Petacchi, bajo el fuego
El italiano gana en Puertollano la primera etapa manchega
El insigne literato cordobés Antonio Gala nació aquí, dice más o menos una placa en Brazatortas (Ciudad Real), a tiro de piedra de Puertollano, que no es puerto de mar ni de montaña ni tampoco muy llano, pero donde, junto a una laguna seca con su fondo de barro a la vista, una visión fascinante para bandadas de ocas, ganó ayer Petacchi una etapa de la Vuelta, que es una carrera ciclista y no un espejismo aunque transcurra por el desierto, haga 42 grados y a los ganadores les vistan con unos maillots que no cierran bien por la espalda y dan el aire de ser ficticios, un decorado más, una parte más de la farsa, como si todo fuera un decorado, una ficción.
En Arkaute, a las afueras de Vitoria, unos científicos han aprovechado la buena disposición de algunos aspirantes a ertzainas para hacerles tragar una cápsula con un chip. Tres horas después, cuando la pastillita, que es un termómetro, comienza su tránsito intestinal, empieza a emitir una señal que un receptor exterior traduce a grados Celsius. Cuentan que así podrán descubrir los límites fisiológicos del cuerpo humano, hasta qué temperatura puede funcionar sin que el cerebro ordene a los músculos dejar de moverse para evitar el colapso, hasta qué punto el calor es un factor limitante en el rendimiento. En Estados Unidos, en los campamentos de marines listos para ser enviados a conquistar Irak, sus desiertos rocosos, sus temperaturas extremas, se han medido con este método temperaturas cercanas a los 40 grados, estado febril absoluto, en los soldados. Hasta allí se aguanta. Así que no se quejen los ciclistas. Ninguno sufrió un colapso, una parálisis muscular súbita. Ninguno llegó a los 40 grados, pues. Así que lo que leían en sus pulsómetros, eso que decían que ponía 45 grados, no era sino una exageración más, otra parte de la farsa. Y, además, en La Mancha el calor es alto, sí, pero seco, ¿de dónde puede salir la humedad?, por lo que el sudor cumple su función refrigerante. Y, además, no se podría medir la temperatura de sus tripas, ya que no paraban de beber agua fría, por lo que el chip se habría quedado helado también. Y, además, venían en pelotón a más de 40 por hora, por lo que el aire también les refrigeraba.
Ja, responden a coro los corredores. ¿Farsa nosotros?
"Llovía fuego", dice Manolo Saiz, que, aunque no es de Brazatortas ni de Córdoba, también tiene gusto para la metáfora. "Aquello era un horno", prefieren decir los ciclistas, menos aptos para jugar con las palabras, algunos, que para mover las bielas y, por lo tanto, más dados al tópico. Y al realismo social también. "Cuando íbamos en grupo era horroroso", corrobora Botero, que es colombiano y conoce los calores tropicales, húmedos, selváticos, de la altiplanicie, de todas partes; "nos dábamos calor unos a otros, ahí, todos pegados, como si fuéramos bombas de calor, como si fueras aparatos de aire acondicionado, que para enfriarnos debíamos echar el calor a los otros. Y, encima, no había ni una gota de aire. Ni una sombra. Ni un árbol junto a la carretera, triste paisaje de encinas aisladas entre tierra quemada". "Y, aunque no haya leído nada sobre el calor como factor limitante del rendimiento", añade Flecha, "aunque no llevara un termómetro en mis tripas, bien puedo afirmar que sé que existe. El domingo, en el puerto de Córdoba, yo no pensaba atacar porque iba asfixiado, no podía más, llevaba las pulsaciones a 200. Pero di una vuelta con la vista y vi que todos iban igual. Era el calor".
Los que calculan a largo plazo, como el director del Liberty, temen que los efectos malignos del calor se hagan efectivos las próximas semanas. Los que van al día, como Petacchi, sólo piensan en beber y en recuperarse después de haber cumplido con el papel asignado. Perfectamente conducido, acelerado, por Sacchi, Tosatto, Ongarato y Velo, el sprinter melancólico dejó a Zabel y Boonen pegándose a sus espaldas por su rueda, por ser segundo y pensando el calor que pasarán hoy, más de 230 kilómetros por la mancha manchega hasta el pueblo del Quijote.
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