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LECTURA

¿Es posible aún el fascismo?

Se puede definir el fascismo como una forma de conducta política caracterizada por una preocupación obsesiva por la decadencia de la comunidad, su humillación o victimización y por cultos compensatorios de unidad, energía y pureza, en que un partido con una base de masas de militantes nacionalistas comprometidos, trabajando en una colaboración incómoda pero eficaz con élites tradicionales, abandona las libertades democráticas y persigue con violencia redentora y sin limitaciones éticas o legales objetivos de limpieza interna y expansión exterior.

Ciertamente, la actuación política exige elegir entre opciones, y las opciones que se eligen (como mis críticos se apresuran a señalar) nos hacen volver a las ideas subyacentes. Hitler y Mussolini, que despreciaban el "materialismo" del socialismo y del liberalismo, insistían en la importancia básica de las ideas para sus movimientos. Muchos antifascistas, que se niegan a otorgarles esa dignidad, no piensan lo mismo. "La ideología del nacionalsocialismo está cambiando constantemente -comentaba Franz Neumann-. Tiene ciertas creencias mágicas (adoración de la jefatura, supremacía de la raza superior), pero no está expuesto en una serie de afirmaciones categóricas y dogmáticas". Sobre este punto, este libro se aproxima a la postura de Neumann, y ya examiné con cierta extensión en la introducción la relación peculiar del fascismo con su ideología, simultáneamente proclamada como algo básico y, sin embargo, enmendada o violada cuando conviene. No obstante, los fascistas sabían lo que querían. No se pueden desterrar las ideas del estudio del fascismo, pero puede uno situarlas adecuadamente entre todos los factores que influyen en este complejo fenómeno. Podemos abrirnos paso entre los extremos: el fascismo no consistió ni en la simple aplicación de su programa ni en un oportunismo descontrolado.

Un partido con una base de masas militantes nacionalistas, trabajando en una colaboración incómoda con élites tradicionales, abandona las libertades y utiliza la violencia redentora para objetivos de limpieza
La opinión más extendida es que, aunque haya aún fascistas, las condiciones de la Europa de entreguerras que les permitieron crear movimientos e incluso tomar el poder no existen ya
En el futuro, un hipotético fascismo auténticamente popular en Estados Unidos sería piadoso, antinegro y, después del 11 de septiembre de 2001, también antiislámico

Yo creo que como mejor se deducen las ideas que subyacen a las acciones fascistas es partiendo de esas acciones, pues algunas de ellas no llegan a expresarse y se hallan implícitas en el lenguaje público fascista. Muchas pertenecen más al reino de los sentimientos viscerales que al de las proposiciones razonadas. Yo las llamo "pasiones movilizadoras":

- Un sentimiento de crisis abrumadora contra la que nada valen las soluciones tradicionales;

- La primacía del grupo, respecto al cual uno tiene deberes superiores a cualquier derecho, sea individual o universal, y la subordinación del individuo a él;

- La creencia de que el grupo propio es una víctima, un sentimiento que justifica cualquier acción, sin límites legales ni morales, contra sus enemigos, tanto internos como externos;

- Miedo a la decadencia del grupo por los efectos corrosivos del liberalismo individualista, la lucha de clases y las influencias extranjeras.

- La necesidad de una integración más estrecha de una comunidad más pura, por el consentimiento si es posible o por la violencia excluyente en caso necesario.

- La necesidad de autoridad a través de jefes naturales (siempre varones), que culmina en un caudillo nacional que es el único capaz de encarnar el destino histórico del grupo.

- La superioridad de los instintos del caudillo respecto a la razón abstracta y universal.

- La belleza de la violencia y la eficacia de la voluntad, cuando están consagradas al éxito del grupo.

- El derecho del pueblo elegido a dominar a otros sin limitaciones de ningún género de ley divina ni humana, derecho que se decide por el exclusivo criterio de la superioridad del grupo dentro de una lucha darwiniana.

El fascismo, de acuerdo con esta definición, así como la conducta correspondiente a estos sentimientos, aún es visible hoy. Existe fascismo al nivel de la Etapa Uno dentro de todos los países democráticos, sin excluir a Estados Unidos. "Prescindir de instituciones libres", especialmente de las libertades de grupos impopulares, les resulta periódicamente atractivo a los ciudadanos de las democracias occidentales, incluidos algunos estadounidenses. Sabemos, por haber seguido su rastro, que el fascismo no precisa de una "marcha" espectacular sobre alguna capital para arraigar; basta con la decisión aparentemente anodina de tolerar un trato ilegal de los "enemigos" de la nación. Algo muy próximo al fascismo clásico ha llegado a la Etapa Dos en unas cuantas sociedades profundamente atribuladas. No es inevitable, sin embargo, que siga progresando. Los posteriores avances fascistas hacia el poder dependen en parte de la gravedad de una crisis, pero también en muy alto grado de elecciones humanas, especialmente las de aquellos que detentan poder económico, social y político. Determinar las respuestas adecuadas a los avances fascistas no es fácil, porque no es probable que su ciclo se repita a ciegas. Pero estamos en una posición mucho mejor para reaccionar sabiamente si entendemos cómo triunfó el fascismo en el pasado (...)

¿Se ha acabado ya el fascismo?

He trazado bastante fácilmente el límite inicial del fascismo en el momento en el que la democracia de masas estaba empezando a operar plenamente y a enfrentarse con su primera borrasca. Aunque puedan identificarse precursores antes de 1914 , no hubo espacio adecuado para el fascismo hasta después de la Primera Guerra Mundial y la Revolución Bolchevique. Los movimientos fascistas no pudieron alcanzar su primer desarrollo pleno hasta el reflujo de estas dos mareas.

El límite final del fascismo es más difícil de situar. ¿Se ha acabado el fascismo? ¿Hay un Cuarto Reich o algo equivalente en perspectiva? Más modestamente, ¿hay condiciones bajo las cuales algún tipo de neofascismo pudiera convertirse en un actor lo suficientemente poderoso en un sistema político como para disponer de influencia política? No hay pregunta que se formule con mayor insistencia ni que cause más angustia a un mundo que aún se duele de las heridas que le infligieron los fascismos durante 19221945.

Investigadores importantes han sostenido que el periodo fascista concluyó en 1945. En 1963, el filósofo alemán Ernst Nolte escribió en un aclamado libro sobre "el fascismo y su era" que, aunque el fascismo aún existía después de 1945, había sido despojado de significación real. Muchos han coincidido con él en que el fascismo fue un producto de una crisis particular y única nacida del pesimismo cultural de la década de 1890, la vorágine de la primera "nacionalización de las masas", las tensiones de la Primera Guerra Mundial y la incapacidad de los regímenes democráticos liberales para afrontar las secuelas de la guerra, y en particular la expansión de la Revolución Bolchevique.

Repugnancia

El mayor obstáculo para la resurrección del fascismo clásico después de 1945 fue la repugnancia que había llegado a inspirar. Hitler provocó náuseas cuando se difundieron las imágenes truculentas de los campos de concentración recién liberados. Mussolini inspiró burlas. Paisajes devastados atestiguaban el fracaso de ambos. El cuerpo carbonizado de Hitler en las ruinas de su búnker de Berlín y el cadáver de Mussolini colgado de los tobillos en una sucia gasolinera de Milán señalaron la mísera extinción de su carisma.

La posibilidad de una resurrección del fascismo se enfrentó después de 1945 a obstáculos adicionales: la creciente prosperidad y la globalización aparentemente irreversible de la economía mundial, el triunfo del consumismo individualista, la disminución de la posibilidad de la guerra como instrumento de política nacional para las naciones grandes en la era nuclear y la credibilidad menguante de una amenaza revolucionaria. Todos estos fenómenos de posguerra han sugerido a muchos que el fascismo, tal como floreció en Europa entre las dos guerras mundiales, no podía existir después de 1945, al menos no en la misma forma.

El final del fascismo quedó en entredicho en la década de 1990 por una serie de procesos aleccionadores: la limpieza étnica en los Balcanes y la agudización de los nacionalismos excluyentes en la Europa oriental poscomunista; la difusión de la violencia de los "cabezas rapadas" contra los inmigrantes en Inglaterra, Alemania, Escandinavia e Italia; la primera participación de un partido neofascista en un Gobierno europeo en 1994, cuando la Alleanza Nazionale Italiana, descendiente directa del principal partido neofascista italiano, el Movimento Sociale Italiano (MSI), se incorporó al primer Gobierno de Silvio Berlusconi; la entrada del Freiheitspartei (Partido de la Libertad) de Jörg Haider, con sus guiños de aprobación a los veteranos nazis, en el Gobierno austriaco en febrero de 2000; el asombroso ascenso de la extrema derecha francesa de Jean-Marie Le Pen al segundo lugar en la primera vuelta de las elecciones presidenciales francesas en mayo de 2002; y la meteórica ascensión del antiinmigrantes marginal pero inconformista Pym Fortuyn en Holanda en el mismo mes. Finalmente, todo un universo de "grupúsculos" de la derecha radical fragmentados que proliferaron, manteniendo viva una gran variedad de temas y prácticas de la extrema derecha.

El que uno crea o no que el fascismo puede resurgir es algo que depende, claro está, de lo que entienda por fascismo. Los que previenen de que el fascismo está volviendo tienden a presentarlo, de una forma bastante laxa, como nacionalismo y racismo abiertamente violentos. El autor que proclamó más categóricamente la muerte del fascismo en 1945 postula que sus elementos definitorios (soberanía particular ilimitada, un gusto por la guerra y una sociedad basada en la exclusión violenta) simplemente no tienen lugar alguno en el mundo complejo e interdependiente posterior a la Segunda Guerra Mundial. La opinión más extendida es que, a pesar de que haya aún fascistas por ahí, las condiciones de la Europa de entreguerras que les permitieron crear movimientos importantes e incluso tomar el poder no existen ya.

El tema del fascismo desde 1945 es más dudoso aún por lo polémico de la terminología. A la extrema derecha de la Europa posterior a 1945 se la acusa continua y estridentemente de revivir el fascismo; sus dirigentes niegan la acusación con similar insistencia. Los movimientos y partidos de posguerra no han sido, por su parte, menos amplios que los fascismos de entreguerras, capaces de unir a auténticos admiradores de Mussolini y Hitler en la misma tienda que quienes votan por un solo tema y los rebeldes indecisos. Sus dirigentes han preferido presentar un rostro moderado ante el público general, mientras dan la bienvenida en privado a los simpatizantes declarados del fascismo con mensajes en clave de que hay que aceptar la historia propia, restaurar el orgullo nacional o reconocer el valor de los combatientes de todos los bandos.

La inoculación de la mayoría de los europeos contra el fascismo original por la vergüenza de 1945 es intrínsecamente temporal. Los tabúes de 1945 se han debilitado inevitablemente con la desaparición de la generación de los testigos presenciales. De todos modos, un fascismo del futuro (una reacción de emergencia a alguna crisis aún no imaginada) no tiene por qué parecerse literalmente al fascismo clásico en sus símbolos y signos externos. Un movimiento futuro que "prescindiese de instituciones libres" para realizar las mismas funciones de movilización de masas a través de la reunificación, purificación y regeneración de algún grupo atribulado, se llamaría sin la menor duda de algún otro modo, y se valdría de símbolos nuevos. No sería por eso menos peligroso.

Por ejemplo, aunque un nuevo fascismo satanizaría inevitablemente a algún enemigo, tanto interno como externo, ese enemigo no tendrían por qué ser los judíos. Un fascismo estadounidense auténticamente popular sería piadoso, antinegro y, después del 11 de septiembre de 2001, también antiislámico; en Europa occidental, laico y, en estos momentos, más probablemente antiislámico que antisemita; en Rusia y en Europa oriental, religioso, antisemita, eslavófilo y antioccidental. Los nuevos fascismos probablemente preferirían el atuendo patriótico general de su propio lugar y época a símbolos ajenos como cruces gamadas o fasces. El moralista inglés George Orwell comentaba en la década de 1930 que el auténtico fascismo británico aparecería tranquilizadoramente ataviado con un sobrio traje inglés. No hay ningún papel de tornasol indumentario para determinar lo que es fascismo y lo que no lo es.

Pueden ayudarnos más a determinar si aún es posible el fascismo las etapas en torno a las cuales he estructurado este libro. Resulta relativamente fácil aceptar la persistencia generalizada de la Etapa Uno (la fundacional), la de movimientos de la derecha radical que tienen cierta vinculación implícita o explícita con el fascismo. Ha habido ejemplos desde la Segunda Guerra Mundial en toda sociedad industrial y urbanizada con política de masas. La Etapa Dos, sin embargo, en la que esos movimientos arraigan en sistemas políticos como actores significativos y titulares de intereses importantes, exige una prueba histórica mucho más rigurosa. La prueba no nos exige, sin embargo, hallar réplicas exactas de la retórica, los programas o las preferencias estéticas de los primeros movimientos fascistas de la década de 1920. A los fascismos históricos los moldearon el espacio político en el que crecieron y las alianzas que fueron esenciales para que alcanzasen las etapas Dos o Tres, y las nuevas versiones experimentarán una influencia similar. Las copias en papel carbón del fascismo clásico han resultado habitualmente demasiado exóticas o demasiado vergonzosas desde 1945 para conseguir aliados. Los cabezas rapadas, por ejemplo, sólo se convertirían en equivalentes funcionales de las SA de Hitler y de los escuadristas de Mussolini si inspiraran simpatía en vez de repugnancia. Si elementos importantes de la élite conservadora empezasen a cultivarlos o incluso tolerarlos como arma contra algún enemigo interior, como los inmigrantes, estaríamos aproximándonos a la Etapa Dos.

Etapa Dos

Todo indica que desde 1945 sólo han alcanzado la Etapa Dos (si es que lo han hecho), al menos fuera de las zonas antes controladas por la Unión Soviética, los partidos y movimientos de la derecha radical que se han esforzado por "normalizarse" como partidos aparentemente moderados y diferenciables del centro-derecha sólo por su tolerancia hacia algunos amigos embarazosos y por excesos verbales esporádicos. En el nuevo mundo inestable que siguió al hundimiento del comunismo soviético abundan, sin embargo, movimientos que se parecen demasiado al fascismo. Si interpretamos la resurrección de un fascismo puesto al día como la aparición de algún equivalente funcional y no como una repetición exacta, es posible la reaparición. Pero hay que interpretarlo con una comparación inteligente de cómo funciona y no prestando una atención superficial al simbolismo externo.

Europa occidental es la zona que cuenta con una herencia fascista más fuerte desde 1945.

Manifestantes de extrema derecha con símbolos nazis protestan en el centro de Lisboa el pasado 18 de junio contra la política de inmigración.
Manifestantes de extrema derecha con símbolos nazis protestan en el centro de Lisboa el pasado 18 de junio contra la política de inmigración.JOSÉ MANUEL RIBEIRO

Las dictaduras de Franco y Salazar

EL GENERAL FRANCISCO FRANCO, que dirigió al Ejército español en la rebelión contra la República en julio de 1936 y que se convirtió en 1939 en el dictador de España, tomó prestados claramente algunos aspectos del régimen de su aliado Mussolini. Se hizo llamar Caudillo y convirtió a la fascista Falange en el único partido. Durante la Segunda Guerra Mundial y después de ella, los aliados trataron a Franco como un socio del Eje. Fortaleció esa impresión el carácter sanguinario de la represión franquista, en la que pudieron haber muerto hasta 200.000 personas entre 1939 y 1945, y por los esfuerzos del régimen para impedir el contacto cultural y económico con el mundo exterior.

En abril de 1945, funcionarios españoles asistieron a una misa por la muerte de Hitler. Sin embargo, un mes más tarde, el Caudillo les explicó a sus seguidores que "es necesario arriar un poco las velas [de la Falange]". A partir de entonces la España de Franco, siempre más católica que fascista, basó su autoridad en pilares tradicionales como la Iglesia, los grandes terratenientes y el Ejército, encargándoles básicamente del control social en vez de la cada vez más débil Falange o el Estado. El Estado franquista intervino poco en la economía y apenas se esforzó en regular la vida diaria de la gente siempre que se mostrase pasiva.

El Estado Novo de Portugal difirió aún más profundamente del fascismo que la España de Franco. Salazar fue sin duda el dictador de Portugal, pero prefirió un público pasivo y un Estado limitado en que el poder social se mantuvo en manos de la Iglesia, el Ejército y los grandes terratenientes. En julio de 1934, el doctor Salazar prohibió el movimiento fascista portugués, el Nacionalsindicalismo, acusándolo de "exaltación de la juventud, el culto a la fuerza a través de la llamada 'acción directa', el principio de la superioridad del poder político del Estado en la vida social, la tendencia a organizar a las masas tras un dirigente político"... No es una mala descripción del fascismo.

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