El ingeniero Tranquillo
Barnetta, de ascendiente italiano, lidera la primera generación de suizos que ha ganado algún título, el Europeo sub 17 de 2002
Tranquillo Barnetta gasta una cazadora vaquera casi oxidada. Renuncia cada verano a las vacaciones por los exámenes de septiembre de ingeniería textil. Vive en un piso en el centro de Colonia que alquiló a unos chicos a través de Internet. Carga con una bolsa de ropa sucia hasta la lavandería y prepara cada día la comida. Parece normal. Pero no es un chico normal. Además, Barnetta, de 21 años, es el líder junto a Phillipe Senderos de la única generación de futbolistas suizos que ha ganado algún título, el campeonato de Europa sub 17 de 2002. Y advierte: "Podemos llegar a la final de la Copa del Mundo".
Barnetta, producto de la rigidez de un internado de curas en las montañas, "es una mezcla de la fortaleza y disciplina alemanas con la fantasía brasileña" según su mentor, Ilja Kaenzig. Nada menos. Kaenzig le tuvo a sus órdenes en el Hannover, el club puente en el que se formó antes de triunfar en el Bayer Leverkusen.
"Mezcla la disciplina alemana con la fantasía brasileña", según su mentor, Ilja Kaenzig
Mediapunta zurdo con un excelente regate, fortaleza física y mental, visión de juego y capacidad de ver el hueco para el último pase, puede jugar de volante por la izquierda y por la derecha. Encima, tiene gol. Lo tiene todo. Además de "ser un crack, su nombre mola", apostilla un fan desde uno de los foros de discusión del Mundial.
Autor del gol que segó las esperanzas de Togo, Barnetta ha ido ganando espacio en la selección de su país. "Debe ir despacio", dice el delantero Frei. Pero ya no se puede desacelerar su protagonismo. Con sólo 19 años ya fue convocado para la Eurocopa de Portugal en 2004. Pero apenas jugó. La carrera de Quillo siempre ha sido rápida, pero gradual.
Empezó a jugar a los cuatros años en el Rotmonten. Un equipo del pequeño pueblo al que sus tatarabuelos, italianos, llegaron tras la Primera Guerra Mundial. Pero su ascendente italiano, al margen del nombre, no le ha dejado ninguna huella. "Me he educado en la cultura suiza y prefiero hablar en alemán", asegura. Jugaba con chicos mayores en una pradera que en la pequeña villa era conocida con el irónico nombre de San Siro. A los 11 años era lateral izquierdo. Un despropósito que subsanó el Saint Gallen haciéndole su primer contrato profesional con sólo 16 años.
"Nuestro hijo no va por la vida de estrella y por eso aprende deprisa", dice su padre, un administrativo que ha cambiado la oficina por llevar los asuntos de su criatura. Cada noche, los Barnetta se conectan al Skipe, un sistema telefónico a través de la red y hablan de "sponsors y contratos". También de "asuntos personales".
Barnetta trabajó de aprendiz en una de las pocas industrias tradicionales del textil que quedan en el valle de Saint Gallen. Allí aprendió disciplina. Una cualidad que le vino muy bien cuando el año pasado se rompió los ligamentos. "Hacía los ejercicios de rehabilitación en el salón de casa mientras veía la televisión". Nada de clínicas sofisticadas. "Sufrimiento", comenta el jugador, que dice que la dolencia le ha vuelto "más fuerte".
"No sé por qué no se va a poder trasladar el éxito de las categorías inferiores a la selección mayor", se pregunta el jugador, que argumenta, "cuando ganamos el europeo nadie apostaba por nosotros tampoco". Suiza se juega hoy su pase a la siguiente ronda y su puesto. Si queda segunda, se medirá a España en octavos de final.
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