Cogida menos grave de Perera
Miguel Ángel Perera resultó cogido de carácter menos grave cuando toreaba por naturales al tercero de la tarde, manso, noble y con las fuerzas justas, al que el diestro realizó un ceñidísimo quite por chicuelinas, y brindó después al público en un presagio de faena grande. Ciertamente, el inicio fue espectacular: dos pases cambiados por la espalda, perfectamente ligados con el de pecho, en el centro del ruedo y en un palmo de terreno, pusieron la plaza en pie. Siguió por redondos en dos tandas de pases largos y templados, a la altura del tranco alegre del noble oponente. Tomó la izquierda, y al segundo envite saltó el torero por los aires y quedó claro que el pitón había calado en la carne. Se resistió a retirarse a la enfermería, pero el toro se rajó y todo quedó en un gesto de vergüenza torera que fue recompensado con una merecida oreja.
Flores, del Cuvillo / Hernández, Castella, Marín, Perera
Un toro despuntado para rejoneo de Flores Tassara, inválido, y seis de Núñez del Cuvillo, bien presentados, astifinos e inválidos. El segundo, sobrero de Martín Lorca, inválido. El rejoneador Leonardo Hernández: bajonazo -silencio-. Sebastián Castella: pinchazo y estocada -ovación-; estocada (vuelta); pinchazo y estocada baja (ovación). Serafín Marín: pinchazo y estocada (silencio); dos pinchazos -aviso- y un pinchazo (silencio). Miguel Ángel Perera: estocada trasera, oreja. Resultó herido en el tercio medio de la cara interna del muslo izquierdo con una trayectoria de 25 centímetros y pronóstico de menos grave. Plaza de las Ventas. 8 de octubre. Segunda corrida de la Feria de Otoño. Lleno.
Pero el héroe de la tarde se llama Sebastián Castella. Vive este torero un momento dulce en plena juventud. Posee una seguridad que espanta, pisa unos terrenos que parecen imposibles y su presencia en la plaza emociona intensamente porque todo su quehacer destila verdad.
Pagó cara su osadía porque acabó magullado y dolorido tras la enorme paliza que le propinó el cuarto cuando lo citó con el capote y cometió el grave error de impedir el paso del toro, razón por la que éste lo atropelló, lo buscó con saña en el suelo y le rajó la taleguilla. Renqueante y mermado de fuerzas, brindó al público, se metió entre los pitones y aun consiguió un par de naturales muy estimables antes de matar de una estocada fulminante. Ya había demostrado que es un torero en plenitud de forma en su primero, un toro precioso y astifino, pero inválido y derrengado como sus hermanos. Se dejó llegar los pitones a los muslos y, aunque no fue posible el toreo, quedó claro que había un torero en la plaza. Era ya de noche cuando Castella tomó la muleta para matar al sexto, otro inválido, al que citó en el centro del anillo con la gallardía propia de las figuras. Cruzado siempre, desafiante, metido entre las astas, exprimió la tosca embestida del animal.
Sergio Marín pechó con el lote más desabrido, pero se negó a ser un convidado de piedra. Se lució a la verónica en ambos toros; nada pudo hacer ante el tullido primero, al que tuvieron que levantar de la arena tirándole del rabo, y se fajó, valentísimo, con el quinto, ante el que aguantó gañafones y parones de auténtico miedo.
Abrió plaza el rejoneador Leonardo Hernández ante otro toro inválido, y en un ambiente frío y fuera de contexto; aseado y técnico, brilló con las banderillas y todo quedó en silencio al matar de un feo rejón en los bajos.
Babelia
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