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Una exposición recuerda el centenario del escultor Joaquín Lucarini

El Museo de Bellas Artes de Álava reúne los detalles más desconocidos de su creación

El País

El 15 de junio de 1905 nacía en Fontecha (Álava) Joaquín Lucarini, un escultor que no goza del reconocimiento de la crítica de arte, pero cuyas obras están en la memoria de los ciudadanos de Vitoria, Bilbao, San Sebastián o Pamplona. El Museo de Bellas Artes de Álava inauguró ayer para conmemorarlo una exposición que recuerda algunos detalles más íntimos y menos conocidos de la creación de este hijo y padre de escultores, originarios de Carrara (Italia).

Lucarini, fallecido en Burgos en 1969, fue testigo crítico de su siglo, como muestra en algunos, escasísimos, apuntes sobre los conflictos violentos que recorrieron el XX. Pero, sobre todo, fue un artista que bebió de la tradición clásica y los apuntes de la vanguardia, siempre con una depurada técnica en el dibujo y la escultura. Y puso sus capacidades, marcadas por el clasicismo, al servicio del cliente en un momento en que la obra monumental en su zona de trabajo contaba con una abundante competencia.

Los Lucarini llegaron a Bilbao desde Carrara a finales del XIX. Expertos trabajadores de la piedra, entre ellos también destacaban los buenos escultores, como Ángel, el padre del ahora recordado, quien participó en las obras de la catedral nueva de Vitoria. Esta vinculación con la capital alavesa será clave en la formación del joven Lucarini. Aunque estudia en la Escuela de Artes y Oficios de Bilbao, la ampliación de su formación en Bélgica e Italia la consiguió gracias a las becas de la Diputación de Álava.

Su voluntad escultórica se muestra desde muy joven: con apenas 23 años ya se presentó en una exposición individual en el Ateneo de Bilbao. La fama se hizo presente y, en breve, comenzaron a llegar los encargos. De 1932 es una de las joyas de la exposición, El lanzador, realizado por encargo del Club Deportivo de la capital vizcaina, en el que se observa esa pasión clásica imbuida de las nuevas corrientes expresionistas.

Ésta es una de las obras que prefieren sus hijos, Leonardo y Miguel Ángel, presentes ayer en la inauguración de la muestra. Leonardo Lucarini, que también practica la escultura en su retiro de Mahón (Menorca) reconoció el saber técnico de su padre, capaz de trabajar los relieves "con una expresividad increíble". Por ejemplo, en el que acaba de adquirir a la familia el Museo de Bellas Artes de Álava, titulado Maternidad, que transmite una "serenidad insuperable, a pesar de no tener más de dos centímetros de altura", comentó ayer.

Esta expresividad en el relieve la conocen bien los que han visitado el sanatorio de Leza (Álava), una de las obras emblemáticas de la arquitectura contemporánea vasca, obra de Pablo Zabalo, de 1930. Aquí, el escultor realizó unos relieves con Elcano, Cervantes, Samaniego y Trueba como protagonistas que demuestran cómo La maternidad no es ninguna desviación vanguardista para disfrute privado.

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Expresividad

La exposición, abierta hasta el próximo 18 de septiembre, muestra todas las deudas expresivas de Lucarini, entre las que no faltan el art-decó o el futurismo, quizás por sus comunes orígenes italianos. En este ámbito más vanguardista, hay que destacar La victoria de la música, una gran escultura, hoy desaparecida, de la que sólo se conserva la fotografía de Lucarini, a sus pies, que permite apreciar la capacidad expresiva del escultor.

También atendió a su ascendencia materna vasca, procedente de su madre Casilda Macazaga. Lucarini es un escultor que nació y trabó en Euskadi, como muestran buena parte de sus esculturas de la República. También es reconocida su filiación anarquista que, seguro, llegó con su familia desde Carrara, cuyas canteras son un reconocido enclave libertario desde el XIX. Mas la entrada de los sublevados en Bilbao acabó tanto con sus intenciones vanguardistas en la política como en el arte.

Desde aquí, su obra se debió al dudoso gusto de los vencedores, pero su capacidad expresiva no decayó, como demuestran sus obras más populares -el monumento a la Sardinera de Santurtzi-, más épicas -la estatua a Sancho el Sabio de San Sebastián- o quizá la más conocida, por su ubicación: el tigre que corona un edificio industrial en Deusto (Bilbao) reconvertido en viviendas, realizado en 1943, y que permite alguna doble lectura acerca de las intenciones de Lucarini.

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