Un estanque simula el efecto de contaminantes en lagunas mediterráneas
Cuánto tarda un ecosistema en recuperarse tras un accidente ecológico? ¿Qué efectos tiene a largo plazo la liberación constante de sustancias con actividad biológica, como los medicamentos o los plaguicidas? Las respuestas a estas preguntas no pueden obtenerse en un laboratorio: exigen estudiar numerosas especies y sus interacciones, un grado de complejidad excesivo para un experimento entre probetas. Pero, por otra parte, tampoco es posible recurrir al mundo real, donde los factores desconocidos son demasiados y las condiciones de los experimentos no son controlables. Lo que hace falta es complejidad... pero manejable. Es justo eso lo que proporcionan los mesocosmos, ecosistemas artificiales creados a imagen y semejanza de los naturales, que incluyen miles de especies: un paso intermedio entre el mundo real y el laboratorio.
Con uno de estos mesocosmos, el único en el mundo que reproduce una laguna mediterránea, trabajan investigadores del Instituto Nacional de Investigación y Tecnología Agraria y Alimentaria (INIA), en Madrid, desde hace un año. Uno de sus primeros objetivos es analizar los efectos de la liberación al medio de contaminantes emergentes, como los medicamentos. Mesocosmos significa literalmente mundo medio en latín, y eso es lo que buscan los investigadores, un ambiente con un grado medio de complejidad. En Europa se recurre a ellos desde hace varias décadas, y hay una quincena que reproduce distintos ecosistemas.
El mesocosmos del INIA, con sus algas, carrizos, insectos y ranas que no paran de croar podría pasar por una agradable charca para adornar un jardín, de unos 40 metros de largo por 10 de ancho. La instalación se inauguró en octubre de 2003, tras un trabajo necesariamente lento. "Recogimos muestras de sedimentos y agua de muchas lagunas de la península Ibérica y luego dejamos que se aclimataran ellos solos durante meses", explica José Vicente Tarazona, director del departamento de Medio Ambiente del INIA y del laboratorio de Ecotoxicología. Éste es, con casi 50 personas, uno de los más grandes de este organismo.
El resultado es una laguna artificial representativa, según Tarazona, del ecosistema de una charca mediterránea, lo que comprende también el sur de Francia, Italia y Grecia. La laguna es hoy el hogar de miles de especies. La mayoría de ellas venían en los sedimentos y el agua, y simplemente han ido colonizando el lugar: son los seres unicelulares como los hongos, protozoos y bacterias; los microinvertebrados o las algas. Las plantas vasculares, los anfibios y los macroinvertebrados -crustáceos, insectos- han sido aportados después o han colonizado la laguna de forma natural. Y aunque aún no hay peces, en el mesocosmos sí están representados todos los elementos esenciales de una cadena trófica acuática, incluyendo productores primarios (fotosintetizadores: algas, plantas); consumidores primarios y secundarios; consumidores de detritos, y organismos mineralizadores. "Es un ecosistema muy complejo", explica Tarazona.
Sólo unas tuberías que conectan el agua con un cobertizo adyacente contrastan con el ambiente bucólico de la laguna artificial. "Sirven para llevar el agua, por bombeo, a 18 tanques experimentales, que es donde hacemos los experimentos", explica Tarazona.
Así, en la laguna en sí no entra nunca un contaminante. Para investigar el efecto de una sustancia sobre el medio los investigadores extraen agua de la charca, la bombean a los 18 tanques experimentales y, tras un periodo de aclimatación del ecosistema, se introduce la sustancia a estudiar; pasado un tiempo se evaluará el estado del ecosistema en cada tanque, en los que se habrá jugado con distintas concentraciones de contaminantes, distintas maneras de liberarlo e incluso con distintos tipos de fondo -pedregoso, arenoso y demás-.
"El objetivo es estudiar las verdaderas consecuencias de la liberación de contaminantes en el medio. Los ensayos con una sola especie son útiles para las primeras estimaciones, pero no dicen nada del mundo real, hay que ir a los mesocosmos para reproducir el mundo natural", explica Tarazona. Estos ecosistemas artificiales, añade, "permiten medir directamente parámetros ecológicos que afecten a la dinámica de poblaciones, a la biodiversidad, a los ciclos de nutrientes y de energía, a cómo responde la comunidad a los cambios en las especies más sensibles".
En especial, estas instalaciones son la única forma de estudiar los efectos indirectos, es decir, los que resultan de las interacciones entre las diferentes especies en los ecosistemas. "Por ejemplo", explica Tarazona, "la recuperación de una especie afectada puede verse condicionada como consecuencia de que otra especie ha ocupado su nicho ecológico, y esto es algo que sólo podremos ver en un mesocosmos". Ahora bien, a la inversa, lo que no pueden hacer los mesocosmos es dar resultados válidos para una especie en concreto.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.