El Barça las pasa canutas
Un gol al inicio de Ronaldinho y otro tardío de Eto'o clasifican a los azulgrana ante un Benfica que desfiguró su juego
Un thriller barato se pasó anoche en el Camp Nou cuando el cartel anunciaba un partido de cuartos de la Copa de Europa. Nadie dudó del papel de favorito del Barça, que por supuesto salió vencedor, porque es mucho mejor que el Benfica, aunque ayer nadie lo habría dicho. El portugués es un equipo indescifrable. No ataca, defiende mal y sólo quiere la pelota por necesidad. Igual su truco no está en el campo, sino en el águila Victoria, en el espíritu de Guttman, en la fatalidad de la final de Berna o en el poder que irradia Koeman. Algo embrujado parece el club de Lisboa. De lo contrario, no se entiende la angustia que pasó el Barcelona para batirle en un partido sin fútbol, con menos ocasiones que nunca y con una gran tensión psicológica.
BARCELONA 2 - BENFICA 0
Barcelona: Víctor Valdés; Belletti, Puyol, Oleguer, Gio van Bronckhorst; Van Bommel (Edmilson, m. 84), Iniesta, Deco; Larsson (Giuly, m. 85), Eto'o y Ronaldinho.
Benfica: Moretto; Rocha, Luisão, Anderson, Léo; Beto (Robert, m. 72), Petit, Manuel Fernandes (Marcel, m. 82); Geovanni (Karagunis, m. 55), Miccoli y Simão.
Goles: 1-0. M. 19. Eto'o roba el balón, sortea a Anderson, llega a la línea de fondo, centra atrás y Ronaldinho remata por bajo. 2-0. M. 89. Fenomenal cambio de juego de Ronaldinho, Belletti centra de primeras y Eto'o, irrumpiendo por el centro, para con el pecho y remacha.
Árbitro: Michael Lubos (Eslovaquia). Amonestó a Deco, que no podrá jugar la ida de las semifinales; Eto'o, Petit, Luisão, Fernandes y Anderson.
Camp Nou: 98.000 espectadores. 0-0 en la ida.
Al Barça, al fin y al cabo, no se le pedía ninguna heroicidad, sino un triunfo normal y corriente. Y el partido le pesó más que cualquier otro. Espantado, no marcó las diferencias y se entregó a un sufrimiento inédito en un plantel tan divertido, capaz de golear en Chamartín y de vencer la puerta de Stamford Bridge, y al tiempo de rezar el rosario ante el Benfica, por mucho que se diga que se le puso la cara de italiano perdido y amarró el partido como si fuera del calcio.
Koeman quedó como un señor. Fiel a la arenga de la víspera, en la que proclamó que no le tenía ningún miedo al Camp Nou, el técnico dispuso para empezar a los mismos tres delanteros que revolucionaron el último tramo del partido de ida. Los jugadores, sin embargo, desmintieron a su técnico. Retrocedieron tanto los rojillos que Luisão regaló la pelota nada más sacar de centro y a los cuatro minutos ya habían cedido un penalti por manos de Petit ante un centro de Van Bommel, acción en la que los portugueses pusieron el grito en el cielo porque el árbitro se hizo el longuis en Lisboa cuando Motta le dio, más o menos, como anoche el centrocampista portugués.
Nada mejor que un tiro desde los 11 metros para reencontrarse con el dichoso gol que tanto se le negaba al Barça últimamente: uno en tres partidos. A diferencia del encuentro con el Madrid, Ronaldinho cambió de lado y recuperó su costumbre de golpear a la derecha del portero: Moretto rechazó la pelota en una intervención tan felina como plástica. La vuelta seguía en las mismas que la ida. Ahí estaba el misterio del enfrentamiento: un portero brasileño cualquiera le podía al mejor delantero del mundo.
El problema no era el Benfica, sino el Barça. Rijkaard prescindió de Giuly e insistió con Larsson. Ataque y gol frente a contraataque. Larsson y Eto'o no siempre mezclan bien, sino que a veces se neutralizan, y la marca de Simão sobre Iniesta estranguló al Barça, aunque no impidió que fuera el mejor azulgrana. A falta de elaboración, funcionó la presión y la recuperación, los signos de identidad que le dieron grandeza. Así alcanzó el gol antes de que se extendiera cualquier murmuración sobre el fallo del penalti. Eto'o le rebanó la pelota a Beto, tiró una pared con Larsson y, mientras el sueco se llevaba a los centrales al primer palo, el camerunés progresó por la banda y sirvió el pase de la muerte para la llegada de Ronaldinho, que se relamió con el regalo y acabó con la imbatibilidad del extravagante y hasta entonces imposible Moretto.
El gol tuvo un efecto sedante sobre el partido. El Barça ralentizó su ofensiva y se aplicó a la hora de tirar la línea el fuera de juego. Quería que el Benfica quedara retratado, y por Dios que no decía ni mu, cosa que revertía en contra de los azulgrana, por no acabar de una puñetera vez con el rival y con una eliminatoria tan engorrosa como fea. El descanso tuvo el mismo valor que un despertador para la hinchada, sorprendida por el tono vital bajo de la contienda. Nada cambió en la reanudación, y la hinchada se puso a cantar porque quien canta su mal espanta. Tiritaba el Barça, incapaz de combinar, de meter un pase interior, de alcanzar la portería, de acabar la jugada, de rematar al rival, presa de su pánico. Ni jogo bonito ni free style. Ni amarenamiento ni divertimento. Incapaz, el Barça se quedaba cada vez a mitad de camino. Los delanteros dimitieron y a los defensas les tocó sufrir lo que no está escrito porque Koeman iba cambiando los puntas y cargando el ataque. La cosa se puso tan chunga que Simão le perdonó la vida al Barça después de un pase de Miccoli en una contra armada a la salida de un córner botado por los azulgrana. Aunque disparó poco, el Benfica siempre leyó cómo podía dar con el gol: aguardaba la subida de Puyol y atacaba a Belletti. La contienda quedó abierta hasta el final, cuando Eto'o remachó una asistencia de Giuly a pase de Ronaldinho. Un tanto que se celebró con más alivio que emoción. Nada extraño: un minuto antes Valdés le sacó un remate de gol a Karagounis. Resopló el Barça, que ahora acude liberado al encuentro del Milan. El sueño de la Copa de Europa asoma de nuevo tras acabar con la pesadilla del Benfica.
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