El primo de Luis Enrique
En una de las visitas del Barça al Bernabéu, cuando el ambiente lo calentaba el hecho de que vistiera de azulgrana el ex blanco Luis Enrique, el graderío coreaba insultos que parecían entrenados. Cuando Figo fue al Camp Nou, la temperatura de cocción de esos insultos fue inversa y, si cabe, aún más virulenta. Los dos habían hecho un viaje complicado, revestirse con las camisetas enemigas. A Figo le arrojaron incluso un cochinillo y a Luis Enrique le gritaban, entre otras letanías: "Luis Enrique, tu padre es Amunike", un jugador negro de desgraciada historia en el club azulgrana. Esos pareados sonaban cerca de donde yo estaba; cuando se hicieron más próximos, le expliqué a uno de los que los expelía: "¿Le importaría cambiar de enemigo? Soy primo de Luis Enrique". El aficionado me miró atribulado, aceptó la mentira como verdad y se ocupó de insultos más universales, dejando en paz los parentescos de Luis Enrique.
En los años gloriosos del fútbol, los 60, cuando aún el comercio no era su patrón, hubo huidas muy sonoras. Acabaron de blanco los azulgrana Tejada y Evaristo, que habían sido los artífices de un famoso gol, cabeceado por el segundo, que dejó fuera de la Copa de Europa al Madrid. Después ha habido otras fugas, en un sentido o en otro, y siempre han servido para que los aficionados del Camp Nou y del Bernabéu se acuerden de juramentos de fidelidad que han sido incumplidos. Lo de Eto'o no fue una huida; quería jugar en el Madrid y lo hizo explícito desde el propio campo imprecando a la directiva madridista por el desdén con que lo trataba. Acabó en el Barça y desde allí escribió, en su tabla de reivindicaciones, la decisión de ganarle siempre al Madrid. En cualquier sitio.
Los que calientan los partidos encontraron en el camerunés, ante el Madrid-Barça del sábado, el instrumento más propicio. Unas antiguas declaraciones desafortunadas del goleador barcelonista, la propia facundia de Eto'o puesta al servicio de los hooligans propios y ajenos y una avispada red de coincidencias mediáticas y políticas convocaron sobre este partido los negros nubarrones de la bronca. Ido Luis Enrique, a ver qué le iban a decir al camerunés que una vez vistió de blanco.
Y no pasó nada. La afición del Madrid dio el sábado una lección a los que la incitaron a convertir el partido en un recuerdo de rencores viejos avivados por una actualidad nacional que convoca más al griterío que al sosiego. La lección marca un hito, también para la ciudadanía que se expresa en otros foros, incluso en los parlamentos. Cuando tocó la primera pelota Eto'o, surgieron los gritos, pero parecieron concentrarse y desaparecer en el mismo instante; y cuando el Barça expuso sus argumentos, una afición verdaderamente ennoblecida por el conocimiento se olvidó de las consignas que se le habían repartido subliminalmente y se dedicó a ver el debate del fútbol.
Fue emocionante el partido de la grada; cualquiera que hubiera sido el resultado, este partido, que venía con tanto augurio perverso, lo ganó la afición del Madrid. Y el fútbol, que el público convierte a veces en un arte total.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.