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Crónica:NUESTRA ÉPOCA
Crónica
Texto informativo con interpretación

Pensar a lo grande

UE: coordinación entre todos los países

Timothy Garton Ash

Europa es un continente pequeño lleno de países pequeños, y su futuro va a depender cada vez más de la capacidad de esos países pequeños de pensar a lo grande. La presidencia de la UE la ocupa actualmente Austria (población: 8,2 millones); después, presidirán el club Finlandia (5,2 millones), Alemania (82 millones), Portugal (10,6 millones) y Eslovenia (2 millones). Cuatro pequeños y sólo uno grande. A medida que la UE se extienda hacia los Balcanes, la proporción de sardinas con respecto a los tiburones irá en aumento. Uno de los momentos más absolutamente ridículos de la historia europea reciente se produjo en 1991, cuando Jacques Poos se apresuró a asegurar a los eslovenos -en pleno intento de separarse de la Yugoslavia de Slobodan Milosevic- que los países pequeños no tenían futuro en Europa. Monsieur Poos era ministro de Exteriores de Luxemburgo (población: 475.000).

La clave para el éxito de Europa residirá en combinar las ventajas de tener Estados grandes y pequeños, no en sumar sus inconvenientes
Para que los pequeños piensen a lo grande, es totalmente necesario que tengan un buen sistema educativo, que incluya la formación en el extranjero
Jacques Poos aseguró en 1991 que los países pequeños no tendrían futuro en Europa. Era ministro de Luxemburgo (475.000 habitantes)

Ser pequeño tiene muchas ventajas. Los países pequeños no suelen comenzar guerras. No suelen tener la arrogancia de otros Estados más grandes. Además de la modestia y la intimidad, suelen disfrutar de una gran solidaridad social. El país es como un clan familiar. Y, sobre todo en las condiciones favorables de la Europa contemporánea, a sus ciudadanos suele irles bastante bien. Siete de los 10 países que encabezan el índice de desarrollo humano, que combina la salud, la educación y el producto interior bruto per cápita, son países europeos de pequeño tamaño: Noruega, Islandia, Luxemburgo, Suecia, Suiza, Irlanda y Bélgica, que pueden estar entre los más firmes partidarios de la integración europea, aunque los euroescépticos señalan con regodeo que tres de esos siete no son miembros de la UE.

Provincianismo

También hay desventajas. Los costes operativos de los Estados pequeños pueden ser elevados. Un ejemplo extremo es Bosnia. De acuerdo con las bizantinas disposiciones constitucionales que tiene en la actualidad, Bosnia dedica el 70% de su presupuesto sólo a pagar a políticos y funcionarios. Asimismo son elevados los costes operativos necesarios para la cooperación entre un gran número de países pequeños: no hay más que ver el presupuesto de la UE para entenderlo. La modestia puede tener el inconveniente del provincianismo. En las relaciones internacionales, los países pequeños pueden tener miedo de enfrentarse a sus vecinos de mayor tamaño cuando éstos se comportan mal. Finlandización es sinónimo de un estado de ánimo en el que no nos gustaría que cayera la Unión Europea a la hora de relacionarse con Rusia. Pero también los países más grandes pueden caer en la trampa del apaciguamiento, sobre todo cuando tienen que defender unos intereses vulnerables, como Gran Bretaña en los años treinta o Alemania con su dependencia actual del gas ruso, mientras que los países pequeños como Estonia -o Finlandia, en su Guerra de Invierno contra la Unión Soviética- pueden ser enormemente valientes.

Me encuentro en Portugal, y aquí me he dedicado a reflexionar sobre qué es lo que puede hacer posible que los países pequeños piensen a lo grande. Un factor que ayuda es poseer un gran pasado. Aquel extraordinario momento del siglo XV en el que marinos portugueses como Vasco de Gama atravesaban mares desconocidos para descubrir el mundo ha dejado a Portugal tesoros asombrosos. Está el monasterio de los Jerónimos, por ejemplo, financiado con las riquezas del Lejano Oriente: una maravilla de caliza blanca y reluciente, con sus magníficos relieves en piedra que evocan formas náuticas: cuerdas, nudos, naves. Aquí se firmó el tratado de ingreso de Portugal en la Unión Europea, hace poco más de 20 años. El recuerdo de ese instante puede servir de inspiración para varios siglos.

Más importante aún, el periodo en el que Portugal era una potencia mundial ha dejado una herencia de aproximadamente 220 millones de personas que hablan portugués en todo el mundo (188 millones en Brasil). Más de los que tienen el francés como lengua materna. Es un dato que otorga a este país, como a España, Gran Bretaña e Irlanda, una perspectiva transatlántica imperecedera. Austria, que ocupa actualmente la presidencia de la UE, es otro país pequeño cuyo gran pasado le da una perspectiva más amplia, sobre todo en sus relaciones con los Balcanes y Mitteleuropa. La voz del emperador Francisco José se oye aún en los consejos europeos. Pero no hace falta haber sido colonizador; también puede heredar esa perspectiva más amplia el que ha sido colonizado. Eso es lo que ocurre, o podría ocurrir, con Bosnia, el punto de colisión entre los imperios cristiano y musulmán. Nos preocupa la situación de los musulmanes en Europa, pero allí, en Bosnia, los musulmanes llevan siglos viviendo como europeos, y los europeos como musulmanes.

Para que los países pequeños piensen a lo grande, una cosa absolutamente necesaria es que tengan un buen sistema educativo, que incluya la formación en el extranjero. La educación tiene que compensar la estrechez de los horizontes locales. Si sus clases dirigentes adquieren esa educación, pueden adquirir un punto de vista más auténticamente europeo -multinacional y supranacional- de los que suelen tener un francés, un alemán o un inglés. Pensemos, por ejemplo, en el presidente portugués de la Comisión Europea, José Manuel Durão Barroso. Barroso posee un don extraordinario: cuando habla inglés, no sólo habla sino que piensa como un inglés; cuando habla francés, no sólo habla sino que piensa como un francés. Oírle alternar entre una y otra lengua puede resultar desconcertante, casi como si pasara del lado izquierdo al derecho del cerebro. Este virtuosismo intelectual es una ventaja considerable en un presidente de la Comisión Europea, y quizá sólo podía tenerla alguien procedente de un país pequeño. Desde luego, no les pasaba a Jacques Delors -que, cuando hablaba inglés, era más francés que nunca- ni a Romano Prodi, que, cuando estaba en la presidencia, era siempre italiano al 200%, tanto en francés como en inglés.

La mesa de conferencias

No quiero exagerar. Una UE de Estados cada vez más pequeños tiene claros inconvenientes. No hay más que ver el tamaño de la mesa de conferencias en torno a la que se reúnen los líderes europeos en Bruselas para comprender que es imposible mantener una discusión seria en ella. Ahora bien, nos guste o no, esta UE más amplia y formada por Estados más pequeños es una realidad. Es iluso pensar que va a poder funcionar con una dirección formada por los tres países más grandes, Alemania, Francia y Gran Bretaña, como es también iluso pensar que pueda funcionar convirtiéndose en un Estado federal único. Esos dos momentos han pasado.

Independientemente de las disposiciones institucionales que se establezcan una vez que el tratado constitucional de Valéry Giscard d'Estaing esté definitivamente muerto y enterrado, la clave para el éxito residirá en combinar las ventajas de tener Estados grandes y pequeños, no en sumar sus inconvenientes. En enero del próximo año habrá un modesto punto de partida, cuando tres países con presidencias sucesivas -Alemania, Portugal y Eslovenia- formen, por primera vez, una presidencia continua en equipo. Habrá que ver cómo funciona en la práctica, pero es positivo que comience con Alemania, un país grande que tiene, en política exterior, una tradición de colaborar bien con sus vecinos más pequeños, y en el que hay una nueva canciller deseosa de revivir esa tradición. Dada la dificultad de renegociar los equilibrios entre instituciones y entre naciones dentro de la UE, es posible que veamos más presidencias en equipo -la siguiente sería la de Francia, Chequia y Suecia-, aunque dudo que logremos llegar así a la de Gran Bretaña, Estonia y Bulgaria, que estaría prevista para 2017-2018.

A largo plazo, la Unión Europea sólo podrá avanzar en cualquier área política si existe una coalición de países dispuestos en la que entren tanto los Estados grandes y fundamentales como algunos pequeños. No será posible hacer nada mientras los Estados más grandes no estén de acuerdo; pero no será posible hacer nada si sólo lo apoyan los grandes. Estamos ante una oportunidad para cualquier país europeo de pequeña dimensión, pero preparado para pensar a lo grande.

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

El presidente de la Comisión Europea, José Manuel Durão Barroso.
El presidente de la Comisión Europea, José Manuel Durão Barroso.AP

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