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OTRA MIRADA | Alemania 2006
Columna
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Necesitamos un fanfarrón

Un portero serio, nueve que se ríen y un fanfarrón: ésa es, sin ninguna duda, la mezcla que hace falta para ganar una Copa del Mundo. O sea, que, si queremos evitar que los periódicos de dentro de unos días lleven, como de costumbre, una foto de Raúl mirando al suelo y un titular que incluya la palabra "decepción", a nuestros jugadores no hay que trabajarles las piernas, sino la cabeza.

Para empezar, Iker Casillas es fantástico, pero no es Iríbar -aquel genio que entraba a los partidos con cara de funeral y dejaba la portería del tamaño de un ataúd- y suele vérsele de un buen humor muy peligroso; así que, por lo que más quieran, logren a cualquier precio que se ponga taciturno, esté templado y no le alteren los nervios, entre otras cosas, esos chistes enemigos que ya se cuentan por ahí sobre nosotros, el último consistente en parafrasear la famosa sentencia de Gary Lineker según la cual "el fútbol es un deporte que juegan 11 contra 11 y en el que al final siempre gana Alemania", sólo que cambiando "Alemania" por "España" y "gana" por "pierde". Que Casillas se ponga sombrío nos puede dar muchas alegrías.

Que nueve de los otros diez jugadores se rían es más difícil. Porque el problema de España es que esta gente se toma el fútbol de un modo algo melodramático, como si en vez de un juego fuese una ópera. Ánimo, muchachos; sacúdanse el agua negra de la tristeza y fíjense en los brasileños, que van a los encuentros bailando samba y, una vez en el campo, se tronchan hasta cuando fallan. Porque, si no lo consiguen, va a pasar lo de costumbre: que se bloquean y hacen lo fácil muy complicado y lo difícil imposible. Venga, chicos, tomáoslo menos en serio y estad tranquilos, sobre todo los delanteros. Recordad lo que decía Bill Shankly, aquel legendario entrenador del Liverpool: "Si estás en el área y no sabes qué hacer con la pelota, métela en la portería y ya discutiremos las otras opciones más tarde."

Pero lo que más necesita nuestro equipo es un fanfarrón, alguien que le contagie a sus compañeros optimismo y un punto de desvergüenza; un arrogante modelo Romario, George Best o Alcides Ghiggia, aquel extremo que alardeaba de entrenarse ganándole carreras a sus galgos y que tras marcar el gol con que Uruguay le quitó a Brasil, a domicilio, la final de 1950, declaró: "¿Qué cómo me siento? Imagínense: el Papa, Frank Sinatra y yo somos los únicos que conseguimos que Maracaná se quedara en silencio con 200.000 personas adentro". Adelante, chicos, siéntanse sobrados mejor que tensos, quiten esa cara de cobrador del frac con la que salen a las ruedas de prensa y apuesten por su número; no sean tan respetuosos con los rivales y háganse temer, que si pierden, siempre podrán decir lo que dijo el seleccionador inglés Bobby Robson, después de que su equipo las pasara japonesas para vencer a Camerún, en el Mundial de 1990: "No los subestimamos, lo que ocurre es que son mucho mejores de lo que creíamos". Por mi parte, me ofrezco a abrir la puerta de la jactancia: a Ucrania nos la vamos a merendar hoy mismo, y de ahí hacia delante, todo cuesta abajo, España, España, rá, rá, rá

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