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Reportaje:

Un cristiano que rompió moldes

Hoy se cumplen 25 años de la muerte de Alfonso Carlos Comín, que quiso reconciliar izquierda y fe

Veinticinco años después de su muerte, Alfonso Carlos Comín (Zaragoza 1933-Barcelona 1980) sigue presente en la memoria de políticos, intelectuales y muy especialmente de los movimientos cristianos de base. Los hechos muestran que no es así entre la jerarquía católica, que encabeza manifestaciones contra el matrimonio homosexual como nunca antes había sucedido. Comín, que falleció a los 46 años, fue una figura decisiva en la lucha antifranquista y la transición, pues reconcilió el cristianismo y la izquierda, que hasta entonces se veían incompatibles.

Cristianos en el partido, comunistas en la iglesia, el título de una de sus obras, sintetiza lo que él denominó "el gran encuentro de la era contemporánea". Gracias a Comín y al movimiento que impulsó, Cristianos por el Socialismo, los partidos comunistas, el PCE y el PSUC, precipitaron su abandono de actitudes de hostilidad hacia lo religioso para pasar a ser organizaciones tolerantes con las creencias de sus militantes.

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"Ésta fue su gran revolución", concluye Antoni Gutiérrez Díaz, por aquel entonces secretario general de los comunistas catalanes. Gutiérrez Díaz lo recuerda como "un líder del movimiento democrático y un revolucionario apasionado", ya que durante el franquismo fue detenido más de ocho veces y también encarcelado. "La dicotomía histórica entre Iglesia e izquierda quedó superada en la transición, gracias al papel de personas como Comín y la aportación del catolicismo progresista", asegura el consejero de Economía, Antoni Castells, compañero de militancia izquierdista y sobrino de Comín. "Rompió el enfrentamiento entre dos iglesias: el partido comunista, con sus dogmas, liturgias y rituales, y la Iglesia católica", asegura el ahora consejero del tripartito.

"Hoy no podemos ver la religión como el opio de los pueblos", reconoció en 1977 Santiago Carrillo, entonces secretario general del PCE, en la presentación del libro de Comín Por qué soy marxista y otras confesiones. "Al reconocerlo, evitamos que el marxismo se convierta en otra iglesia, con sus santos, sus vaticanos y sus dogmas", sentenció.

El propio Comín recordaba que gracias a Cristianos por el Socialismo se consiguió superar la "confesionalización de la política", pues los cristianos hasta entonces tenían dos opciones, "o ser nacionalcatólicos o, en el mejor de los casos, democratacristianos". Su hijo, Toni Comín, diputado de Ciutadans pel Canvi en el Parlament, asegura que "hoy la militancia de cristianos en los partidos de izquierda se vive con naturalidad".

Comín llegó al comunismo a través de su profunda vivencia cristiana. Era descendiente de una familia de tradición carlista y su padre falleció luchando en las tropas franquistas durante la Guerra Civil. Pero leyendo una y otra vez los Evangelios, Comín, juntamente con José Antonio González Casanova y los hermanos Lorenzo y Joan Gomis -todos ellos ex alumnos de los jesuitas de Sarrià- "cambiaron de bando al darse cuenta de que el nacionalcatolicismo traicionaba el mensaje de Jesús", concluye Toni Comín.

"Hijos de héroes del Movimiento del Glorioso Alzamiento Nacional, hijos de los vencedores, nos unimos con los hijos del pueblo derrotado", afirmó Comín en La reconstrucción de la palabra. Este grupo de cristianos, que inicialmente se autodenominó el Grano de Mostaza, se agrupó alrededor de la revista El Ciervo. Su gran contribución, según Toni Comín, fue "pasar de un cristianismo colaboracionista con el fascismo a otro comprometido con la revolución".

En 1956 participaron en la fundación del Front Obrer de Catalunya (FOC) y el Frente de Liberación Popular (FLP), una formación de izquierdas "lejos del estalinismo pero también de la socialdemocracia, porque la consideraban demasiado próxima al capitalismo", asegura Toni Comín. De hecho, los socialistas de inspiración cristiana siempre fueron muy críticos con la disciplina soviética y se anticiparon al posteriormente denominado eurocomunismo: la democratización de la ortodoxia de partidos comunistas de Europa occidental. El propio Comín reconoció su "llegada tardía al partido comunista" por "el ateísmo a ultranza de la vieja época, por Berlín 1953, Hungría y Polonia 1956, y sobre todo por Checoslovaquia 1968".

Después Comín continuó su militancia en Bandera Roja, organización comunista con cierta inspiración en las nuevas corrientes de Mayo del 68. En 1974 se integró en el PSUC. "Comín ingresó en el comunismo cuando el PCE y el PSUC rompieron con el modelo soviético y pasaron a defender el socialismo democrático", según González Casanova. Comín fue miembro del comité central y del ejecutivo del PCE y del PSUC. Toni Comín recuerda: "En aquellos tiempos, que un cristiano fuera un referente para el PCE y el PSUC significó romper los esquemas: los comunistas dejaron de ser unos comecuras".

"Carrillo vio la importancia de incorporar a una figura como Comín", recuerda Castells, para contribuir a su política de reconciliación nacional. Un año después del ingreso de Comín, el PCE y el PSUC, aunque contaban con numerosa militancia cristiana, dejaron de ser partidos ateos. González Casanova asegura que ello contribuyó a "romper el monopolio que hasta entonces había tenido la derecha de la Iglesia".

Comín fue especialmente crítico cuando se aprobó, con el apoyo de la derecha y del PCE, que la Constitución hiciera referencia explícita a la Iglesia católica. "Una vez más la jerarquía ha optado por imponer y no por convencer", concluyó en un artículo que publicó EL PAÍS en 1978. Carrillo justificó el apoyo del PCE para "no topar con la Iglesia".

Alfonso Carlos murió tal día como hoy, hace 25 años, después de una larga enfermedad. Pocos meses antes de morir, en febrero de 1980, fue escogido diputado por el PSUC en el primer Parlament posfranquista; aunque, como recuerda Antoni Castells, "nunca llegó a tomar posesión de su escaño". "Su vida fue un ejemplo de compromiso y de defensa de la justicia", concluye el consejero de Economía.

González Casanova considera que su muerte es "un símbolo" porque marcó "el final del socialismo revolucionario y el de la Iglesia posconciliar". Según González Casanova, "estos 25 años confirman y agravan los problemas que Comín denunciaba: la necesidad de un sistema económico más justo y, sobre todo, la urgencia de desligar la Iglesia del poder".

La soledad de la fe

"Mantengo mi utopía con una Iglesia sencilla, cerquita de Jesús en el huerto de Getsemaní. Una Iglesia que, en las antípodas de la que hoy nos domina, será capaz de hacer todo lo necesario -desde dar su capa y sayo, hasta la propia vida- para que todos, creyentes o no, la miren como un amigo. Como ese amigo capaz de dar la vida por sus hermanos". Así expresó Alfonso Carlos Comín, en un artículo publicado en EL PAÍS en 1978, la necesidad de una nueva jerarquía eclesiástica alejada del poder y de una Iglesia próxima a los débiles, un mensaje que aún consideran vigente los cristianos de base.

Comín "vivió su fe en soledad, lejos de la jerarquía", porque "quería una Iglesia al lado de los pobres", asegura el jesuita José Ignacio González Faus, rememorando el título de una de sus ponencias, La soledad de la fe.

"Jesús, a lo largo de los Evangelios, critica a los fariseos, a los que acusa de utilizar el sentimiento religioso: un perfecto retrato de la Iglesia de hoy", recuerda el ex escolapio Jaume Botey, que coincidió con Comín en Cristianos por el Socialismo. "Hay quien puede pensar que, después de que la Iglesia haya traicionado el espíritu del Concilio Vaticano II, hoy Comín ya no tiene vigencia. Pero, por ejemplo, la fuerza de la teología de la liberación en América del Sur mantiene vivos sus ideales", concluye su hijo, Toni Comín.

Para el consejero de Economía Antoni Castells, Comín "aún es vigente por su capacidad de estar a favor de los débiles, los oprimidos, las víctimas, los perdedores".

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