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FUERA DE CASA
Columna
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Ortega, Bores y Mario

Hablaba Mario Vargas Llosa en la Residencia de Estudiantes; el salón del transatlántico no podía albergar a todos los que querían escuchar al autor de Travesuras de la niña mala. Y no estaba allí el escritor para hablar de amor fatal, ni de erotismo ni de los privados juegos que los amantes de su novela mantienen durante muchos años, en muchas ciudades. No, Vargas Llosa hablaba de Ortega y Gasset, sin publicidad y sin la atractiva presencia de Pastora Vega o de Aitana Sánchez Gijón. El día después llenó su ya conocido escenario del teatro Español en la presentación de la novela, eso era previsible. Lo extraordinario es dejar público en la calle, en los pasillos o bajo la sombra de los chopos de esa colina de la Residencia, para hablar de Ortega. Y sin ninguna huachafería. Hablando del liberal Ortega, con esa claridad que es la cortesía del filósofo y también del novelista y ensayista, Vargas Llosa. Las masas complacidas escuchaban el acercamiento del escritor al pensador madrileño. Y Mario reivindica al filosofo por "librepensador, ateo, civilista, cosmopolita, europeísta, adversario del nacionalismo y de todos los dogmatismos ideológicos, demócrata; su palabra favorita fue siempre radical". Muchos nos empezamos a encontrar cómodos con ese Ortega que escuchamos a Vargas Llosa. Si fuera francés sería más conocido que Sartre, pero le tocó ser español; nadie es perfecto.

Recorriendo la magnífica exposición, el catálogo imprescindible para seguir los pasos de ese madrileño que pensaba, nos sentimos más cerca de este español que fumaba, que se crecía en la foto al lado de la gran Victoria Ocampo; que sabía posar, que se subía a los coches con su amigo Pío Baroja disfrazados de Nuvolari; que dominaba el escenario; que sabía acercarse a las mujeres, las actrices, los pensadores, los toreros, los pintores y hasta a Gary Cooper. ¿De qué hablarían Gary Cooper y Ortega en esas colinas de Aspen, en Colorado, donde el filósofo vivió un tiempo de su exilio? Acompañando la exposición de sus cartas, publicaciones, fotos, están los cuadros de sus contemporáneos, Zuloaga, Maruja Mallo, Barradas, Baroja, Dalí, y también Braque, Picabia, Kandinsky o el tan generacional, tan moderno que fue Francisco Bores. Una escapada más que recomendable esta visita a la Residencia con Ortega y los suyos. ¡Qué curiosa tropa! Se reunían, fotografiaban, hablaban y bebían con la excusa, por ejemplo, de cumplirse el 25º aniversario de la muerte de Mallarmé.

En la Residencia me encontré con Laura García Lorca, presidenta de la fundación que lleva el nombre de su tío. Laura, moderna, neoyorquina, madrileña y arandina, está eufórica por el hallazgo de los dibujos que Bores realizó al principio de los años cincuenta para su amigo Federico, para algunos poemas del Romancero gitano y del Llanto por Ignacio Sánchez Mejías, y que estaban olvidados, esperando a ser rescatados, en un cajón de la casa familiar de Bores. ¡Ni Juan Manuel Bonet, que casi todo lo sabe de Bores, conocía la existencia de ese homenaje lorquiano del pintor madrileño! Espléndidos dibujos de pintura-fruta, pintura poética o figuración lírica que ahora se exponen en La Huerta de San Vicente granadina y que han ilustrado un hermoso libro, Para un Lorca. Una razón más para escaparse a la última residencia de Federico en nuestra tierra. Además, en aquel lugar que entonces estuvo en las afueras de la ciudad, en la vega y ahora es un parque céntrico de Granada, en verano se organizan conciertos desenchufados donde te pueden dar sorpresas como que actúen en familia Bob Dylan, Lou Reed, Morente, Chavela o Patti Smith. Este verano, en el décimo aniversario de esos conciertos, vienen los muy exquisitos, muy de culto, Arto Lindsay y La Mar Infortuna, allá por los días finales de junio. Atentos los interesados.

Antes de pasar por Granada, por sus huertas, sus conciertos, me espera otro jardín, otro parque, el del Retiro. La feria acaba de comenzar. Se hacen apuestas de ventas. Javier Sierra, el primer español que se coloca en las listas de los diez más vendidos en EE UU, después de Blasco Ibáñez, tiene muchos competidores. Aunque nosotros estamos en la cola de Vargas Llosa. También nos gustaría ver la cola de Azcona, de Longares, o la de Hidalgo Bayal, que no tendrá cola, que seguramente no firmará, pero que con su Paradoja del interventor nos reconforta y nos anima a seguir creyendo en la literatura. Un hermano de Francisco Ayala, Vicente, el librero, decía que sus libros preferidos eran los que más se vendían. Y sin embargo, ahí siguen, imprescindibles sin ser superventas los libros de su hermano. También felizmente rescatado en sus mejores textos, en sus recuperados recuerdos y olvidos. No lo olviden.

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