El caso alemán
LA BRONCA que tuvieron hace seis años los filósofos alemanes Peter Sloterdijk y Jürgen Habermas es una dramatización casi perfecta de las iras y los fantasmas que rodean el debate sobre la naturaleza humana y una evidencia más de que la bioética alemana no ha salido aún de la Segunda Guerra Mundial. En un simposio de 1999 sobre La filosofía después de Heidegger, Sloterdijk causó un terremoto al sostener que "la tarea del humanismo pasa por la ingeniería genética" y defender el regreso a la eugenesia.
Habermas se puso el traje de justiciero y respondió: "En la medida en que se extienda y normalice el engendramiento y uso de embriones para la investigación médica, la percepción cultural de la vida humana prenatal cambiará, con la consecuencia de que el sensórium moral para los límites del cálculo coste-beneficio se embotará absolutamente".
Tal y como explica Mosterín, Habermas parece creer realmente que el hecho de que la fecundación se produzca al azar es la base de nuestra "autoconciencia como individuos morales, responsables e iguales", y que la manipulación genética de los embriones "difuminaría la distinción entre sujeto y objeto".
Cuesta creer el grado de confusión que puede llegar a sufrir un gran filósofo, pero posturas como la de Habermas son la explicación de que la legislación alemana sea una de las más atrasadas del mundo en materia de investigación con embriones y medicina regenerativa, y de que los argumentos de la izquierda alemana se parezcan tanto a los del fundamentalismo religioso más reaccionario.
Alemania necesita urgentemente un Mosterín.
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