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Análisis:NUESTRA ÉPOCA
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Turquía y Europa

Timothy Garton Ash

Esta semana, la Unión Europea ha hecho una cosa extraordinaria. Decidió convertirse en una mancomunidad que abarque toda Europa, y no en el superestado europeo que puebla las pesadillas de los euroescépticos británicos.

El principal resultado de la apertura de las negociaciones para la incorporación de Turquía, que tan amarga oposición ha despertado, no es que se garantice la pertenencia de Turquía a la Unión Europea, cosa que puede ser realidad o no de aquí a 10 o 15 años. El principal resultado es que, al llevar la frontera de la ampliación tan al sur y tan al este, el resto del sureste europeo no tiene más remedio que entrar en la UE, seguramente antes que Turquía. Se trata de una ironía histórica curiosa. Turquía, que anteriormente, en su forma otomana, ocupó gran parte de los Balcanes y, por tanto, los aisló de lo que entonces constituía el club cristiano de Europa, va a ser ahora la que abra la puerta de Europa a sus antiguas colonias.

Turquía, que ocupó gran parte de los Balcanes y los aisló de la cristiandad, va a ser ahora la que abra la puerta de Europa a sus antiguas colonias
Europa se diluye en las llanuras de Turquía y Rusia, así que entre Moscú y Vladivostok, Estambul y Hakkari hay un punto en el que empieza Asia
Turquía, que concilia una sociedad islámica en su mayor parte con un Estado laico, es vital para el resto del islam y para los musulmanes europeos

Bulgaria y Rumania, en cualquier caso, se integrarán en la UE en 2007. ¿Y cuál ha sido el precio de que Austria aceptara, por fin, que se abrieran las negociaciones con Turquía? ¡Una promesa similar para Croacia! Y una cosa lleva a otra. Una vez que los países balcánicos estén dentro, empezarán inmediatamente a agitar para que se les unan sus vecinos, del mismo modo que Polonia agita en la actualidad para que se hagan promesas a Ucrania. No importa que esos vecinos sean antiguos adversarios, con amargos recuerdos de las guerras recientes y la limpieza étnica. La misteriosa alquimia de la ampliación hace que quienes eran enemigos se conviertan en partidarios. Alemania fue la gran promotora de la incorporación polaca, y Grecia sigue siendo uno de los países que más apoyan la entrada de Turquía.

Cuando Serbia o Macedonia llamen a la puerta de Bruselas, exclamarán: "¿Cómo dicen sí a Turquía y nos dicen no a nosotros, que estamos más cerca y desde luego somos más europeos que ellos?". Como son unos países, en general, pequeños, y como la UE ya se encarga en gran parte de la seguridad y la reconstrucción del sureste europeo, como potencia casi colonial desde que acabó el conflicto, los miembros más antiguos de la Unión, de mala gana, suspirarán y dirán: "En fin, qué demonios, uno o dos países pequeños más no suponen gran diferencia, los grandes quebraderos de cabeza nos los dan Turquía y Ucrania". Así que dejarán que se cuelen.

Como consecuencia, independientemente de que Turquía se incorpore o no durante el próximo decenio, para el año 2015, la Unión Europea abarcará la mayoría de lo que históricamente se ha considerado el territorio de Europa, y tendrá entre 32 y 37 Estados miembros. Porque es posible que, al final, Suiza, Noruega e Islandia también decidan entrar. La frontera la formarán Turquía y Ucrania, y Rusia disfrutará de una relación especial con esta nueva Unión.

Sólo el más obtuso euroescéptico es capaz de suponer que una Unión Europea tan amplia y diversa pueda ser un superestado napoleónico, centralizado y burocrático. Por eso, los que todavía desean algo semejante a unos Estados Unidos de Europa opinan que el lunes fue un día terrible para los europeos.

El francés Valéry Giscard d'Estaing, autor principal del tratado constitucional de la UE que nació antes de morir, estaba desesperado, mientras que el británico Jack Straw sonreía de oreja a oreja. En general, los británicos odiaban la Constitución porque creían que su efecto sería una Europa francesa, y los franceses odian la ampliación porque creen que la consecuencia será una Europa británica. Giscard se lamenta de que estas nuevas ampliaciones "claramente van a transformar Europa en una gran zona de libre comercio". Es el propósito que los europeos del continente han achacado tradicionalmente a los británicos.

La visión británica

Es más, es lo que algunos británicos quieren que sea Europa. Por eso a Margaret Thatcher le encantaba la ampliación. Hace poco oí decir explícitamente a un destacado conservador, miembro del gabinete en la sombra, que le gustaba la perspectiva de nuevas ampliaciones porque, de esa forma, la UE será lo que tiene que ser, una gran zona de libre comercio. Pero esas voces no representan las ideas del Gobierno británico y, en cualquier caso, no tienen razón.

Esta Europa ampliada será mucho más que una zona de libre comercio, o se quedará en nada. Ya es mucho más. Y a la mayoría de los nuevos miembros les interesa apasionadamente que lo sea. Para no ser más que una zona de libre comercio, la UE tendría que dar un gran paso atrás, y eso es impensable. Lo que hay en perspectiva es, más bien, una entidad tan distinta de una zona de libre comercio como de un superestado centralizado. Una comunidad política continental sin precedentes que, a falta de otro término mejor, yo llamo commonwealth o mancomunidad, aunque mucho más parecida a la mancomunidad de polacos y lituanos en los primeros tiempos de la Edad Moderna que a la Commonwealth británica de hoy.

Entretanto, no crean que estoy eludiendo la cuestión de la pertenencia de Turquía. Si empezáramos desde cero, sería partidario de que Europa tenga una relación de colaboración especial (en palabras de Angela Merkel) con Turquía, y también con Rusia. ¿Por qué? Porque, en sus fronteras del este y del sureste, Europa no se acaba, se diluye. Se diluye a través de las grandes llanuras de Turquía y Rusia. En algún punto entre Moscú y Vladivostok, en algún punto entre Estambul y Hakkari, uno se encuentra más en Asia que en Europa. El hecho de que la geografía y la historia de estos dos países tengan esa peculiaridad de ser europeas sólo en parte indica una relación especial, porque la sensación de pertenecer a una unidad geográfica e histórica es importante para cualquier comunidad política de Europa.

Promesas

Pero no partimos de cero. Tenemos que respetar una serie de promesas. Llevamos más de 40 años asegurando a Turquía que va a formar parte de nuestra comunidad europea. Durante la última década hemos repetido, reforzado y concretado estas promesas. El ejemplo de Turquía, que concilia una sociedad mayoritariamente islámica con un Estado laico, es vital para el resto del islam, y no carece de importancia para los 15 o 20 millones de musulmanes que ya viven en Europa. Cuando estuve en Irán, hace poco, un mulá disidente, que había pasado 18 meses en prisión por criticar el régimen islámico de su país, me dijo: "Hay dos modelos, Turquía e Irán". ¿Cuál debemos apoyar? La respuesta es, como dicen en Estados Unidos, "de tontos". Y la Unión Europea, aunque no tiene cerebro -es decir, no toma decisiones como una nación-estado-, ha hecho lo que tenía que hacer. Turquía es una excepción, no un precedente para Marruecos o Argelia. Con buen criterio, la Unión Europea ha decidido incorporar un pedazo de Asia.

Ahora bien, para que eso ocurra tenemos que garantizar dos cosas. En primer lugar, que Turquía cumpla verdaderamente los famosos Criterios de Copenhague de la UE, con una democracia liberal estable, el imperio de la ley (con plena igualdad para hombres y mujeres), una economía libre de mercado, libertad de palabra (incluso para los intelectuales que dicen que los turcos cometieron genocidio contra los armenios) y respeto a los derechos de las minorías (en especial, los de los kurdos). Turquía tiene aún mucho camino que recorrer. En segundo lugar, otra cosa igualmente difícil: la opinión pública de los Estados miembros actuales, como Francia y Austria, debe estar dispuesta a aceptar el ingreso de Turquía. Entre estos dos requisitos, nos esperan al menos 10 años de trabajo.

Así pues, como suele ocurrir, la Unión Europea ha hecho esta semana algo muy importante, sin entender verdaderamente lo que ha hecho. No ha decidido que Turquía sea miembro; ha decidido que Europa sea una mancomunidad, y no un superestado.

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

Las banderas de la Unión Europea y Turquía ondean en el Gran Bazar de Estambul.
Las banderas de la Unión Europea y Turquía ondean en el Gran Bazar de Estambul.

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