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Valencia, capital Orihuela

Este verano que tal vez agoniza he resistido invitaciones para salir de Valencia. No me ha sido difícil vencer ninguna tentación ni he tenido que mentir. Detesto la playa, detesto el trajín y la estancia en casas ajenas. Cuando vivía en USA, viajaba de aquí allá y de allá aquí sin equipaje. Para mayor suerte, la casa en que vivo se queda casi vacía. Sé que esto último raya en la temeridad, pues ahora ya no es tan infrecuente que en verano asalten viviendas sin cuidarse de si los ocupantes están dentro. Si el asaltante no es un sádico, tu vida no corre peligro a menos que los despojados estén en edad de sucumbir al sofoco, cosa de que no son culpables los ladrones, según la impecable lógica de éstos. Lógica: "Mira que está bien pensao / que en el sur coman gazpacho / y en el norte bacalao". Cierto que hay tipos que le despojan a uno y encima le hieran o le hacen un per signum crucis letal con un cuchillo. Son los empapados de rencor a la sociedad, algo que no tiene mucho de extraño. El poeta W.H. Auden siempre llevaba cinco dólares en la cartera, para aplacar con tal fortunón al posible atracador. "Me temo", le dije, "que los precios han subido y con ese billete sólo conseguirás cabrear más al mugger. (Léase atracador, que es más sonoro, aunque menos punzante).

Leyendo poco y sin ganas, días pasados me topé con la vida y milagros (en esbozo) de un señor de por los predios oriolanos; Ángel Fenoll. Es lo que tiene el agosto, que habiendo menos información, se fija uno más en la que hay. Este señor Fenoll es un personaje de largo alcance, a qué negarlo. Se deduce de la reseña de Ezequiel Moltó, aquí en EL PAÍS (26-05). Qué cumbres no hubiera escalado don Ángel de haber nacido en la América del siglo XIX, la de los Gould, los Fisk, los Vanderbilt. "La función de Vanderbilt era robar al público", escribió el siempre socarrón Galbraith. Pero este país da de sí lo que da de sí y tampoco es nadería. En Orihuela, "el empresario Ángel Fenoll ha levantado un imperio industrial con la recogida y tratamiento de basura a la sombra del PP". Parece que el punto de inflexión de la carrera de Fenoll se produjo "cuando el Ayuntamiento de Orihuela le adjudicó a dedo la recogida de la basura en la costa". A dedo, adviértase, pero no se derrumben espaldas. Eso ocurre en Francia y, por desdicha, también en Alemania, según gélidas noticias que ya son costumbre. Si la señora Merkel, candidata al sillón presidencial confunde el "bruto" con el "neto"; si lo hace, además, con alevosa reincidencia, para rechifla de tirios y troyanos, ¿por qué no ha de ocurrir en Orihuela, por muy capital del noticiario valenciano que pretenda ser? Quisquillosos objetarán que no son cosas comparables. No lo son, confundir el "bruto" con el "neto" es más grave. A la postre, adjudicar a dedo es corrupción y ésta promueve fortunas y las fortunas se invierten, producen, crean empleo. Sin corrupción nadie saldría de pobre, como demuestra un libro norteamericano reciente y muy comentado, pero no recuerdo el título ni el nombre del autor. Ya lo traducirán. En fin, si hay corrupción en el país que produjo al gran moralista Kant, ¿por qué no, repito, tendría que haberla en Orihuela? Cierto, y salgo de mi atasco mental. ¿Por qué ocurren tantas cosas en Orihuela? Seguro que el lector se ha percatado de que en Orihuela pasan cosas reseñables e instructivas, según se mire con el ojo izquierdo o con el derecho. Pero tal vez ninguna tan destacable como las segregadas por el señor Fenoll.

Alguien debería escribir la biografía de este caballero, pues el esbozo que traza Ezequiel Moltó ofrece motivos sobrados. No deberíamos permitir que el recuerdo de don Ángel se disuelva en el tiempo. Luego pasa lo que pasa. Un doctorando en busca de tesis tropieza con un nombre perdido, carente de todo interés y lo rescata en forma de libro. Mientras, un prohombre tan aleccionador como Fenoll, vaga olvidado en "el infierno de Caronte", que allí esté quien tal cosa escribió.

El señor Fenoll ha tropezado más de una vez con la Justicia y ahora ha sido condenado por Trabajo por posesión de un vertedero ilegal y que además, no se ajusta a las normas. Un talud de 25 metros de altura, cuando la máxima permitida son dos. Tan ingente cantidad de basura haría las delicias de un enfermo del síndrome de Diógenes, aunque jugándose la piel. La basura no es cemento y tiene una clara propensión a derrumbarse. Ocurre mucho en países del tercer mundo y a veces sepulta vivos a una cantidad de hambrientos buscadores de pitanza, niños con harta frecuencia. Don Ángel Fenoll está de suerte: en su pequeño Himalaya de basura sólo ha muerto, sepultado vivo, un trabajador. Uno. Qué peso tiene una muerte -y tan cruel- en la conciencia, depende, claro está, de qué conciencia. Yo estoy muy lejos de la santidad y ni siquiera tengo la excusa de que, enriqueciéndome yo, contribuyo al enriquecimiento de la patria. Pero solo de pensar en la conciencia de Fenoll, me estremezco. Fenoll, además, compraba votos a 5.000 pesetas. ¡Viva la España de Cánovas!

Claro que la multa que le han impuesto a Fenoll podría desatar una depresión a un profesional del optimismo. 120.00 euros. El desplome de un vertedero ilegal y que incumple todas las normas de seguridad, deja enterrado vivo a un trabajador en la plenitud de su vida. Sus familiares percibirán una pensión de viudedad y orfandad incrementada en un 40%. Pensiones lastimosas y una indemnización risible. El culpable del estrago no irá a la cárcel. Me urge no seguir.

Sí, en Orihuela pasan cosas. Un crío de nueve años recibe como premio una navaja automática en una barraca de feria. Es un arma que la ley prohíbe. El angelito es belicoso, se enzarza con un onceañero y le asesta un navajazo, que para eso están las cosas, para usarlas. La hoja no llegó hondo, pero es un síntoma. Que el hecho ocurriera en Orihuela o en una pedanía oriolana, es mala suerte, ahí estamos al cabo de la calle. Pero el mejor recuerdo que tengo de Orihuela es que allí nació mi padre, en 1888.

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Manuel Lloris es doctor en Filosofía y Letras.

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