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Cuestión de cálculo | CULTURA Y ESPECTÁCULOS
Columna
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Repartiendo el universo

Anoche, después de una cena con amigos, me fui a la cama y empecé a pensar en el Universo. Es algo que suelo hacer con relativa frecuencia. Pongo la cabeza en la almohada, intento concentrarme y pienso en lo escandalosamente grande que es todo. Entonces me pongo trascendente e intento llegar a alguna conclusión definitiva. Jamás he llegado a ninguna. Todo es tan extraño, tan monumentalmente raro, que la cabeza no sabe por dónde empezar exactamente. Cuando estaba a punto de dormirme, recordé a mi amiga Maite, y lo graciosa que estuvo durante la cena, mirándome con complicidad y poniendo caras raras cuando todos los demás hablaban muy en serio sobre el problema de la vivienda.

Mi amigo Javier Sardá siempre me ha dicho que para ser creativo hay que unir dos conceptos aparentemente opuestos. Me lo soltó por primera vez cuando yo era casi un niño. Desde ese momento siempre he comprobado la eficacia de su consejo. Y anoche, mientras pensaba en Maite, quise ponerlo a prueba nuevamente. ¿Cómo puedo unir la grandiosidad cósmica con el siempre acuciante problema de la vivienda? Tal vez no supe dar con la mejor solución, pero decidí, en un ataque de comunismo interestelar, dividir el Universo a partes iguales entre todos los habitantes de la Tierra. Encendí la luz de la mesita de noche y saqué mi calculadora del cajón.

Mi amigo Javier Sardá siempre me ha dicho que para ser creativo hay que unir dos conceptos aparentemente opuestos

En la galaxia de la Vía Láctea hay cien mil millones de estrellas. Según los últimos descubrimientos, es bastante probable que una de cada cinco tenga un sistema planetario con cinco planetas orbitando a su alrededor. Cinco planetas cada cinco estrellas. Por tanto, una media de un planeta por estrella. En el Universo observable hay, aproximadamente, cien mil millones de galaxias, que multiplicadas por cien mil millones nos dan un total de diez mil millones de millones de millones de estrellas. El mismo número de planetas. Ahora dividamos esa cifra entre seis mil millones de humanos y descubriremos que usted, mientras lee artículo, es propietario de mil quinientos millones de millones de mundos, cada uno con sus montañas, sus cráteres, sus mesetas y sus valles. Una cantidad inimaginable de hectáreas de terreno le pertenece a usted en algún lugar perdido del Universo.

Como hacía calor, decidí levantarme de la cama y salir un momento a la terraza. Llamé a mi amiga Maite desde el móvil. Bostezando me preguntó qué quería. Le expliqué, nervioso, que ella era propietaria de incontables mundos. De fondo escuché a su novio, con voz dormida, preguntándole que con quién narices estaba hablando. Maite se lo explicó todo. Tal vez los dos pensaron, erróneamente, que quería ligármela. Nadie suele llamar a las tres de la madrugada a una chica para decirle que es propietaria de incontables mundos si no es con fines sexuales.

Antes de entrar en mi casa me quedé diez segundos en la terraza y, gracias a mi cálculo, entendí por primera vez la famosa frase de Khalil Gibran: "Mira arriba sin ojos torpes, observa la negrura del cielo aturdido por estrellas y siéntete enormemente rico".

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