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El Festival de Aviñón 2005 se clausura en medio de la polémica y la desorientación

El festival de teatro de Aviñón, el más prestigioso de los existentes en el mundo, se acabó ayer en medio de una grave crisis. Parecía que nada podía ser peor que la huelga de los llamados "intermitentes del espectáculo", que obligó a suspender la edición de 2003, al menos su programación in pues en el festival off muchos de esos mismos "intermitentes" decidieron que, si con el dinero público se puede jugar, con el privado no. Y hubo off, aunque fuera en versión reducida.

El problema de 2005 es más profundo porque pone en cuestión la arquitectura artística del certamen. Hortense Archambault y Vincent Baudriller, sus directores desde 2004, han querido que cada año Aviñón cuente con un artista invitado del que se presentan varios trabajos y al que, al mismo tiempo, se le permite intervenir en la programación, seleccionando espectáculos o creadores que considera próximos a su manera de hacer.

Si 2004 reveló los límites de Thomas Ostermeier, joven director alemán de talento algo sobrevalorado, 2005 ha revelado lo que para algunos era una evidencia: que el discurso artístico-filosófico de Jan Fabre no ha superado la fase anal. De pronto ya no es la personalidad del elegido la que se cuestiona sino la idea misma de "artista invitado". Si Fabre tiene tanto peso, ¿cuál es entonces el papel de Archambault y Baudriller? Un certamen ampliamente subvencionado por los poderes públicos -en un 60%- ¿puede prescindir del público? Varios de los montajes, que comenzaron con la platea repleta, acabaron con menos de la mitad de los espectadores presentes en el recinto. "En vez de contar las entradas vendidas habría que contar cuántos se quedan hasta el final", decía un espectador que compartía el hartazgo ante la explosión escatológica orquestada por Fabre.

El ministro de Cultura, Renaud Donnedieu de Vabres, se reunió en Aviñón con críticos franceses habituales del festival. Quería escuchar sus comentarios, sus razones. Él mismo pareció preocupado por una deriva de difícil justificación. Aviñón puede acoger espectáculos de danza, performances o montajes en los que el vídeo o el cine sean protagonistas, pero no hay que olvidar que existen festivales de danza, vídeo, cine o muestras de arte contemporáneo. En realidad el dúo Archambault-Baudriller lleva el teatro hacia derroteros por los que transita precisamente buena parte del arte contemporáneo, es decir, esa atmósfera enrarecida en la que sólo respiran comisarios, expertos y amigos de artistas, sin necesidad del aliento del público.

La memoria teatral de 2005 guardará algunas voces: la voz de Trintignant recitando Apollinaire, la de Nicolas Bouchaud diciendo Büchner o Brecht, la de Olivier Balazuc asumiendo el reto que supone la interminable pero brillante reflexión de Olivier Py, o la colectiva y polaca orquestada por Krzysztof Warlikowski en Kroum. El resto, para muchos asistentes, sólo ha sido ruido.

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