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Columna
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'Papacornio'

Han transcurrido unos cuantos días desde la famosa foto del Papa con tricornio, pero aún me encuentro en estado de choque. ¡Un tricornio con faldas! No había visto nada más ofensivo para el Cuerpo desde que, hace unos años, por Carnaval, un vecino disfrazó a su perro de miembro de la Benemérita, con tricornio, capa y uniforme reglamentario, que el amo sujetó como pudo al llegar a la zona de las partes viriles caninas.

Bajé a la calle, hecha una leona, y me encaré con el insensato:

-Con los símbolos no se juega -grazné.

Ya había sido duro lo de Antonio David y sus deslices pero, por suerte, fue expulsado del Cuerpo y casado con Roci-Hito. Como castigo, cualquier ciudadano que no gobierne el Estado de California debería pensar que es suficiente. Pero lo del perrito... En fin, convencí al buen hombre para que no repitiera su escarnio, y tuve éxito. Al año siguiente me paseó al can por delante de casa, muy ufano, engalanado de Alicia Alonso, lo cual resultó mucho más llevadero para mí, para el perro, y, sobre todo, para sus partes pudendas: dónde vas a parar, un tutú rosa, en comparación con unos pantalones de uniforme de recia tela. Aparte de que doña Alicia no le podía ver ni darse por ofendida.

Porque los símbolos son los símbolos, es decir, son simbólicos y, como dejemos de respetarlos, haremos con ellos lo mismo que con la realidad y con la verdad, que nos los pasaremos por el arco del triunfo, y vendrá una hecatombe. Será como si después de habernos tragado la invasión de Irak, que es real, nos tragáramos las elecciones democráticas, que son simbólicas.

Por el contrario, ciertas realidades existen gracias a que sus símbolos siguen de cuerpo presente. A ver si ustedes creen que Acebes, Zaplana y Rajoy están aquí por su calidad de políticos. No, es su potencia alegórica, su densidad simbólica lo que les convierte en indispensables para el sano ejercicio de nuestra memoria. Simbolizan lo que hicieron y lo que fueron, y hasta lo que harían si pudieran; y, desde luego, lo que están haciendo. Por ello debemos respetarles. Son nuestro revulsivo.

Si nos acostumbramos a ver papacornios, llegará un día en que nos dejen indiferentes tanto la Iglesia como la Guardia Civil.

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