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Crítica:DANZA | Martha Graham Dance Company | CULTURA Y ESPECTÁCULOS
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Una huella de fuego

El esfuerzo por dotar a Madrid en verano de un verdadero espacio teatral de gran aforo (2.200 localidades) se ha visto cumplido con creces. Las condiciones en el Matadero son por fin óptimas para ver danza de gran formato, como es esta compañía emblema de la danza moderna estadounidense, pues Martha Graham fue mucho más que una coreógrafa: es un método, un sistema técnico y estético, una cumbre del arte moderno. Frecuentemente se la compara con Picasso y con Stravinski y no es exagerada tal pareación. Su patrimonio coréutico, ese repertorio tan vasto como complejo, está claramente destinado a permanecer y a ser representado con todas sus honduras, sus quiebros e interiorizaciones golpeantes. Es la mujer más célebre del arte norteamericano, su diosa. Antes de Madrid, la Martha Graham Dance Company pasó por Peralada.

Martha se sentía comprometida con su pasado reivindicativo, la mujer como esencia dinámica de la vida, la mujer como drama

La compañía estuvo parada en un limbo judicial durante varios años, hasta que una célebre sentencia devolvió los derechos en litigio a los bailarines históricos, con Teresa Capucilli a la cabeza. Con más celo, si cabe, ahora se remonta todo lo que se pueda rescatar del legado Graham: 109 coreografías y una huella de fuego en el baile del siglo XX.

Acts of light (1981), que toma su título de un libro homónimo de Emily Dickinson, es probablemente la última gran pieza coral de Graham junto a la Consagración (Stravinski) de 1984; es un severo ajuste de cuentas autobiográfico sobre la tragedia del amar y el viaje de la vida, que culmina en esa clase de danza masiva, generosa, un paseo por lo obtenido al que se puede responder con otros versos de Dickinson: "Entonces yo ya no tengo nada que enseñar, / salvo el calvario", un Gólgota de saltos, expansiones, contracciones musculares, giros y torsiones que termina en luz e igualdad, en una serena alegría que no se complace, sino que reinterpreta la experiencia. Graham la creó sobre tres fragmentos del danés Nielsen: Pan and Syrinx (1917), el andante lamentoso de At the bier of a young artist (1910) y la Helios overture (1903), con un resultado expositivo incontestable y lleno de latente eternidad, de humanística a través de un trema de las cuerdas que no se pierde jamás, que es la verdadera respiración de la obra. Tres largas escenas con un denso perfume ritual en que las telas hábilmente desplegadas sobre el cuerpo por Halston devienen en túnicas, clámides y velos con un hieratismo estatuario.

Embattled garden (1958) tiene hasta detalles, si se quiere, españolizantes (además de la música del barcelonés Carlos Surinach): la peineta de teja que luce Lilith (perfecta Elizabeth Auclair en ese papel que aúna destino y pasión) y en los volantes verticales traseros de los trajes, que dibujó la propia Graham para contrastar con el decorado formalista abstracto de Noguchi en dos elementos: el árbol de la vida (tentación y refugio) y el jardín-prisión. Se produce así una integración orgánica de la figura bailada con la escultura (ya Isamo y Martha habían experimentado esta variante de acoplamientos en Judith (1950) y en Seraphic dialogue (1955), donde ahondaba también en el yo femenino, pues ella produjo varios ballets con nombre de mujer: de Herodiade a Clytemnestra, de Fedra a Circe: se sentía comprometida con su propio pasado reivindicativo (luego eso se llamó de manera imprecisa y hasta errática como feminismo), la mujer como esencia dinámica de la vida, la mujer como drama, siempre con una evocación, a veces más evidente que en otras, del mundo clásico, algo que conocía a fondo, rizando el rizo de lo simbólico sobre lo trascendente. También lo bíblico, como en Embattled garden, desde un agnosticismo crítico, polarizando los personajes (bueno-malo, claro-oscuro, fuerte-débil) sin juzgarlos. Ayer, domingo, en lugar de esta obra se vio Cave of the heart (1946), sobre música creada expresamente por Samuel Barber y siempre con Noguchi en los elementos escenográficos; es una Medea que explora la oscuridad culpable que esconde cualquier triunfo: "Aunque reinemos, pereceremos" (otra vez Dickinson). Sobre una plástica arcaizante y solemne, Graham retoca el mito, lo moldea a través de sí misma.

La noche se cierra con la reconstrucción de algunos fragmentos de sus piezas de los años treinta, cuando era rabiosamente vanguardista. Un año después de Chronicle (1936), Martha hizo Deep song (Cante jondo), siempre sobre el tema de la Guerra Civil española, algo que la conmovió para siempre, y así lo relata con detalle en sus memorias. La compañía es hoy un cálido grupo de devotos, un gusto de artistas maduros, conscientes, serios, dando belleza a raudales con una danza cuya poesía interior es su gran fuerza.

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