Jóvenes felices
El termómetro de la felicidad marca niveles muy saludables en los jóvenes españoles. Según el informe Juventud en España 2004, comentado recientemente en este diario, los chicos y las chicas de 15 a 29 años disfrutan de un promedio de 7,9 grados de dicha. Comparados con otros muchachos europeos los españoles son más felices que los alemanes, los austriacos, los griegos, los húngaros, los ingleses, los irlandeses, los italianos, los polacos, los portugueses y los suecos (los franceses no están incluidos). Sospecho que esta noticia reconfortante ha provocado asombro e incredulidad entre muchos paisanos convencidos de que los adolescentes son un grupo descontento, indolente y derrotista. Esta convicción suele ir de la mano de la perspectiva desalentadora sobre el porvenir del país.
Sin embargo, la verdad es que numerosas investigaciones sobre el reparto de la dicha realizadas por reconocidos especialistas europeos y estadounidenses, como Ed Diener, Ronald Inglehart, Harry Triandis y Ruut Veenhoven, apuntan a la elevada satisfacción con la vida en general de la juventud española. Por ejemplo, estudios multinacionales en los que participaron cerca de medio millón de personas demuestran que los índices de felicidad y de optimismo de los pueblos están relacionados con las percepciones de seguridad, de justicia y de libertad de sus habitantes. Nadie o casi nadie duda del buen estado de todos estos indicadores sociales en España.
Con respecto a los adolescentes, comencemos por recordar que hasta hace menos de un siglo la adolescencia no existía. Los niños eran una propiedad paterna, seres útiles que a los ocho años de edad adquirían por arte de magia el uso de razón y se convertían en adultos. Hoy la adolescencia puede durar una veintena de años. La educación ha dejado de ser un privilegio y nunca los jóvenes han sido tan respetados, protegidos y satisfechos en cuanto a sus necesidades y derechos. Es obvio que a pesar de estos avances no faltan muchachos hundidos en el desánimo y la depresión, que piensan que la vida no merece la pena e incluso optan por el suicidio. Igualmente, casi todos conocemos adolescentes que se sienten hastiados, esclavizados por el alcohol o las drogas, acosados en casa o en el colegio, o violentados por la indefensión ante el desequilibrio entre sus aspiraciones y oportunidades. No obstante, la realidad indiscutible es que, estadísticamente, estas criaturas atormentadas son una dolorosa pero clara minoría.
Otro dato interesante del citado informe es que la juventud española no tiene grandes preocupaciones pese a sus frecuentes fracasos escolares, las serias dificultades que padece para encontrar empleo estable y los consiguientes aprietos económicos. Esta revelación era previsible. La actitud positiva de las personas ante la vida es perfectamente compatible con una amplia variedad de infortunios, siempre que estos no sean considerados muy dañinos para su autoestima y su bienestar cotidiano. En mi opinión, la inmunidad contra los problemas académicos, laborales y pecuniarios que caracteriza a los jóvenes españoles se debe principalmente a que, conscientes de su impotencia para resolverlos, han elegido excluirlos de la lista de factores que determinan su nivel general de felicidad. Este eficaz mecanismo de defensa está además amparado tácitamente por la tradicional tolerancia de esta sociedad a los suspensos, al desempleo, y a la emancipación tardía de los hijos. El sentimiento de universalidad -"esto nos pasa a todos"- también ayuda a los muchachos a minimizar estos reveses y preservar su contentamiento.
Por lo que toca al concepto de sí mismos, si observamos y escuchamos sosegadamente a los jóvenes es fácil notar que, aunque los juicios que sus padres y otros mayores importantes hacen de ellos moldean su autoestima, los atributos personales que ellos y sus compañeros de grupo valoran tienen mucho más peso. Otro rasgo evidente es que la mayoría no persigue grandes metas que considera inalcanzables o fuera de su control, sino que concentra sus esfuerzos en objetivos realistas. Ésta es una buena fórmula para sacarle el mayor provecho a las cartas que les sirve la vida y aumentar sus éxitos. Es un hecho constatado que las pequeñas pero frecuentes conquistas nos mantienen más alegres que cualquier logro impresionante, que nos da un impulso temporal. En palabras del poeta libanés Jalil Gibrán, "en el rocío de las cosas pequeñas, el corazón encuentra su alborada y se refresca".
El ocio es una parcela fundamental en la calidad del día a día de los adolescentes. El contenido del tiempo libre se ha revalorizado y el impacto en su estado de ánimo es decisivo. La poderosa industria del entretenimiento ofrece constantemente a la juventud experiencias amenas y apetecibles que no exigen aptitudes especiales ni grandes recursos económicos. Escuchar música, salir de copas con amigos, ver televisión, oír la radio, ir al cine y conversar a través del móvil son pasatiempos muy populares. Por otra parte, cada día más chavales se conectan entre ellos en el espacio virtual de Internet para jugar y compartir sus mundos. En los salones de charlas de la red no pocos forjan nuevas relaciones excitantes y a menudo duraderas. Aunque el consumismo es un componente primordial de la infancia, el afán por comprar cosas indiscriminadamente amaina en la adolescencia. Intuyo que, puestos a elegir, nuestros jóvenes prefieren tener la libertad de hacer lo que quieren antes que el capital para adquirir lo que se les antoja.
Si bien la cultura juvenil ofrece una amplia gama de posibilidades para estimular ideas, emociones y conductas placenteras, numerosos estudios demuestran que las buenas relaciones con compañeros y compañeras de vida, sean de pareja, de familia, de amistades o para hacer causa común, constituyen la fuente más rica de alegría y el mejor antídoto contra los efectos nocivos de cualquier desgracia. No me cabe la menor duda de que la cohesión familiar, la sociabilidad, el compañerismo, el interés genuino en proyectos humanitarios y la inclinación al "idealismo solidario" -cualidades que abundan entre los adolescentes de este país- son los principales factores que contribuyen a su alto nivel de satisfacción con la vida.
En definitiva, los altos grados de felicidad y de esperanza de los jóvenes españoles son datos relevantes y provechosos que todos debemos celebrar. Pues además de reflejar un buen presente, son los indicadores más seguros y fiables a la hora de pronosticar el buen futuro. La razón es que los ciudadanos que se sienten razonablemente satisfechos y optimistas confían en su capacidad y competencia, resisten con firmeza las adversidades, apuestan por el progreso y eligen como mejor negocio el bien común. Por último, a mis compatriotas escépticos que prefieren ignorar o rechazar la importancia de estos hechos les advierto, con palabras prestadas de un viejo proverbio danés, que "el firmamento no es menos azul porque las nubes nos lo oculten o los ciegos no lo vean".
Luis Rojas Marcos es profesor de Psiquiatría de la Universidad de Nueva York.
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