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Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

Trenes de Francia

Mientras la estación de Sants esté en obras para adecuarla a la llegada del AVE, los trenes con destino a París, Zúrich y Milán volverán a salir de la estación de Francia a partir del próximo lunes. Para miles de personas, la estación a la que se llega constituye la primera impresión que recibes de una ciudad. Sé de qué hablo. Hace 34 años, cuando llegué, la estación de Francia no estaba, ni mucho menos, tan cuidada como ahora y no existía la alternativa subterránea de Sants. Desde la ventanilla, el viajero tenía tiempo de asimilar las primeras imágenes de Barcelona tras un renqueante recorrido entre vías muertas o agonizantes y muros sin grafitos culminados por cristales deliberadamente rotos para disuadir a los manguis. El tren aminoraba su ya de por sí lentísima marcha y te permitía identificar remotas referencias a las que agarrarte para empezar tu nueva vida. Las proporciones de la estación eran las mismas que ahora: impresionante vestíbulo, despliegue de estructuras metálicas y un acceso casi inmediato a una calle con taxis, y esa compasiva curiosidad que despiertan los grupos con maletas entre los indígenas y que podría resumirse en una frase: "Que no te pase nada".

La estación de Francia, el Día de la Hispanidad. Desfilan por allí pocas personas. Desfilan, en cambio, recuerdos de hace 34 años

Aprovechando el Día de la Hispanidad, me acerco a la estación de Francia en busca de remotas referencias a mi pasado. Son las nueve de la mañana. En la cafetería, casi vacía, tres noctámbulos apuran la juerga. Visiblemente pasados de copas, intentan regatear el montante de la cuenta con un camarero que habla español casi tan mal como sus clientes, aunque por motivos diferentes: ellos por el alcohol ingerido, él porque aún no domina uno de los idiomas de su país de acogida. Sobre el suelo del vestíbulo, tres inmensas estrellas, y, cerca del mostrador de venta de billetes, pantallas con los nombres de los destinos: Reus, Valencia Nord, Móra, Tortosa, ciudades a las que, a partir del 17 de octubre, se sumarán Milán, París y Zúrich. En la zona de los andenes, 14 en total, tampoco hay nadie. La hispanidad, deduzco, se celebra quedándose en casa o viendo el desfile por televisión, amenizado con una música a medio camino entre el trance militar y el hard-pasodoble, apreciando las diferencias entre el paso acelerado de los legionarios y la coreografía, más pausada, de los regulares.

Por la estación sólo desfila una mujer uniformada de mujer de la limpieza. Arrastra un carro nada bélico (marca Numatic), cargado de escobas y lejías de destrucción masiva. No hay marcialidad en sus movimientos, sólo cierto cansancio cuando pasa junto a una maqueta que reproduce la estación a escala. En una placa puede leerse que el proyecto inicial data de 1929 y, a continuación, la lista de apellidos de los arquitectos: Muguruza Otano, Duran i Reynals, Martínez Paricio. Hay más gente en la maqueta que en la estación de verdad, pero las proporciones reales son más hermosas, incluida la de ese reloj que, si no recuerdo mal, no funcionaba el día que llegué. Digo "si no recuerdo mal" porque el detalle es sospechosamente literario. Me temo que mi memoria se lo habrá inventado tras uno de esos procesos de maquillaje nostálgico con los que solemos disfrazar nuestros traumas más íntimos. En una pequeña sala reservada a teléfonos públicos, hay una máquina expendedora de botellas de agua mineral con un lema idóneo para este escenario: "Cuídate estés donde estés". No es un mal consejo, sobre todo para los que llegan por primera vez, sin saber si será para siempre, deseando no integrarse demasiado no vaya a ser que olvides tus raíces y finjas adoptar unas nuevas, o por el contrario deseando integrarse enseguida, precisamente para olvidar cualquier rastro de vida anterior.

Los detalles son una invitación a pensar en el éxodo más que en el turismo, en los días laborables más que en los festivos. En un rincón, hay una escultura metálica de Sergi Aguilar. Título: Sense retorn nº 2. Cuando llegas por primera vez a una ciudad, ¿te detienes a mirar las esculturas o te apresuras a buscar cuanto antes la cola del autobús o la de los taxis? Junto a la escultura, hay unos andamios desmontados. Quizá sean otra obra conceptual: el paso siguiente al sin retorno es, para muchos, un andamio. "Regional Express con destino Valencia, salida inmediata", dice la megafonía. No veo a nadie dentro del tren y los que llegan casi no llevan pasajeros. La hispanidad, insisto, concentra todos sus movimientos en el desfile conmemorativo y su plomiza retransmisión. Salgo de la estación. Cruzo la calle, paso por debajo de los balcones del hostal Orleans y delante del rótulo de neón del bar Navia. El paseo continúa por calles que intento mirar como si fuera la primera vez que las viera. Todo me resulta extraño, incluso la gente con la que me cruzo, entre los que no faltan hiperactivos grupos de turistas, a los que no parece afectar la hispanidad. Viéndoles cruzar la Via Laietana, me doy cuenta de que se comportan como si estuvieran desfilando, formando parte de un ejército espontáneo que va conquistando ciudades y sometiendo a los indígenas a las leyes, más benévolas que las de la guerra y de la colonización hispánica, del imperio turístico.

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