"Ganar aquí es un orgullo"
Ronaldinho, exultante tras superar a Shevchenko en el duelo de estrellas
Rijkaard ordenó casi al final del partido el cambio de Ronaldinho por Maxi, y el brasileño, bajo un estruendoso abucheo, enfiló tranquilamente y con parsimonia hacia el banquillo. El técnico se abrazó al 10, que sonrió. "No fue fácil, y lo conseguimos", dijo después. Se confesó "orgulloso" por una victoria que calificó de importante. El Giuseppe Meazza ya no será su asignatura pendiente. Le faltaba al gaucho cuajar una gran actuación en el Milan después de que hace año y medio pasara, junto a Eto'o, casi desapercibido.
Rijkaard avisó que el partido era la ocasión para que el Barça se confirmara y tomara el testigo a un equipo especialista en acabar con la ilusión del más pintado. Y el Barça lo logró. El azar también ayudó: toda la mala suerte que acumuló en Lisboa cambió ayer por algo de fortuna. El Milan tuvo hasta cinco ocasiones y al Barça, una menos: el gol de Giuly y un balón al palo de Ronaldinho y dos oportunidades más, una de Eto'o, otra de Iniesta.
El gaucho, que entró en el estadio de San Siro aislado por unos auriculares, fue de menos a más hasta que acabó inventando una asistencia maravillosa Giuly, que según dijo "me alegra tanto como un gol. Es otra asistencia y dar pases me hace feliz". Como todo el Barça, él también creció a medida que avanzaba el partido.
Las estadísticas dirán que Ronaldinho intervino en 72 ocasiones, que dio 20 pases bien, 19 mal, tiró tres veces a puerta, y que le hicieron cinco faltas. También recordará que en otras muchas perdió la pelota al intentar regatear o por la presión del rival, pero por encima de todo, en San Siro, Ronaldinho dejó en la memoria de la hinchada azulgrana, detalles que la afición que no olvidará jamás.
Ancelotti, técnico del Milan, escarmentando por el golazo que les marcó hace un año en el Camp Nou, quiso enjaular al crack entre Stam y Gatusso, quien al principio del encuentro le hizo una dura falta marcando el territorio. Tan mal debió verlo Ronaldinho que hasta se cambió de banda. No fue hasta que encontró el sitio en el epicentro del terreno que el Barça no empezó a funcionar. No parecía, hasta entonces, cómodo en el partido.
Tampoco Shevchenko, el hombre que jamás falta a la cita ante los azulgrana, con cinco goles en su haber. Pero no era su noche. Incluso coronó un contragolpe que acabó en el pecho de Valdés. El ucraniano, máximo goleador de la Liga de Campeones, con nueve dianas, se fue diluyendo, apenas si tocó 23 veces la pelota y sólo apareció cuando ya el partido era del gaucho, que primero regaló un gol, luego estrelló un balón en el palo y finalmente, le tiró un sombrero a Gattuso.
Llevaba días con el partido en la cabeza, mimando su pierna derecha, y fue el mejor. Lo sabía cuando abandonó el mismo estadio que en el homenaje de Albertini le pidió con pancartas que se fuera a vivir a Milan. Seguramente, el brasileño, sonriendo en su camino hacia el banquillo, feliz después de que Gilardino, Ambrosini y Maldini erraran ante Valdés, debió pensar entonces que París queda ya más cerca. El no lo cree. "Yo no veo la Torre Eiffel, veo el Camp Nou y veo el Milan, un rival que nos lo va a poner muy dificil", aseguró Ronaldinho.
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