La selección liberada
El fútbol español ha obtenido sus mejores resultados con un estilo de juego que ha resultado sospechoso en la selección. Los éxitos de los clubes no se homologaban en el equipo nacional por razones desconocidas. Resultaba difícil interpretar la desconfianza hacia una propuesta que arranca con el Madrid de la Quinta -Jankovic o Schuster, Michel y Martín Vázquez en el medio del campo- y despega definitivamente con el el revolucionario Barça que inventó Cruyff. Aquel equipo fue contracultural porque dinamitó todos los clichés del fútbol español, instalado en mitos reaccionarios como el de la furia, el mito hueco que tan bien ha sido aprovechado por los sectores más casposos del fútbol. Sin ideología, o sea con ruido y furia, la selección ha sido víctima de un debate falso. Mientras los equipos españoles aceptaban con agrado la influencia del Barcelona de Cruyff, al menos en lo relacionado con la preponderancia de un cierto tipo de jugadores, en la selección se dirimía un combate resumido con desdén por Clemente: con el tiqui tiqui no se va a ninguna parte. El síntoma era Clemente, pero la desconfianza ha sido general antes y después de su periodo como seleccionador. Lo más impactante del primer partido de España fue la alineación. La selección rompió con su pasado. Que el encargado de hacerlo fuera Luis Aragonés tiene más mérito. Hombre de la vieja guardia, se decidió por un equipo mucho más novedoso de lo que parece.
Jugaron centrocampistas creativos, no vagos, otro cliché apañado por los trompetistas de la furia
Nunca en los últimos 40 años, España había entrado en un Mundial o en una Eurocopa con un equipo sin peajes defensivos en el medio campo. Camacho eligió a Baraja en el Mundial 2002 y Clemente a Nadal -frente a Nigeria en 1998- y a Hierro -contra Corea del Sur en 1994-. Antes de ellos, en la época pre Cruyff, o sea, siempre, ese tipo de apuesta tenía el sentido de un fútbol dominado por los sectores más conservadores y sus corifeos. Después de dos años de incertidumbres, Luis Aragonés se decidió a acabar con todos los viejos prejuicios y alineó un equipo dominado por centrocampistas esencialmente creativos, pero no vagos, que es otro cliché apañado por los trompetistas de la furia. Si el fútbol español se distingue por algo es por sus centrocampistas. Por ahí se adivina el legado de Cruyff y sus seguidores. Hay una colección de pasadores que no admite comparación. Los habrá más atléticos, más rápidos, más defensivos, pero no hay equipo en este Mundial que disponga de jugadores como Xavi -su triunfal regreso ante Ucrania le acredita como un futbolista impagable-, Xabi Alonso, Iniesta, Cesc y hasta Senna, que funciona perfectamente entre jugadores que elaboran tanto. Juegan así porque han sido educados en una propuesta futbolística singular: la que se pregona en el Barça desde hace 17 años, desde el día que llegó Cruyff. Juegan así porque son inteligentes, porque confían en la asociación como primera gran idea, porque mastican el juego pero no son intrascendentes y porque cualquiera de ellos te sorprende con un pase de gol. Y además saben defenderse: lo hacen a través de la cuidadosa posesión de la pelota.
Por primera vez, España se sintió cómoda en su papel. Fue un equipo claramente identificado con una manera muy concreta de funcionar. Sin complejos, con inteligencia y decisión, con una autoridad incontestable desde el comienzo del encuentro. Sin furia, que es una embestida obtusa. Nada garantiza a este equipo un largo y triunfal recorrido por la Copa del Mundo, pero sí se ha ganado el derecho al respeto. España jugó mejor que nunca con una alineación que tiene un punto revolucionario. Con sólo cuatro titulares del equipo que fracasó ante Portugal en la Eurocopa -Casillas, Puyol, Alonso y Torres-, el seleccionador ha atendido al deseo general de renovación. Con un sistema que privilegia el papel de sus singulares centrocampistas, Luis ha invertido en el mayor capital del fútbol español, en detrimento de unos extremos que nunca han marcado las diferencias en las grandes ocasiones y han producido graves desequilibrios tácticos. Con un equipo de magníficos pasadores se ha observado las posibilidades que ofrece Fernando Torres. Todo esto comenzó a intuirse en el partido de repesca con Eslovaquia, después del intranquilo recorrido clasificatorio de la selección. Lo difícil era consagrar el cambio en el primer partido del Mundial, donde el peso de la historia -el peso del temor, el peso de la furia, el peso de los complejos- ha atacado a todos y cada uno de los seleccionadores. De un plumazo, la selección se liberó ayer de sus viejas cadenas.
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