Un error de César auxilia al Madrid
Ronaldo, en el último minuto, logra el empate en Zaragoza tras otra deficiente actuación del equipo de López Caro
El Madrid visitó La Romareda envuelto en la bruma de una crisis que lo conecta fuertemente a este campo y al Zaragoza como rival de mal agüero. Hace dos años, contra el Zaragoza en Montjuïc, perdió la final de Copa. La última final que disputó antes de iniciar la etapa más yerma de sus últimos cincuenta años. Aquella noche, en Montjuïc, Beckham jugó de medio centro. El puesto para el que no nació pero al que debió aferrarse, como dicen los tecnócratas, por "razones de estrategia de club". Tan firme era entonces esta estrategia que ayer Beckham seguía exhibiendo su lado más pobre en el medio centro. Hay ideas difíciles de erradicar y el Madrid sigue prisionero de una política que culminó hace años. Para lo bueno y para lo malo. Lo bueno lo atestiguan los informes económicos. Lo malo lo verifican cada semana los aficionados que ven los estragos que hace el tiempo en un equipo concebido como una ensalada. Ayer lo vieron empatar tristemente para sacar un punto que, si acaso, valdrá para rascar el segundo puesto.
ZARAGOZA 1 - REAL MADRID 1
Zaragoza: César; Ponzio, Álvaro, Gabriel Milito, Toledo; Óscar, Celades, Zapater (Generelo, m. 73), Cani (Savio, m. 76); Ewerthon y Diego Milito (Lafita, m. 82).
Real Madrid: Casillas; Míchel Salgado (Raúl, m. 70), Mejía, Sergio Ramos, Roberto Carlos; Gravesen, Beckham; Cicinho, Baptista, Robinho (Zidane, m. 70); y Ronaldo.
Goles: 1-0. M. 47. Diego Milito remata al primer toque, en el segundo palo, un centro de Ewerthon. 1-1. M. 90. Ronaldo se aprovecha de una salida en falso de César.
Árbitro: Muñiz Fernández. Amonestó a Mejía, Cani, Milito y Robinho.
Unos 27.000 espectadores en La Romareda.
En el centro de la cancha Beckham es un jugador que brega contra lo inexorable. Lucha desesperadamente por no sentirse inútil pero fuera de la banda no tiene más remedio que firmar el armisticio. Cuando el equipo no tiene la pelota carece de recursos para quitarla y hace faltas inoportunas. Cuando la recibe, si está de espaldas, está perdido; y si está de frente a la portería contraria suelta el pase largo. El pase largo es lo que le convierte en especial. Pero el medio centro exige otros recursos. Unas armas de las que el inglés carece. Las tiene Guti, que desde hace años ha demostrado un sentido más profundo del juego. Pero ayer Guti cumplió sanción. Faltó por primera vez desde la visita a Son Moix. Precisamente el último partido que el Madrid perdió. La relación habla de la necesidad que tiene este Madrid de Guti. De su habilidad para robar si es preciso robar, para aguantar la pelota, para iniciar las jugadas, para dar el último pase, y para jugar en corto o en largo.
En La Romareda el Madrid saltó al campo condenado al fracaso. El equipo es como un cuero de vino sin vino. Ha perdido sus señas de identidad, su estilo. Le sobra intensidad, garra, profesionalismo. Esos conceptos de los que habla López Caro en sus sinuosas alocuciones. El técnico ha ido depurando al equipo de tal forma que el producto resultante es plano. Atrás no tiene quién dé el primer pase. Adelante no tiene quién dé el último. Le quedan los pelotazos de Beckham hacia el azaroso encuentro con Ronaldo, el balón largo a Baptista para que prolongue, y el desborde de Cicinho y Robinho demasiado lejos del área contraria.
Robinho y Cicinho fueron lo más emotivo y lo más destacable de su equipo pero sus exhibiciones resultaron estériles. Como los centrocampistas no les surtían de balones debían bajar a buscarlos a tierra de nadie. Sólo Ronaldo, desasistido y más trotador que nunca, remató un par de veces entre los tres palos. César desbarató el tiro más ajustado.
Del otro lado, Casillas se estiró para desviar dos remates, uno de Ewerthon y otro de Diego Milito. Ese fue el saldo de la primera parte. La diferencia no estuvo en el fin sino en los medios. El Zaragoza buscó la red adversaria con tres centrocampistas que interpretan su oficio con claridad. Celades, Zapater y Óscar movieron a todo el equipo hasta Cani, y Cani alumbró a los puntas. Así se ha jugado al fútbol desde la noche de los tiempos y todos los equipos se suelen armar para conseguir este mecanismo elemental. Todos salvo el Madrid que no tiene centro del campo.
Para dotar a su equipo del último pase López Caro dio entrada a Zidane. Demasiado tarde para remontar pero no para empatar. Veinte minutos antes, Milito, el verdugo local, apareció en el segundo palo para empujar un centro de Ewerthon. El extremo brasileño se le había colado a Roberto Carlos por la espalda y había dejado su caramelo. El gol del Zaragoza fue una sentencia anunciada. A cinco minutos del final el Madrid rozó el empate con una falta directa de Beckham. Los dedos de César se interpusieron. Los mismos dedos fallaron en el tiempo de descuento. Ronaldo aprovechó el regalo del portero para acabar con los tres partidos de sequía anotadora de su equipo. Un gol inocuo, en todo caso, ante la dimensión del fracaso que vive el Madrid.
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