Alfonso de la Serna, diplomático y periodista
Preparó la primera visita de los Reyes a Marruecos
Alfonso de la Serna y Gutiérrez-Repide falleció ayer en Madrid, al cabo de 83 años de una vida dedicada profesionalmente a la diplomacia y, secundariamente, a una actividad de escritor y periodista que entronca íntimamente con sus raíces familiares.
Era nieto de las escritora Concha Espina; hijo de Víctor de la Serna, fundador de La Región en Cantabria, consagrado luego como uno de los principales periodistas españoles del siglo pasado por su actividad en el vespertino madrileño Informaciones, y hermano de Jesús, ex director del citado diario y consejero de PRISA, empresa editora de EL PAÍS.
Nacido en Santander el 2 de julio de 1922, Alfonso de la Serna emprendió, una precoz carrera diplomática, con la que se labró una sólida reputación de buena persona, algo chapado a la antigua, en opinión de uno de sus colaboradores, lo que en términos de hoy quiere decir siempre amable, educado y celoso del desempeño de su profesión.
Con sólo 26 años, fue nombrado primer secretario de la primera misión oficiosa que el Gobierno estableció en México, y para los 35 era embajador. Túnez, Estocolmo y Rabat fueron sus principales destinos como jefe de legación.
Los inicios diplomáticos de Alfonso de la Serna estuvieron estrechamente ligados a Fernando María Castiella, del que se consideró admirador y discípulo. Fue, por ejemplo, un miembro muy activo del equipo del ministro de Asuntos Exteriores que elaboró el Libro Blanco sobre Gibraltar e introdujo el contencioso sobre el Peñón en el Comité de Descolonización de la ONU.
Castiella nombró, en 1962, a De la Serna director general de Relaciones Culturales, otro cargo definitorio de su trayectoria diplomática e incluso de su perfil humano, en la medida en que enlaza naturalmente con esa otra faceta de intelectual, especialmente comprometido con el lenguaje, que el fallecido ayer cultivó hasta el último momento. Volvió a la misma dirección en 1976, tras la muerte de Franco, pero por poco tiempo.
La actividad que dejó mayor huella en la carrera de Alfonso de la Serna fue, no obstante, la de embajador en Marruecos. Estuvo allí entre agosto de 1977 y febrero de 1983, cuando pasó a Ginebra como representante español ante los organismos de la ONU.
Los seis años en Rabat fueron difíciles, tanto por un contexto internacional en el que España, saliendo todavía del franquismo, tenía un peso nimio, como por las tensiones derivadas de la Marcha Verde y de la descolonización precipitada del Sáhara, aún recientes. En esas circunstancias, el embajador De la Serna hubo de preparar la primera visita a Marruecos de los Reyes, en 1979, y la de Felipe González en 1983, la primera al país vecino de un presidente democrático español, que precipitó un clima inédito de cordialidad con Hassan II.
Al sur de Tarifa, España-Marruecos: un malentendido histórico es el título del libro en el que Alfonso de la Serna volcó su experiencia de aquellos años. Otra parte de su bibliografía enlaza mejor con la época de director de Relaciones Culturales, ya que el embajador dejó más de una obra dedicada a presentar y comentar el patrimonio inmobiliario y artístico que constituyen las legaciones españolas.
Su actividad de articulista se desarrolló sobre todo el diario ABC, y de modo más intenso desde que se jubiló en Exteriores. Alfonso de la Serna intervino con brillantez en polémicas sobre el lenguaje periodístico, volvió sobre temas de su profesión, especialmente en relación con Gibraltar y Marruecos, y habló de su vida, por ejemplo, de su amistad con Joaquín Calvo Sotelo.
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