado, dedicó un emocionante discurso a la persona que seguía por el pueblo y que colocó en sus manos, por primera vez, uno de esos pinceles: su tío Antonio López Torres (Tomelloso, 1902-1987), su mentor y maestro.

El pintor describe a su tío como un "soltero bajito, nervioso, muy sensible y aprensivo que a su pesar llamaba la atención"

Ante Las meninas, el pintor laureado recordó cómo su tío le animó, apoyó y corrigió cuando era necesario. Pero ¿quién fue Antonio López Torres? ¿Qué lugar ocupa en la historia del arte?, ¿Se le ha reconocido suficientemente?

Los manuales especializados hablan de él como uno de los pintores menos representativos de la estética oficial del siglo XX. Se le define como un gran maestro del realismo cotidiano y se describe su no muy abundante producción pictórica como un ejemplo de pureza y lirismo.

El catedrático Antonio Bonet Correa, uno de los pocos que se adentró en el estudio de su obra, lo define como el gran precursor del nuevo realismo español. Escribe que la mayor dificultad para hacer una valoración histórica de su obra se debe a que fue un artista solitario que, desde La Mancha, se movió fuera de las constelaciones estéticas de la España de entonces. Capeando como podía la pobreza creativa del franquismo y posfranquismo, no participó de ninguna de las corrientes que se producían en el extranjero, especialmente desde París y Nueva York.

Su forma de ser tampoco le debía de facilitar sus relaciones con el exterior. Su sobrino le describe como el clásico "tío soltero bajito, nervioso, muy sensible y aprensivo que a su pesar llamaba la atención en todas partes". Bonet Correa añade que tenía un carácter que le hacía pasar sin transición de la alegría al más negro pesimismo.

Hacía retratos por encargo y vendía bien los paisajes manchegos. Pero se sostenía económicamente a base de clases de pintura en diferentes institutos de enseñanza media no muy lejanos de su querido Tomelloso.

De familia de campesinos bien instalados, vivió siempre en la casona familiar. Compartió su vida con una hermana. En los años veinte había estudiado en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando. Ya entonces trabajaba con los temas con los que seguiría toda su vida: bodegones muy elementales. Su primera obra conocida la realiza a los 16 años. La titula El corral y se ve a unas gallinas picoteando junto al brocal de un pozo. Junto a los animales, hay dos niños. Uno está de pie y el otro sentado leyendo. Todo ello envuelto por una luz clara y transparente que destaca las sombras del conjunto. Sus temas futuros y la trasposición de la naturaleza tienen ya una presencia definitiva. En 1924, el alcalde de Tomelloso organiza una exposición de pintura de carácter nacional y López Torres consigue incluir varias obras.

Fama como retratista

Durante sus estudios en Madrid vive la dictadura de Primo de Rivera, la caída de la Monarquía y la proclamación de la II República. A la vez hace el servicio militar en Valencia y consigue fama como retratista.

Fuera se vive el auge de las vanguardias y dentro mandan los artistas de la Generación del 27. Pero nada de todo ello hace que Antonio López Torres abandone el realismo y su objetividad creativa. En sus temas vuelve una y otra vez al mundo del campo. Los niños y los borricos en medio de la siembra protagonizan muchas de sus obras.

En 1935, hace su primera exposición individual en el Círculo de Bellas Artes. Vuelve a Tomelloso reconfortado por los reconocimientos, pero al estallar la Guerra Civil, la familia sufre la incautación de la finca y el artista no puede salir al campo a pintar libremente.

Pasada la guerra, se instala becado durante un año en Mallorca, donde también pinta el paisaje balear, sobre todo los almendros en flor.

De la mano de la enseñanza recorre varios institutos y sigue pintando. En una de sus permanentes vueltas a Tomelloso le visita Benjamín Palencia, con quien sale a pintar por las siembras.

Sus últimos años como profesor los pasa en Madrid. Disfruta del Prado y dibuja la calle de Alcalá, el Retiro, la Puerta del Sol y todos los lugares que llaman su atención cada día. En todo este tiempo no participa en demasiadas exposiciones.Y cuando su obra se expone, la crítica le presta una atención mínima. La figuración no interesa, se considera obsoleta. Hasta 1973 no le llega el reconocimiento. A comienzos de ese año, el Museo de Arte Contemporáneo le dedica una antológica que le rescata del olvido y la indiferencia. En el catálogo editado a propósito de la exposición, el historiador Joaquín de la Puente le consagra como un indiscutible del movimiento realista y ensalza "la fructífera fidelidad de toda una vida dedicada al arte de la pintura".

El pintor Antonio López, con su tío Antonio López Torres en Tomelloso en 1973.
El pintor Antonio López, con su tío Antonio López Torres en Tomelloso en 1973.STEFAN MOSES

Un luchador solitario

ANTONIO LÓPEZ TORRES dedicó toda su vida al estudio del arte en institutos mesetarios. Pero quien mejor supo asimilar y perpetuar sus enseñanzas fue su sobrino Antonio López García. Al igual que su tío, Antonio López ha sido un luchador solitario. Pero mientras que del primero muchos despreciaron su obra realista por obsoleta o ahistórica, el segundo pronto consiguió la admiración y el reconocimiento nacional e internacional. Sus paisajes urbanos despoblados, sus muebles de interior solitarios y vacíos, sus retratos cargados de angustia están en museos y ocupan lugares preferentes en colecciones privadas. Perfeccionista hasta la exasperación, Antonio tiene una producción lentísima. Pinta del natural y siempre con la misma luz. Durante años se le ha visto a la misma hora del día cargando su caballete en diferentes puntos de Madrid. Cualquier contratiempo atmosférico interfiere su trabajo. Los que tienen la suerte de poseer obra suya saben también que periódicamente, el pintor pide el favor de que le dejen retocar la obra. En su casa de Madrid hay un sótano que hace las veces de almacén en el que se amontonan paisajes y retratos que no ha podido rematar porque desaparecieron unos árboles que estaban al inicio del trabajo o porque le levantaron una construcción donde antes se veía el campo. Es una lucha angustiosa con la luz que reflejó de manera magistral el cineasta Víctor Erice en El sol del membrillo.

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