¿Quién descubrió la teoría de la relatividad?
Javier
Sampedro
Simplificando un poco, la única información visual que llega a nuestro cerebro son las fronteras entre la luz y la sombra. El área visual más primaria del córtex (V1), la más cercana a la nuca, está compuesta por varios miles de unidades repetitivas, llamadas "columnas", cada una con unas 10.000 neuronas. Una columna responde a las fronteras horizontales, la de al lado a las de pendiente ligera, la siguiente a las de pendiente un poco más acusada, y así hasta completar el giro. Eso es todo. Con esa modesta información de partida, el cerebro consigue ver gente que se va, coches que vienen, frases impresas y todo lo demás, y casi en tiempo real. ¿Cómo lo hace?
Convirtiendo la información en secuencias, según la teoría del ingeniero informático Jeff Hawkins. Una frontera horizontal seguida de una oblicua seguida de otra horizontal seguida de otra oblicua es una secuencia. Si esa secuencia ocurre a menudo en el mundo exterior, el área visual primaria (V1) aprende a reconocerla como un todo. La llama "rombo", por así decir. A partir de entonces no hace falta que los rombos del mundo externo se exhiban completos ante nuestros ojos. Aunque haya un árbol en medio, basta percibir unos pocos elementos del rombo para que la secuencia de columnas del área V1 que significa "rombo" se dispare al completo. A V1, la realidad no le estropea un buen titular.
La belleza de la teoría de Hawkins es que todas las áreas del córtex funcionan igual
Desde V1 la información viaja hacia arriba, de la nuca hacia la coronilla. Pero ¿qué es lo que viaja? V1 no molesta a la siguiente zona de córtex con toda esa masa de detalles sobre fronteras orientadas y secuencias de fronteras orientadas. Lo que V1 transmite a su superior (llamémosle V2 para entendernos) son conceptos como "rombo". ¿Y qué hace V2? Rombo apaisado, cuadrado, rombo vertical es una secuencia que suele darse muy a menudo. V2 aprende a reconocerla como un todo. La llama "cubo visto casi de frente", por así decir. Y la secuencia de columnas de V2 que significa "cubo visto casi de frente" salta al completo en cuanto se han activado unos pocos de sus miembros, es decir, en cuanto V1 ha enviado hacia arriba un par de figuras geométricas que encajan en ese esquema.
En su viaje hacia la coronilla, la información se va haciendo cada vez más abstracta, inevitablemente. Un poco por encima de V1 y V2, las columnas ya no responden a un cubo visto de frente, sino a un cubo y punto. La razón es que todas las orientaciones de un cubo tienden, en nuestra experiencia, a formar una secuencia: por ejemplo, cuando rodeamos un edificio. El área del córtex competente en esta materia aprende esa secuencia como un todo y la llama "cubo".
La belleza de la teoría de Hawkins es que todas las áreas del córtex funcionan igual, aprendiendo secuencias habituales, reconociéndolas como un todo (poniéndoles un "nombre", por así decir) y mandando hacia arriba ese "nombre", sin abrumar al superior con los detalles ni molestarle con las dudas. La teoría implica que la única diferencia esencial entre las distintas áreas del córtex -es decir, la única diferencia esencial entre los famosos módulos especializados en que un siglo de neurología ha dividido nuestra mente- es la información que llega de abajo. Si son superficies, el supuesto módulo especializado genera objetos tridimensionales. Si son notas, genera melodías. Si son fonemas, genera sílabas. Si son nombres y verbos, genera frases. Si son ideas que comparten una pauta oculta y profunda, genera una metáfora.
Un área de córtex que recibe paradojas sobre la luz y el tiempo puede descubrir la teoría de la relatividad -ya ha ocurrido una vez, que sepamos-, pero ese genial trozo de anatomía humana no hace nada que no haga V1, un módulo cerebral que compartimos con los chimpancés y con las ratas. Tiene gracia, ¿no creen?
Ciencia recreativa
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.