La mejor orla de Madrid
El Instituto San Isidro, el único colegio de la ciudad durante tres siglos, quiere contar en un museo la historia docente madrileña
El Instituto San Isidro busca un museo para contar su historia, expresión de la vida docente de la ciudad. Fue el único colegio de Madrid entre los siglos XVII y XX. Con profesores como el que fuera presidente de la República Nicolás Salmerón, en sus aulas se examinó Juan Carlos de Borbón y pasaron su infancia escritores como Francisco de Quevedo, Félix Lope de Vega, Pedro Calderón de la Barca y Mariano José de Larra. Incluso asistió a clases Luis Candelas, que adquiriría fama como bandolero. Su orla colegial compende, al decir de algunos, una completa autobiografía de España.
Por ello, Isabel Piñar, directora del hoy centro de Educación Secundaria San Isidro estudia la idea de construir dentro de su recinto un museo que relate la historia docente de Madrid. "Hace una década, encomendamos a una firma de decoración de interiores un proyecto de museo ya que pensábamos que era una buena ocasión para ponerlo en marcha".
La idea no prosperó, pero aflora nuevamente ahora: entre los docentes del Instituto San Isidro arraiga la certeza de que la historia de este edificio, la de sus menudos moradores, es sin duda un segmento importantísimo de la evolución histórica de Madrid. "Tan sólo un 20% del actual presupuesto académico permitiría satisfacer ese sueño", dice Piñar.
Enclavado en la calle de Toledo a la sombra de la antigua catedral y hoy colegiata dedicada al patrón de Madrid, en él imparten la docencia 93 profesores, que regentan 42 cursos donde se inserta hoy un millar de alumnos y alumnas. Buena parte de ellos son hijos de inmigrantes americanos, africanos y asiáticos.
Todos recorren hoy -al igual que lo hicieran siglos y décadas atrás ilustres camaradas de estudios- el claustro barroco edificado por Manuel de Bueras en 1679, bajo el reinado del monarca Carlos II El Hechizado. El patio porticado es único en Madrid; cuenta 40 arcos en torno a la planta cuadrada. Los días de lluvia, los estudiantes se ensimisman, desde hace siglos, ante la caída del agua por las gárgolas que la vomitan tras recibirla desde los chapiteles de la contigua basílica de San Isidro. Esta iglesia fue erigida también con fondos legados a la Compañía de Jesús por la emperatriz María de Austria, hermana de Felipe II y donante del colegio.
Los alumnos del hoy instituto no pueden, sin embargo, acceder a la magnífica escalera que, desde el fondo del claustro, conectaba la planta baja con la superior. Hoy es una almacén de pupitres y de material escolar. Pero ahí continúa la bellísima escala, con sus peldaños dispuestos con una pauta que otorga a quien los pisa un andar avanzante y maestoso. Sobre esta escalera, la directora Isabel Piñar barrunta la idea de desplegar el futuro museo.
Otro de los patios del recinto esconde en su confín el más desconocido de los oratorios de Madrid, consagrado a la Inmaculada Concepción cuyo amable retrato lo preside. Una bóveda encañonada acoge desde el siglo XVIII frescos surgidas de los pinceles de Juan Delgado, discípulo de Antonio Palomino.
El instituto posee una biblioteca trazada por Ventura Rodríguez, con un fondo de libros antiguos donde no es difícil hallar algún volumen con el garabato de Félix Lope de Vega Carpio. Mantiene un Gabinete de Ciencias con ejemplares, incluso, de cabras bicéfalas y otras rarezas naturales que, durante décadas, impresionaron el ánimo de escolares como los hermanos Manuel y Antonio Machado, Pedro Salinas, Nicolás Sánchez Albornoz o Juan de la Cierva.
Antes, el centro había sido denominado Colegio Imperial y Seminario de Nobles que, al final del siglo XVI integró el centro de Estudios de la Villa, regido por el humanista Juan López de Hoyos, principal maestro allí de Miguel de Cervantes. En 1845 el centro adquirió su denominación de Instituto de Segunda Enseñanza San Isidro, con Nicolás Salmerón como profesor. El edificio albergó también la Universidad Central, la Escuela Diplomática, otra de Taquigrafía y la de Artes y Oficios.
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