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Crónica:ATLETISMO | Campeonatos del Mundo de Helsinki
Crónica
Texto informativo con interpretación

El león del Atlas ruge de nuevo

Los españoles desaparecieron en el último tercio del maratón, en el que Gharib repitió triunfo

Carlos Arribas

Cuentan de uno que estuvo a punto de perecer, solo, triste, impotente, porque se le atascó la puerta de la cabina de la ducha del hotel -puerta de la habitación cerrada con cadena-y no podía salir después de la salutífera limpieza. Casi tan ridículo, y mucho más triste, mucho más doloroso, fue lo que le ocurrió a Vanderlei Lima en el maratón olímpico de Atenas, cuando perdió el oro olímpico porque un mamarracho orate le agredió, le sujetó, intentó apartarle de la carrera.

Pero igual de triste, lamentable, aunque mucho más ridículo, es lo que le pudo haber pasado a Julio Rey ayer. Entre los kilómetros 15 y 20 el maratón, de la carrera de los 42.195 metros, al toledano, ansioso, siempre delante, se le hizo un nudo en el cordón que le sujetaba los pantalones a la cintura. Para atárselo de nuevo, más fuerte, para asegurarse los pantalones, necesitaba antes deshacer el nudo, lo que, corriendo a 20 por hora, braceando, brincando sobre un suelo irregular, ahora una vía de tranvía, ahora un tramo de pavés, un tobogán para arriba, una cuesta abajo, una encrucijada enorme, una explanada abierta a todos los vientos, una playa de aguas heladoras, y en pelotón, es una tarea complicada de verdad. Y encima, sin apenas uñas en los dedos. "Y además, estaba tan sudado, tan empapado, que no hacía vida con ello", dijo Rey. "Pero al final pude atármelos bien. Es que con el peso del sudor, se me caían, los llevaba empapados". El anónimo encerrado en la cabina de la ducha pudo, con más fuerza que maña desarmar las puertas y liberarse; Lima, una vez liberado tras duro forcejeo con el energúmeno, regresó a la carretera para conquistar el bronce; lo de Rey con los pantalones no fue lo peor que le podía haber pasado.

A Julio Rey le abandonaron las fuerzas en el momento clave, pero no se dejó ir

Lima corrió en Helsinki más seguro que nunca, incrustado en el primer grupo, el que guiaba desde el primer kilómetro el tanzano Christopher Isegwe. A su espalda, cerrado el paso, policías en bicicleta, feroces vestidos de azul, vigilaban para que nadie saltara las vallas. Corrió seguro Lima, pero el estado de gracia que le acompañó en Atenas le había abandonado. Y, así, él también abandonó pasada la media maratón. Julio Rey no abandonó. A él le abandonaron las fuerzas llegado el momento clave, pero él no se dejó ir. Él estaba fuerte cuando había que estarlo, en el kilómetro 28. Estaba tan fuerte que hasta le dijo al marroquí Jauad Gharib: "Venga, vente conmigo, vámonos. Hagamos como en París, los dos solos, y después ya veremos". Se fueron los dos como en París. Un cambio brutal. Pero el resto no fue como en París.

El resto fue que Gharib, el León del Atlas, el marroquí que sorprendió a todos ganando el Mundial de París, 500 metros después se desencadenó de tal manera en tan brutal ataque, cuesta arriba, que Julio Rey reventó. Y los que le aguantaron mínimamente, los que se empeñaron contra toda lógica humana en tal esfuerzo a los dos tercios de un maratón, acabaron peor. Stefano Baldini, el campeón olímpico, pocos minutos después sintió un calambre que le dejó una pierna tiesa, de palo; el keniano Biwott, favorito para muchos, se vino abajo, aunque de una manera más sostenida, al igual que el etíope Shentama. Sólo los que miraron para otro lado cuando el León del Atlas, antiguo futbolista que empezó a correr en serio a los 22 años, y tiene ahora 33, rugió de nuevo, sobrevivieron. Sobrevivió el japonés Ogata, que acabó tercero, y el increíble Isegwe, que regresó después de haber dejado un tiempo el protagonismo a otros compatriotas del sur del Kilimanjaro.

"Fácil es decirlo, que deje irse a Gharib, que mire para otro lado", sentenció José Ríos, a quien las fibras le aguantaron hasta el kilómetro 28, al que un pinchazo de aviso le obligó a abandonar. "Pero si se viene a un Mundial es para intentarlo todo, para morir intentándolo"

Chema Martínez, que acabó el 30º, en 2.20, el peor tiempo de su carrera, habló de la maratón más dura de su vida, de una sed infame que no pudo quitarse de la boca aun bebiendo seis litros de agua, de cadáveres de maratonianos que habían dado un año de su vida por la cita de Helsinki abandonados por las calles; Julio Rey (8º), habló de lo mismo, de la humedad, del exceso de sudor. Gharib, el León del Atlas, dijo que le había dolido el estómago.

Gharib, el ganador, en el momento de cruzar la meta.
Gharib, el ganador, en el momento de cruzar la meta.EFE

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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