Manuel Flores Cubero, 'camará', apoderado, ganadero y empresario
Administró la carrera de varios de los más famosos diestros contemporáneos
Manuel Flores Cubero, Camará, ha muerto en Marbella, cuando una partida de golf le ocupaba su tiempo. Alejado del mundanal ruido taurino, tenía previsto, no obstante, acudir el próximo lunes a Sevilla para ver la presentación de Cayetano, hijo del mítico Paquirri, a quien los Camará apoderaron durante algunos años.
El sello Camará en el mundo de la tauromaquia significó la grandeza del apoderado independiente. El padre de Manuel Flores, José Flores, fue el primer gran apoderado no sólo de la era moderna del toreo, sino de toda la historia. Matador modesto en tiempos de Joselito y Belmonte, cobró fama y poder, a grandes partes iguales, cuando se hizo cargo de Manuel Rodríguez, Manolete. Su autoridad en los despachos fue rotunda e incontestable. Manejó los hilos del taurinismo como quiso y cuanto quiso, que para eso contaba con la complicidad profesional de Manolete. Juntos formaron la pareja torero-apoderado más famosa e inquebrantable que ha existido. Camará padre implantó una personalidad al apoderado, le dio categoría e impulsó su figura. Su imagen física causaba respeto: alto, tocado con sombrero y unas gafas de sol que le dieron su definitivo punto.
Los hijos de aquél Camará, José y Manolo heredaron la profesionalidad del padre, la seriedad en el trato, aunque ya no tanto la soberanía que su progenitor ejerció. Siempre juntos en cualquier actividad taurina, hasta la muerte de Pepe, Manolo Camará fue apoderado, ganadero y empresario. Esta última faceta impulsado y obligado por los condicionantes que empezaban a imponerse en el toreo. En cuanto la figura del apoderado independiente perdió fuerza y dominio, no hubo más remedio que abordar otros campos para no perder la nueva inercia del toreo. Su papel como ganadero obedeció, en gran medida, a su gran amor al campo. Cumplido el sueño, dejó de serlo años después.
Incluso en su juventud, Manolo Camará, hizo sus pinitos como novillero. No llegó a cuajar. El campo del apoderamiento fue el que mejor manejó, motivos y ejemplo había tenido. Por sus manos pasaron espadas de la talla de Francisco Rivera, Paquirri, Dámaso González, posiblemente sus dos grandes obras maestras, El Soro, Emilio Oliva, Fernando Cepeda, Finito de Córdoba, Rivera Ordóñez, Morante de la Puebla y otros muchos. Entre los taurinos, el simple hecho de que un torero estuviese dentro de la casa Camará significaba el mejor aval. La frase "lo apodera Camará", que era como una sentencia, dejaba caer sin condiciones las posibilidades del diestro en cuestión.
Como ganadero fue propietario del hierro que se anunciaba a nombre de Flores Cubero, de procedencia Núñez, el encaste preferido de Camará. Y en cuanto a empresario, como ya se ha dicho, los nuevos condicionamientos de la tauromaquia obligaban a mezclar facetas que antaño eran independientes y estaban bien diferenciadas. Gestionó plazas como Córdoba. Albacete y Valencia. En esta última durante seis años, desde la temporada de 1979 hasta la de 1984, ambas inclusive.-
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