Dulzainas al pie de las Torres Kio
La escuela Folklore Plaza Castilla enseña a tocar instrumentos añejos, casi olvidados en la gran ciudad
Paradojas de la geografía urbana. A tres manzanas escasas de las Torres Kio, símbolo del Madrid inmerso en la vorágine, varias docenas de jóvenes y no tan jóvenes se afanan en extraer las primeras notas a todo tipo de instrumentos musicales de origen ancestral. Son los alumnos de la llamada Escuela de Folclore Plaza Castilla, una rareza en el maremágnum capitalino donde reinan los sonidos de dulzainas, gaitas, tamboriles, zanfonas y demás cachivaches.
El promotor de la singular iniciativa es Fernando Llorente, de 41 años, un madrileño de sangre segoviana que decidió sublevarse contra las endémicas carencias que arrastra la gran ciudad en materia de tradición y folclor. "Me tiré unos cuantos años intentando establecer una escuela de estas características en algún centro cultural", rememora, "pero ninguno disponía del acondicionamiento necesario. Pasamos una temporada en el de Nuestra Señora de Valverde
"El boca a boca empieza a dar resultados y los grupos son cada vez más numerosos"
[Centro], pero instrumentos como la dulzaina son bastante escandalosos y quienes asistían a los talleres de informática o yoga no paraban de protestar...".
Pese a que ninguna administración pública le mostraba la menor complicidad, Llorente decidió lanzarse a la aventura. Hace un par de años insonorizó una antigua autoescuela en la calle de Magnolias, en el barrio de la Ventilla, y anunció unos humildes cursos de dulzaina a través de una página web. Dos temporadas más tarde, aquella academia casi furtiva no ha cesado de crecer. Hoy frecuentan sus aulas cerca de 125 alumnos, que pueden aprender dulzaina con Javier Barrio, zanfona junto a Rafa Martín (del grupo La Bruja Gata), violín folclórico de la mano de Diego Galaz (La Musgaña) o apuntarse a un taller de voz y percusión tradicional a cargo del siempre reputado Eliseo Parra.
También se imparten cursos de instrumentos tan alejados de los conservatorios oficiales como la txalaparta -los troncos vascos de roble que se golpean con unas mazas, siempre por parejas- o la gaita irlandesa, muy difícil de afinar, en la que el aire se insufla a través de un fuelle. Y, como gran novedad para este 2006, la próxima semana arrancará un cursillo de danza irlandesa a cargo de Rosalía Hall, una mujer afincada en Madrid que participó en Riverdance, el musical más célebre de Irlanda.
"El boca a boca empieza a dar resultados y los grupos son cada vez más numerosos", corrobora el segoviano Javier Barrio, de 45 años, uno de los dulzaineros de mayor prestigio. Por las mañanas trabaja en Correos, pero las tardes de los martes y los miércoles las emplea en sus clases de la calle de las Magnolias. "Sobre todo viene gente de edad mediana, entre los veintipocos y los 55, muchos con ascendentes familiares en Segovia, Ávila o Burgos", apunta.
¿Es difícil aprender a tocar un cacharro como la dulzaina? "La digitación no resulta demasiado complicada, pero la embocadura sí", advierte. "Es un instrumento de doble caña, como el oboe. Los primeros meses desafinas muchísimo y no aguantas soplando más de diez minutos...". Pero Llorente, que aprendió a tocarla en 1992 porque le pareció "alegre y propicia para la fiesta", resta dramatismo. "En un par de años puedes defenderte bastante bien. Yo empecé ya de mayor y ahora ofrezco unos 60 o 70 conciertos anuales".
También Rafa Martín, de 44 años, ha encontrado en la escuela un vehículo para la expansión de la zanfona, ese instrumento medieval que funciona haciendo girar una manivela con la diestra y pulsando un teclado con la otra mano. En 1993 ya contribuyó a la causa con la fundación de la Asociación Ibérica de la Zanfona, que desde entonces organiza encuentros con los principales especialistas europeos. "Por entonces, más que poco conocido, era un instrumento casi inexistente en toda la meseta. Poco a poco estamos consiguiendo alumbrar una generación de chavales dispuestos a sacarle todo el partido", reflexiona.
Todos se quejan de la escasa, casi nula implicación institucional de la capital con el folk. "Ni el PSOE antes ni el PP ahora han movido en el Ayuntamiento un solo dedo en esa dirección", se lamenta Fernando Llorente. "Han surgido buenos festivales de folk en Aranjuez, Chinchón, Las Rozas o San Fernando de Henares, pero Madrid sigue en el cero absoluto". Pese a todo, en un esquinazo de la calle de Magnolias, las puertas de la academia permanecen abiertas para aquellos valientes que se atrevan con los instrumentos más ancianos de la familia, los mismos con los que tantos bailes se marcaron nuestros tatarabuelos.
Escuela de Folclore Plaza Castilla. Magnolias, 61. Teléfono: 913 15 62 37. www.folcloreplazacastilla.com
La tienda de los instrumentos 'raros'
Los aficionados a las músicas tradicionales y de raíz nunca lo han tenido fácil a la hora de conseguir sus instrumentos favoritos, a menudo muy alejados de los circuitos clásicos. En ese sentido, la tienda Tununtunumba, una iniciativa personal del percusionista José Escribano, se ha convertido en los últimos años en referente para aquellos interesados en los sonidos folclóricos de casi cualquier rincón del planeta.
Escribano empezó vendiendo discos por catálogo de músicas étnicas, allá por 1992, de la manera más rudimentaria: imprimiendo pasquines y repartiéndolos a la salida de los conciertos. "Luego monté una pequeña tienda en la estación de Atocha. Poco a poco comprobé que los CD iban llegando por los cauces convencionales y que la auténtica demanda estaba en los instrumentos".
Desde hace 10 años, Tununtunumba forma parte del singular paisaje de la calle de Santa María. Ofrece instrumentos de percusión, cuerda y viento de los cinco continentes, desde tablas indias a banjos americanos, buzukis griegos o koras africanas.
Pero el rey sigue siendo el whistle, esas pequeñas flautas metálicas irlandesas a las que tanto partido extraen músicos como Paddy Moloney, de los Chieftains. "Son muy baratos, a partir de seis euros, y lo irlandés entusiasma a mucha gente. La música celta irlandesa todavía cuenta con más aficionados que el folk español", certifica Escribano, que ha sido integrante del grupo Barahúnda y ahora toca en Balbarda, otra de las bandas relevantes en el folclor madrileño.
Las gaitas gallegas también son habituales objetos de deseo en este establecimiento, igual que darbukas (tambores africanos) y bodhrans, los panderos irlandeses.
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