De política
En un artículo en La Prensa, de diciembre de 1911, titulado "En torno a un héroe moderno: Lassalle", dijo el joven José Ortega y Gasset algo que me dio que pensar -y tal vez le hiciera y le haya hecho que pensar a muchos, a los que piensen- por su segura oportunidad entonces y por su valiosa intemporalidad siempre. He aquí la cita, referida en esa circunstancia a, naturalmente, Lassalle: "En cierto modo constituye el tipo opuesto a un Leonardo da Vinci, perpetuo emprendedor que nada acima ni cumple ni acaba. El temperamento político se diferencia en esto del especulativo. La especulación puede ser sólo ensayo: la política es consecución. Mero ensayo quiere decir en política fracaso".
Quiero yo destacar aquí y ahora dos conceptos jugados por Ortega entonces: lo especulativo y la política. Especular es meditar, reflexionar con hondura, teorizar al fin, pero figuradamente es perderse en sutilezas o en hipótesis sin verdadera base real. Lo especulativo es algo que procede de la mera especulación o discurso, sin haberse reducido a la práctica. Ortega confronta, en lo que dice, dos temperamentos: el político y el especulativo, para determinar que la especulación en política es decidido fracaso. ¿Qué cabe pensar de todo esto al cabo de esos noventa y tantos años pasados? Da la impresión de que lo especulativo en política no tiene por necesidad de ser constante, es decir, que, aunque en algunas fases iniciales de su evolución haya de ser la política, casi por necesidad, especulativa, puede dejar de serlo en algún momento y arrumbar convencida y decidida a una práctica real y efectiva, yendo desde entonces con seguridad hacia su meta.
Algo de ese orden parece ser indiscutible: la política, en cualquiera de sus aspectos reflejos de sus acciones, es acción continua en el tiempo y, desde luego, susceptible y factible de variar en su forma, si no siempre necesariamente en lo esencial suyo. Normal es que esa variación se produzca con frecuencia y a veces con marcados caracteres. No le acontece a la política, general y particular, lo que a los barcos conscientes, que arrumban, desde su hacerse a la mar, al punto al que quieren llegar, porque, práctica y normalmente hablando, saben lo que quieren. El político en concreto, la política en general abstracción, sabe acaso desde el arranque de su acción lo que quiere, pero no siempre llega a conocer con suficiente claridad el rumbo o la orientación activa para alcanzar tal meta deseada pero tan solo entrevista. Lo normal es que, cuando se le vaya perfilando el objeto final a alcanzar cambie si es preciso de rumbo con decisión fundada y consciente. Y así llega la consecución, que en definitiva viene a ser la verdadera entidad de la política.
A esa consecución es a lo que lleva en la realidad de las cosas la visión personal del político activo: su "genio", si bien aquí podríase mejor hablar de "ingenio" con mejor y acaso más oportuna propiedad. Dejé dicho hace algún tiempo, en mis atrevidas audacias literarias, que política es el "ingenio aplicado a las relaciones entre hombres en cuanto seres vivientes en sociedad", siendo el ingenio aquí ese "atributo de la razón que garantiza el buen resultado de la aplicación de ésta a algo". En consecuencia, pues, la acción del político activo -su política- habrá de ser tanto más valiosa y eficaz cuanto más dinámico, bien orientado y valioso venga a ser ese ingenioso atributo de su razón.
Toda esta torpeza preambular mía, originada en la genialidad de Ortega, puede acaso pasar por algo así como teórico parámetro posiblemente apto para enjuiciar y medir lo que prácticamente hayan sido, sean hoy y puedan ser mañana, la política de una unidad determinada y las políticas más extensas de la pluralidad de quienes las ejecuten. En lo que aquí estamos, la política de esa unidad determinada es la de España, la de sus políticos de ayer y hoy, y la de la pluralidad aludida puede ser también la española referida a lo exterior, a lo que, como España, participa en lo que se entiende por política internacional.
Pero la política, siendo por su naturaleza teorizable, poseedora con lógica normal de su teoría -la teoría política, tan comentada y trabajada- es, porque ha de serlo, destacada y eminentemente práctica. Y ¿cómo se ve desde el hoy que corre esa política hecha realidad en la práctica? Se ve de diversas formas en función de quien sea el que mira. Este que mira o estos que miran es de un lado el político que la hace, y, de otro, el que opina sobre eso hecho, tanto para opinar en el momento temporal correspondiente como para, en definitiva, hacer historia, la historia de la política. Este último opinante crítico sobre la política y los políticos ha proliferado siempre, pero con mejor interés tal vez para nosotros en los últimos siglos: el diecinueve y el veinte.
Mirando a la política española del siglo diecinueve es relativamente fácil convencerse -no sé si convencer a los demás- de que su denominador común fue lo especulativo, el perderse en sutilezas o en hipótesis sin base real. Acaso fuera tal cosa la condición obligada por la historia en acto, que empezó con la pérdida de las colonias y acabó con el desastre del 98. La política española entonces se encerró en sí misma: olvidó lo exterior -lo ignoró, tal vez mejor-, Europa, y se materializó en los golpes de Estado y en la deformación interior. EL siglo veinte no parece ofrecer mejoras en lo radical de la política. España siguió alejada de Europa, por más que en los últimos decenios seculares mostrara deseos de ser prácticamente europea. Pero, en lo interior, da la impresión de haber sido -y tal vez de seguir siendo hoy mismo, al empezar el siglo veintiuno- meramente especulativa la política española: se arrumbaba sin saber claramente a qué rumbo, y se cambiaba si acaso éste cuando las circunstancias nacionales obligaban a hacerlo, aunque no supiera muy claramente la política adónde había de dirigirse.
Claro es que todo es discutible en política y en lo político, en especial, como en este caso, cuando todo es personablemente opinable y, como se dice normalmente, puramente subjetivo. Pero acaso no haya venido todo esto a entorpecer las cosas, porque si lo dicho aquí por mí puede estimular el pensar de otros, tanto para coincidir como para discrepar de lo mío, servirá de algún modo para mejorar en algo la política española -el hacer del político español en el ámbito circunstancial de los españoles en cuanto pueblo- y lograr, tarde o temprano, que aminore e incluso anule su característica especulativa.
Eliseo Álvarez-Arenas es almirante de la Armada y miembro de la Real Academia Española.
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