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Tribuna:Filmoteca de verano | GENTE
Tribuna
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'La dolce vita' y las suecas

Las suecas y el cine mantienen una excelente relación. Desde las atormentadas actrices que dirigía Ingmar Bergman a las que desfilaban por aquel bodrio tardofranquista titulado Tres suecas para tres Rodríguez, las escandinavas han generado muchas fantasías, incluso cuando ni siquiera eran suecas de verdad. En esta industria de la mitomanía nórdica pre-Ikea, es justo destacar el homenaje a la sueca por antonomasia que, en 1960, dirigió Federico Fellini: La dolce vita. Trata de la fascinación de un macho mediterráneo por una estrella sueca que aterriza en una Roma noctámbula y con eso que, para no sentirse tan culpables, los políticos denominan "bolsas de pobreza" (por cierto: si existen las de pobreza, ¿por qué no existen bolsas de riqueza?). Es la Roma de la Via Veneto, con sus fotógrafos ambiciosos, insomnes, al acecho de cualquier famoso o aristócrata golfo que llevarse a la cámara. Uno de ellos, Paparazzo, elevó su apellido a categoría de sustantivo: paparazzi. La protagonista es Anita Ekberg, una Miss Suecia, cuyos encantos fueron explotados por Hollywood hasta que Fellini la contrató para ingresar en el saturado santoral cinéfilo. Su compañero de reparto es Marcello Mastroianni, que la acompaña por una ciudad en la que todo el mundo se da la vuelta para mirarla y alguno incluso grita un más que justificado "¡Viva Suecia!".

En esta industria de la mitomanía nórdica es justo destacar el homenaje a la sueca que dirigió Fellini

Casi todas las películas de Fellini nacen de un detalle aparentemente trivial. "La idea de La dolce vita me llegó a través de la aparición de una mujer que, una luminosa mañana, paseaba por la Via Veneto y llevaba una ropa que le hacía parecer una verdura", contó en una ocasión el director. Parece un sistema poco fiable pero los hay peores. La prueba es que esta historia ha dejado para la posteridad el paseo noctámbulo por una Roma sofocante que culmina en la Fontana di Trevi, con Ekberg empapada como si fuera un hincha de equipo de fútbol celebrando una victoria. Mastroianni, mientras tanto, la mira como se miraba a las suecas en 1960, con devota pasión, como si realmente fuera esa "divinidad gigantesca" de la que habló Italo Calvino al escribir sobre esa escena.

Todo se mitifica, incluso las películas, las suecas o los reprimidos veranos del tardofranquismo. Por eso es bueno que, de vez en cuando, alguien recuerde cómo eran las cosas en realidad y recurra a la objetividad de las pruebas arqueológicas. Fellini lo hizo. Muchos años más tarde, reunió a Mastroianni y a Ekberg en un fascinante experimento titulado Intervista. Los dos ex sex symbol del norte y del sur, respectivamente, ya no eran divinidades gigantescas, sino arrugados másters en experiencia y sabiduría, sólidos y frágiles al mismo tiempo. De cómo le contrataron para La dolce vita, el actor contaba que Fellini le mandó llamar. El productor Dino de Laurentis quería darle el papel a Paul Newman (otra vez él), pero él necesitaba un rostro menos famoso y sin tanta personalidad, una faccia qualsiasi ("un rostro cualquiera"). Mastroianni se tragó su orgullo y le dijo que él era el rostro cualquiera que estaba buscando y, de paso, le pidió ver el guión. Con impostada solemnidad, el director ordenó a un colaborador que le entregaran una carpeta que sólo contenía un dibujo. En él aparece un hombre nadando desnudo, con un inmenso pene que llega hasta las profundidades, donde una mujer obesa intenta tocarlo mientras, a su lado, una sirena rubensiana bucea moviendo una lengua inequívocamente libidinosa. Puede parecer un disparate de guión, pero no sólo contiene el alma de esta gran película, sino también las pistas sobre cuál ha sido la relación de la fantasía colectiva latina masculina con las suecas.

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