_
_
_
_
_
Reportaje:

Francia perdona a Anelka

El delantero vuelve a la selección tres años después de negarse a ser convocado

Nicolas Anelka, jugador del Fenerbaçe turco, es un tipo tímido. Introvertido. Y siempre se ha sentido incomprendido. Como los genios. No le entendían los aficionados del Madrid, que le silbaban porque había costado más de 5.000 millones de pesetas en 1999 y no marcaba goles. No le comprendían sus compañeros, incapaces de interpretar su aire taciturno en más de ocho equipos distintos. Tampoco le entendían sus entrenadores. De Luis Fernández, que le dirigía en el PSG francés, decía que era "un hombre poco inteligente". De Vicente del Bosque, su entrenador en el Madrid, que le ponía de extremo derecho "y así no tocaba ni un balón". Y de Jacques Santini, el seleccionador francés, que era un "desconfiado" por haberle convocado a última hora para que cubriera la baja por lesión de su compañero Govou. "Puedo dar mucho a mi selección, pero no quiero ser convocado cuando no hay más remedio, como sustituto del sustituto del sustituto", dijo entonces. Tenía 23 años. Corría noviembre de 2002. Acababa de renunciar a la selección. Más de tres años después, ya con 27 y fama de eterna promesa, ha terminado su castigo: Anelka jugó ayer con Francia y marcó el primer gol en su triunfo, 3-2, ante Costa Rica, en Martinica.

"Obviamente para mí es un honor", dijo el delantero cuando supo que le habían vuelto a convocar. "Estoy muy contento de volver después de tanto tiempo". Nadie lo esperaba. Y menos él. "Hace mucho tiempo que no necesito del equipo de Francia para sentirme bien", le contó a L'Equipe cuando ya había pasado por todas las etapas de su discusión con Santini. Primero, Anelka avisó: "Santini se tendrá que poner de rodillas si quiere que vuelva". Luego, se arrepintió: "Entiendo que mis palabras le dolieran", dijo. "Pero nunca le he cerrado las puertas a Francia. Cuando creces, aprendes de tus errores". Frustrado, dolido al descubrir que ya no había marcha atrás, que no volvería a jugar con Francia, Anelka pasó al ataque: "Las razones por las que no juego no son futbolísticas. Me han puesto muchas piedras en el camino por mi carácter", argumentó.

Inseguro y dependiente de sus dos hermanos, Anelka, campeón de Europa con Francia en 2000, no encontró respiro en el cambio de seleccionador. Llegó Raymond Domenech. No le convocó. Y el delantero buscó la razón en una conspiración: "Tiene su equipo y sus jugadores. Desde el principio maneja una lista negra", explicó el jugador.

"Nunca he dicho que tuviera una lista negra", le rebatió el seleccionador. "Nunca he dicho que hay jugadores a los que nunca llamaría. Llamo a Anelka porque me interesa su velocidad, la profundidad de su juego, su complementariedad con el resto de atacantes del equipo y su facilidad para mantener el balón".

Nada más y nada menos. Fuerza. Velocidad. Desborde. El Madrid, el Arsenal, el Liverpool, todos los grandes clubes europeos, vieron en Anelka las virtudes de los delanteros que marcan época. La promesa de un jugador diferente. Cegados por el envoltorio, no quisieron mirar el contenido. No supieron ver que Anelka era un chico de los barrios bajos parisinos, un hijo de inmigrantes de Martinica, un inadaptado. Un chico problemático. El mismo que paseaba por Madrid con la pernera derecha del pantalón levantada, aires de rapero y los cascos del discman siempre pegados a las orejas. El mismo que escuchaba incansablemente a Notorius Big o Tupac, los gansters asesinados de la música gangsta estadounidense. El mismo jugador mudo que no se hablaba con nadie y que huía de la prensa porque no le comprendía."Dicen que nunca río, que jamás muestro sentimientos. Es falso", se quejaba. "No me gusta mostrar mis emociones. ¿Qué hay de malo en ello?".

Anelka, la eterna promesa, un conflicto con zamarra de futbolista, ha vuelto a la selección. El sábado, pese a los disturbios que asolan Francia, los bleus juegan contra Alemania en Saint Denis, en la periferia parisiense, zona de inmigrantes en la que comenzó la revuelta que azota al país. Y precisamente en Saint Denis, el incomprendido Anelka vuelve a casa.

Anelka (a la izquierda), junto a Henry, en un entrenamiento de Francia.
Anelka (a la izquierda), junto a Henry, en un entrenamiento de Francia.ASSOCIATED PRESS

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_