Swissair, en el banquillo
Los responsables de la quiebra de la aerolínea se enfrentan al mayor juicio por delitos económicos de la historia suiza
Hay una inolvidable foto que, en su momento, dio la vuelta al mundo. En ella puede verse a un comandante de Swissair, las líneas aéreas de Suiza, en uniforme y tomando el sol en las playas de Copacabana, Río de Janeiro. Era el 2 de octubre de 2001. Ese día, fatídico para el orgullo nacional helvético, docenas de aviones de Swissair quedaron paralizados en aeropuertos de medio mundo a la espera de las consecuencias del hundimiento de la compañía de bandera. Tan grave fue la situación, que las tripulaciones ni siquiera podían hacer frente a los gastos necesarios para recargar combustible o pagar los derechos de pista. Algo inimaginable en un país que se enorgullece de ser el más rico de la Tierra.
Los 19 imputados se enfrentan a cargos que podrían castigarse con cinco años de prisión
El fin de Swissair, compañía fundada en 1931, es una herida que aún permanece abierta en la memoria colectiva de los suizos, y que ha vuelto a ponerse de actualidad la semana pasada. La fiscalía de Zúrich inició el pasado 31 de marzo la instrucción del que ya se conoce como "el mayor juicio por delitos económicos en la historia de Suiza". En el banquillo, 19 de los principales responsables de la compañía, el consejo de administración en pleno incluyendo al poderoso Mario Corti, ex-presidente de Swissair.
La muerte anunciada de Swissair comenzó en 1992, cuando el pueblo suizo rechazó en referéndum la posibilidad de entrar en el Espacio Económico Europeo y condenó así a su compañía de bandera a la necesidad de aliarse para poder sobrevivir en un mercado terriblemente competitivo.
Es así como nace el ultrasecreto Proyecto Alcázar, cuyo objetivo era la fusión de Swissair con Scandinavian Air System (SAS), Austrian Airlines y KLM. Pero el proyecto fracasó en 1993 para dar paso a Hunter. Este plan tenía como fin la compra de participaciones minoritarias en diversas compañías europeas, empezando por la belga Sabena, pero se inició un vertiginoso endeudamiento que llegaría a varios miles de millones de euros, ante la indiferencia del consejo de administración. En el verano de 2000, los analistas de McKinsey decretaron el sobreendeudamiento de la empresa. Era el principio del fin de la compañía que era el orgullo de Suiza.
Ese 2 de octubre de la fatídica foto desaparecía Swissair, para dar paso a una compañía de vida independiente efímera: Swiss. Esta nueva línea sería absorbida, el 22 de marzo de 2005, por Lufthansa. Los alemanes pagarán hasta 2008 un total de 310 millones de euros, una cifra irrisoria comparada con las inmensas inyecciones de capital que la Swissair recibió hasta el último minuto.
El juicio será un auténtico acontecimiento: más de 130 audiencias, 280 metros de informes legales, un acta de acusación de más de 100 páginas, cuatro años y medio de investigaciones y unos costes previstos en más de cuatro millones de euros. Pero no se trata sólo de cifras, sino que este proceso tiene un fuerte valor simbólico. Es, posiblemente, la primera vez que las todopoderosas élites de las finanzas y los negocios de Zúrich y Basilea se ven sometidas a la posibilidad de la humillación pública de un procedimiento legal que se prevé largo y complejo. Los cargos que se imputan a los miembros del consejo de administración van de la gestión desleal a la falsificación de títulos, pasando por proporcionar información falsa sobre empresas comerciales y gestión errónea. De probarse, estos cargos podrían conducir a penas de hasta cinco años de prisión.
Ahora es el turno del Tribunal de Distrito de Bülach de decidir si la acusación es de recibo, pero la fiscalía se enfrenta a un problema añadido: el tiempo. De hecho, varios de los cargos quedarían prescritos en 2008, lo que ha llevado a las instancias judiciales a acelerar el proceso al máximo. Uno de los elementos centrales del acta de acusación destaca "diversas manipulaciones contables entre las filiales del grupo" y el "maquillaje" de los resultados de Swissair a fin de ocultar que la compañía, con 2.000 millones de francos en deuda, se dirigía hacia la quiebra indefectible.
En particular, se acusa a Mario Corti de haber ocultado los enormes problemas de liquidez de la empresa, cuando era ya evidente que Swissair no estaba en condiciones de cumplir con las exigencias de los colosos bancarios UBS y Crédit Suisse.
Entre los malos de la historia destaca particularmente Marcel Ospel, patrón de la UBS, el principal banco suizo y uno de los cinco más poderosos del planeta. A este hombre, intocado en el acta de acusación de la Fiscalía de Zúrich, la opinión pública lo ve como el verdadero responsable del hundimiento, dadas las complejas maniobras que ejecutó en su momento para anclar en tierra a la flota suiza y hacerse con los restos. Tras el abrumador éxito de la película Grounding: los últimos días de Swissair, en la que el financiero es retratado como un témpano de hielo sin piedad, el banquero de Zúrich debe de ser uno de los hombres más detestados de Suiza. A pesar de su parte de responsabilidad, Ospel ha evitado el juicio. En palabras del fiscal general Andreas Brunner: "Hemos preferido ocuparnos de un caso en el que las posibilidades de ganar fueran grandes".
Mario Corti y su equipo han rechazado en bloque todas las acusaciones y toda responsabilidad en la catástrofe. Andreas Leuenberger, uno de los antiguos miembros del consejo de administración, está dispuesto a aceptar solamente el hecho de haber tomado "algunas decisiones equivocadas", pero todos niegan haberse enriquecido o haber obtenido beneficio alguno de la desaparición de la compañía aérea. Entre los acusados se encuentran el ya mencionado Mario Corti, la jefa de finanzas Jaqueline Fouse, el banquero Bénedict Henscht o incluso Jan Litwinski, antiguo patrón de la LOT, las aerolíneas polacas. Casi todos ellos se han reinsertado sin problemas en altos puestos ejecutivos en empresas privadas, bancos y fundaciones. Por su parte, Marcel Ospel continúa al frente de Crédit Suisse donde gana la friolera de 68.000 francos suizos (45.000 euros) diarios (incluidos sábados y domingos) según su reciente declaración de ingresos, que causó no poco escándalo en un país poco dado al despilfarro y la ostentación.
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