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Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

Cómo nos conocimos

Conocer a alguien por Internet está igual de mal visto que casarse a través de una agencia matrimonial. Los que se relacionan en el mundo terrenal tratan con cierta condescendencia a los que, por timidez o prudencia, prefieren escudarse en una estructura organizativa virtual o utilizar un instrumento de selección previo al primer encuentro. Si lo analizamos con la frialdad que requiere el tema, los nuevos sistemas de relación que establece Internet proporcionan elementos que, a priori, deberían mejorar los índices de acierto en la selección de parejas y amistades. Menospreciar la capacidad del acierto internáutico es un error. ¿Acaso acertaron más los que siguieron el ancestral sistema de responder a primeras impresiones o urgencias hormonales? Hagan la prueba. Pregunten a las personas de su entorno cómo se conocieron y se darán cuenta de que, en general, no hay ningún heroísmo en sus primeras citas. Abuelos que se conocieron en una cola de racionamiento, padres que se vieron por primera vez en una decadente sala de baile, cuñadas a las que nuestros hermanos ayudaron un día que habían bebido demasiado o esperanzados jóvenes convencidos de que se comerían el mundo el día que, en un concierto de Els Pets, creyeron encontrar eso que, con agrícola insensatez metafórica, solemos denominar "media naranja".

Tras observar que cada vez son más las personas que se emparejan por Internet, y con el propósito de escribir este artículo, me inscribí en una de las muchas páginas de la Red que ofrecen servicios de selección de personal para relaciones más o menos estables (amigos.com, match.com, meetic.com, las hay a patadas). Bien organizadas, con un acceso sistematizado que genera en el usuario una sensación de progresión emocional, fui respondiendo a las muchas preguntas que te hacen para que tu elección se base en un criterio de afinidades (intervienen hasta 80 criterios y la base de demandantes y ofertantes puede llegar a ser de 500.000 personas). Este proceso es una novedad, ya que presupone que las relaciones mejoran cuantas más cosas en común se tienen, algo que, a veces, desmiente la experiencia. Una vez inscritos, los clientes pueden optar por distintas ofertas de pago para mantener charlas (a través de chat) y acceder a intercambios de proposiciones aparentemente honestas. Yo no fui más allá porque bastante tengo con mi asímetrico currículo sentimental en tierra firme, pero al cabo de unos días empecé a recibir listas de posibles candidatas a relacionarse conmigo. Fue un momento de tramposa emoción: al fin las mujeres acudían a mí de 20 en 20. Lloré de entusiasmo, lo admito. Superado el primer cortocircuito de autoestima cegadora, me detuve a leer los breves resúmenes de presentación con los que cada usuario compite en esta selva de ofertas y demandas. A la izquierda, una fotografia de tamaño carnet en la que casi todas las mujeres sonreían, salvo algunas que preferían adoptar la expresión de mujer seria pero interesante, melancólica pero no amargada.

El tramo de edad que había elegido (deseo relacionarme con mujeres de entre 38 y 48 años) me puso en contacto con una heterogénea variedad de divorciadas, separadas y alguna solteras españolas y extranjeras de Barcelona y alrededores. Había mucha grandeza en sus descripciones y resultaba conmovedor comprobar que, al mismo tiempo que no parecían buscar nada extraordinario, insistían en entablar una relación "sincera y auténtica". ¡Casi na! La sinceridad es, sin duda, el gran argumento, quizá porque la mayoría de las cicatrices emocionales de los demandantes tienen que ver con duras batallas con mentirosos. Otra constante es la de la alegría, el deseo de no amargarse y de recuperar el mucho tiempo perdido con baile, deporte, viajes o trasnochadoras salidas (las mujeres más alegres suelen utilizar el prefijo super y buscan algo superalegre, superdivertido y superespontáneo). En cuanto al tono general, desprende la esperanza de las segundas (o terceras) oportunidades, más lúdico que transcendental, y, por tanto, bastante realista.

Los estilos varían. Hay quien parece haber estudiado técnicas de mercadotecnia sentimental, como la mujer que, junto a una foto risueña, decía: "Siempre digo de corazón las cuatro palabras más importantes: gracias, perdón, te quiero y lo intentaré". Impresionante, aunque a mí me salían más de cuatro palabras. O este otro, probablemente mi preferido, por lo que tiene de resumen biográfico inquietante: "Mi libro preferido es El origen perdido, de Maltilde Asensi, y mis perros se llaman Curro y Curra". También me llegaron mensajes que apostaban por el impacto poético. Ejemplo: "Muy frecuentemente las lágrimas son la última sonrisa del amor". La descarté porque no estoy para según qué niveles de cursilería. El último mensaje que recibí también tenía su miga filosófica: "Soy profesora de yoga. No busco nada y lo espero todo". Creo que somos incompatibles: yo formo parte del concurrido grupo de tipos superhartos que no buscan nada y esperan menos todavía.

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