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Crónica:ATLETISMO | Campeonatos del Mundo de Helsinki
Crónica
Texto informativo con interpretación

Una carrera destemplada

El ahora qatarí Shaheen gana con facilidad los 3.000 metros obstáculos y los españoles no exhiben sus virtudes en el momento clave

Carlos Arribas

Y el qatarí Shaheen, antes Cherono como keniano, ni sacó el yoyó. Y qué diluvio.

Para empezar, la música.

Atenas, la organización del atletismo en los Juegos Olímpicos, la competición de las noches calurosas, del ambiente mediterráneo, descubrió el valor entusiasta del sirtaki soltado a todo volumen por los altavoces del estadio un par de minutos antes del comienzo de la competición. Hasta los atletas se contagiaban y corrían, saltaban, lanzaban con ritmo, con alegría, felices de competir. Pero en la báltica Helsinki, la de los chaparrones repentinos, la de los vendavales continuos, la de los aficionados más sabios y entendidos, la que se vuelve loca con los lechosos gigantes forzudos enviando una lanza hacia delante, la música que, pretendidamente, debe calentar el ambiente, o por eso se supone que suena por los altavoces. más se parece a una polca que a otra cosa. Y a ver quién se calienta con una polca. No los competidores del 3.000 obstáculos, eso seguro.

"Nos calentamos, se puso a diluviar y nos hemos enfriado", lamento de Berlanas

Los competidores del 3.000 obstáculos, la quincena de atletas, estaban más bien fríos porque su prueba se había retrasado casi una hora y media. Lo contaba Luismi Berlanas, que echaba de menos en sus músculos los últimos toques de su fiel Bodoque -se ha quedado masajeando en Madrid-, que estuvo a punto a última hora, en un toque de nostalgia, de vendarse los tobillos como se los vendaba Bodoque. "Hemos llegado, nos hemos calentado y se ha puesto a diluviar", explicó Berlanas, "y nos hemos mojado, nos hemos parado, nos hemos refugiado y nos hemos enfriado". Y así, hora y media parados, cuando salieron por el túnel, lo hicieron entumecidos, tensos, sin la debida soltura.

"Salimos perfectos para darles el susto", dijo el valiente Blanco; "por una vez los teníamos ahí, fríos, despistados, perdidos".

Lo dijo Blanco, que se hizo el valiente y encabezó el pelotón, un grupo simétrico por lo que a los españoles se refiere, durante los primeros 1.000 metros. Tampoco se desfondó el gerundense. El ritmo era lento (2m 52s el primer 1.000), pero a nadie le importaba. No les importaba ni a Kemboi ni a Shaheen, los duelistas principales, que dejaron hacer a placer. No parecía importarles mucho más ni a Berlanas, en el medio del grupo, esperando el momento del acelerón, ni a Penti, agazapado como el cazador astuto en la última posición, para dar el susto al final con su imponente última vuelta. Así daban vueltas los 12.

Y la gente esperando el yoyó de Shaheen o Cherono.

Entre los kenianos-kenianos, o sea, Kemboi, campeón olímpico en Atenas en ausencia de Shaheen, y los kenianos qataríes, o sea Shaheen el récordman del mundo, el hombre de 22 años que lleva tres imbatido al más alto nivel, hay una pelea de orgullo. En la histórica final de París, se resolvió a favor de Shaheen, que volvió locos a todos sus rivales por la facilidad con la que interpretaba la táctica del yoyó: ahora acelero y me voy delante y los pongo a todos en fila, ahora me paro y dejo que se me echen todos encima, y así toda la noche. Y se esperaba que anoche fuera él mismo. Pero, una de dos, o Shaheen tenía la noche indolente o estaba tan seguro de su superioridad que ni siquiera se molestó en sacar las manos del bolsillo. Le bastaba con asustar a todos saltando la desbordada ría sin tocar la valla y con esperar un poco.

En vez de yoyó, llegó un acelerón marroquí. Bulami, el récordman mundial hasta que Shaheen le desposeyó y hasta que una sanción por EPO le paró un par de años, decidió avivar el ritmo en el segundo 1.000. Se aclararon las posiciones. Berlanas, que había tenido un par de roces con Kemboi, marchó más tranquilo; Blanco se refugió en sus cuarteles de invierno y Penti seguía agazapado.

Y tan agazapado seguía Penti que, cuando Shaheen, como quien lava, decidió soltar un poco los músculos, a falta de 600 metros, estaba tan lejos que ni siquiera su mítico último 400 le permitió acabar más adelante del sexto. Blanco, que pensaba que aquella sería su noche, que la medalla le podía llegar de la misma manera que Eliseo Martín fue capaz de lograrla en París quedando tercero tras los mismos Shaheen y Kemboi, se encontró con que sus primeros 1.000 delante de todos le habían dejado sin reservas. Y Berlanas, el mejor colocado, el mejor preparado para el zarpazo, se encontró a falta de 300 metros con el pie cambiado ante una valla que se le echó encima, tan encima que pensó que en vez de 91,4 centímetros medía 1,50 metros y la saltó tan alto que cayó al otro lado plano, clavado. Y allí se quedó. Y así los tres españoles privaron a la concurrencia de su habitual desfogue en la última vuelta, de su lucha agónica, tan cerca, tan lejos, de los ágiles africanos. Fue un final silencioso, frío, destemplado.

Ganó Shaheen y dijo que se había aburrido, que todo había sido muy fácil. Cómo no se va a aburrir si ni siquiera sacó el yoyó.

El ganador, Shaheen; el keniano Kemboi y el marroquí Boulami saltan la ría.
El ganador, Shaheen; el keniano Kemboi y el marroquí Boulami saltan la ría.REUTERS
Blanco, Berlanas y Penti, alineados en un momento de la carrera.
Blanco, Berlanas y Penti, alineados en un momento de la carrera.EFE

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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