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Woodgate encuentra un salvador en su debú

En las últimas tres temporadas el Real Madrid ha invertido unos 270 millones de euros en reforzar su plantilla. La última decantación de todo este proceso se expuso ayer en el Bernabéu. Allí, ante 70.000 hinchas expectantes, el equipo que más dinero ha gastado en Europa en los últimos años se enfrentó al de la plantilla más modesta: el Athletic. En los últimos tres años, el club vasco ha invertido 200.000 euros en fichajes. Lo que le costó repescar a Unai Expósito de Osasuna, este verano.

No se sabe en qué rincón del complejo esquema de toma de decisiones de Chamartín se gestó el fichaje de Woodgate, un central inglés que costó 24 millones de euros hace un año y llegó del Newcastle lesionado. El hecho es que desde los despachos, los responsables llevan 17 meses ansiando el debú de Woodgate. Por fin lo vieron ayer. Lo hizo con tan mala suerte que alguien decidió que jugase de titular en un partido con pronóstico tenso. Casi como recurso de salvación para una defensa que se come todos los balones que vuelan.

Woodgate tiene planta de gran marcador central. Se maneja en el juego aéreo con naturalidad y es elegante. Pero lleva demasiado tiempo sin oler la competición y ayer descubrió sus achaques: tuvo mala suerte en un centro venenoso de Etxeberria y metió la pata en una entrada que mereció la tarjeta que le mostró el árbitro, y fue expulsado en la segunda mitad. El debú de Woodgate fue triste porque por una pifia suya el Madrid se hundió en el marcador. Justamente él, el menos responsable de los jugadores en el campo. El menos culpable de que el equipo despliegue ese aire tan deprimente con el que ayer saltó al campo.

El público, contagiado desde el principio por la melancolía, sólo se animó tras el descanso, cuando vio que Luxemburgo ponía a Guti en el campo. Entonces, sólo en ese momento, el Bernabéu coincidió en un aplauso más o menos unánime. El entusiasmo creció con los minutos. El equipo se animó. Hasta que un pase de 30 metros de Guti a Ronaldo rompió al Athletic bajo la línea de flotación. Fue un pase perfecto que puso en bandeja la remontada. Y el público cantó: "¡Guti-alé, Guti-alé, forza-Guti, Guti-alé!".

Hubo mucha gente agradecida, pero el primero fue Woodgate, que corrió a abrazar a Guti porque su pase le había salvado, sobre todo, a él. Cuando el inglés fue expulsado por doble amonestación el Bernabéu se puso de pie para dedicarle una ovación. Después del calvario, el chico cayó en gracia. Gracias a Guti.

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