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Pantallas planas | GENTE
Columna
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Mi apagón analógico

Como el Gobierno acaba de adelantar el apagón analógico de 2012 a 2010 y dado que esa fecha todavía me suena a eternidad y además, caso de llegar vivo, voy a estar muy ocupado, he pensado adelantar aún más el apagón analógico y espero que el ala Oeste de la Moncloa no se lo tome como una desobediencia civil. Ayer he decidido que el apagón analógico de mi casa empezaba ayer mismo por la tarde, ni un minuto después de Aquí hay tomate; Amarte así, Frijolito y Pasión de gavilanes.

Por lo tanto, estoy escribiendo esta primera crónica de la era posanalógica con un cierto temblor de la falsificación, muy consciente de mi responsabilidad cívica y sin manual de instrucciones. Los primeros pasos del apagón son muy sencillos. Primero desenchufas, desconectas, arrancas los cables de la antena hertziana, muerdes los hilos de cobre, lo que sea, porque en esta primera etapa de la mutación tecnológica vale cualquier método y se es muy libre de cortar el cordón umbilical que nos une desde pequeños al universo analógico como nos apetezca. Inmediatamente después es un placer tecnológico jamás experimentado y te provoca una descarga de adrenalina, como en los deportes extremos.

A poco que sepas manejar el mando a distancia digital puedes organizar a tu antojo la mejor rejilla

Y cuando por fin estás a oscuras y sin velas analógicas empiezas a meditar sobre lo que has hecho compulsivamente. Recuerda que te has quedado sin ver La Primera, La Segunda, Antena 3, las ocho horas diarias en abierto de Canal + (que en octubre serán las 24 horas de la Cuatro punto rojo), Tele 5, la cadena de tu autonomía y esa infinidad de teles locales que te venden colchones y supermercados de barrio.

Bien, me digo, por el momento no está mal el digital. Y tu cerebro analógico sigue maquinando. Se supone que sólo estás conectado a las televisiones digitales a través del descodificador de Digital +, a través del sintonizador de la televisión digital terrestre (TDT) y a través de las parábolas de la Europa sin fronteras. Entonces, automáticamente, empiezas a sumar lo que ahora mismo, sin imágenes ni programas de futuro, te cuesta el apagón. Una pasta. Pero la das por bien empleada ya que por el momento son más los beneficios de la oscuridad analógica que los inconvenientes de la factura digital.

Detallaré algunos. Por lo pronto, han dejado de llamarte "audiencia" y apellidarte "de masas", lo cual es un respeto y una evolución en tu maltratado estatuto de telespectador o teléfilo. En las pantallas digitales, luego del apagón, empiezan a tratarte de "usted", te consideran desmasificado (como máximo te dicen target), ya no formas parte del infamante club del audímetro de Sofres y la variedad de ofertas es tal que a poco que sepas manejar el mando a distancia digital puedes organizar a tu real antojo la mejor rejilla del prime time que imaginaron los directivos de las analógicas, sólo diseñadas para meter programas entre los spots publicitarios de masas.

El problema del bendito apagón, del nuevo vivir digital, empieza cuando compruebas que las viejas pantallas analógicas son muy contumaces y ya están ocupando militarmente las frecuencias digitales para hacer lo que hicieron toda la vida, sin ningún respeto ni recato hacia la famosa mutación. Y no sólo haciendo lo mismo, sino más de lo mismo, ya lo verán en 2010 cuando puedan disponer libremente de los tres o cuatro canalillos digitales otorgados.

Por ejemplo, yo había iniciado la histórica experiencia del apagón analógico en medio de Aquí hay tomate, en pleno horario de protección de menores. Pero cuando después del subidón de adrenalina me puse a zapear serenamente por el dial digital del futuro, que les recuerdo que sólo está enganchado a Digital +, la parábola de la televisión sin fronteras y el sintonizador de la famosa TDT que nos están vendiendo, me topo con Aquí hay tomate.

Y mi primera conclusión (provisional) es la siguiente. Admito que es muy distinto ver Aquí hay tomate desde un punto de vista analógico que digital y los comunicólogos del futuro afinarán las diferencias. Lo único que puedo decir luego de mi apagón es que las imágenes digitales amplifican los horrores cotidianos hasta hacerlos terroríficos, cosa que no ocurre en las viejas imágenes analógicas o ya estamos acostumbrados. Pero filosóficamente no puede ser lo mismo pagar por una pantalla de plasma, comprar el sintonizador TDT y que el plató en tomatecolor se reproduzca en pantalla como soñaron los de la factoría Lucas, casi en 3D, que ver ese mismo programa en un viejo, amortizado y borroso tubo catódico analógico. Cuando las analógicas se ven en digital todo es más gore y porno.

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