_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Czeslav Milosz: la memoria del futuro

A finales del pasado siglo, Guillem Calaforra publicó el libro Paraules, idees i accions. Reflexions "sociològiques" per a lingüistes. Con extremo placer reseñé en su momento este conjunto de escritos para la segunda época de la revista L'Espill (número 4, año 2000). El tono de mi comentario no podía ser más que laudatorio. El libro de Calaforra destacaba, entre otros elementos servidos con muy buen estilo, por proponer la recuperación de un clásico del pensamiento antitotalitario, El pensamiento cautivo (París, 1953), del polaco Czeslav Milosz. Era difícil no compartir su defensa de la precoz sagacidad de Milosz, y así lo hice notar.

Ahora, un lustro después de este escrito y cuando todavía no hace un año del fallecimiento del propio Milosz en su país natal, el lingüista de Benaguasil -lector de catalán en Cracovia- ha tenido la satisfacción de ver publicada una traducción propia del libro de marras. La Universitat de València la ha sacado a la calle con el título de La ment captiva y una expresiva ilustración de Artur Heras en la portada. Ni que decir tiene la inmensa satisfacción con la que personalmente acojo esta edición, después de cuya lectura la recomiendo vivamente a los lectores impenitentes de literatura de ideas.

Puedo confesar sin ninguna exageración que la lectura de La ment captiva procura un conjunto de estímulos con los que uno solamente tropieza muy de tarde en tarde en la literatura de no ficción. No sé qué ponderar como más eficaz y certero. Por un lado está su estilo dúctil, desapasionado y al tiempo con una justa dosis de emocionalidad contenida (como cuando el autor recuerda su infancia en la Vilnius polaca y el posterior destino cruel de los países bálticos bajo la bota soviética). Por otro lado, encontramos esos magníficos retratos de cuatro escritores convertidos de una u otra forma en propagandistas del realismo socialista. Milosz los identifica en clave. Llama Alfa al escritor católico Jerzy Andrzejewski, Beta al superviviente de Auschwitz Tadeus Borowski, Gamma al nacionalista antisemita, aupado a la cima de la Unión de Escritores Polacos, Jerzy Putrament y Delta al poeta alcohólico, habitual en la prensa de extrema derecha anterior a la guerra, Konstanty Ildefons Galczynski. Las biografías de estos cuatro tipos, representantes de la intelligentsia polaca convertida volis nolis al comunismo, constituyen uno de los grandes aciertos de este libro. La sutilidad irónica pero también conmovida con que Milosz define a sus contemporáneos -al tiempo que se autodefine- no oculta la perplejidad de alguien que no puede concebir la tabla rasa con el mundo anterior que realiza el comunismo.

De los cuatro escritores-tipo retratados aquí, quizá sea el caso de Tadeus Borowski el más perturbador. Sus relatos sobre el lager, por cierto, están disponibles desde hace poco para el lector hispánico bajo el título Nuestro hogar es Auschwitz (Editorial Alba). Milosz realiza una disección implacable de estos cuentos, para concluir que el narrador se representa a sí mismo como el perfecto cómplice de los nazis. En realidad, Borowski es un nihilista (como máximo, de haber sido francés, se hubiera convertido en existencialista) y, por esa misma regla de tres, no hay nada en él que sospeche la menor coincidencia con la paranoia controlada del llamado "realismo socialista". Otro escritor, por tanto, prostituido en la Polonia estalinista pro pane lucrando. Lo espeluznante de su caso es que, tras realizar un diagnóstico implacable, Milosz ha de añadir una coda luctuosa: "Un parell de mesos després d'haver escrit aquest retrat de Beta em vaig assabentar de la seva mort". Borowski se suicidó dejando abierto el gas en su cocina.

El mérito de La ment captiva es evidente. Cuando se publica su primera edición, en 1953, lo más selecto de la intelectualidad occidental piensa sinceramente que Stalin (retratado por Picasso, loado por Neruda) es el gran padrecito rojo que salvará al mundo de todos sus males. Ocho años después del final de la guerra mundial, Milosz ya avisa que el comunismo no funcionará, y que es un sistema criminal. Y da razones: "Per què un bon comunista s'engega un tret al cap sense cap motiu clar o fuig a l'estranger? No és això un d'aquells abismes sobre els quals pengen els ponts hàbilment construïts? La gent que fuig de les democràcies populars addueix generalment, com a motiu principal, que no s'hi pot aguantar psíquicament". Como respuesta a este feroz diagnóstico, la izquierda bienpensante intentó evitar la circulación del libro. A eso se le llama perspectiva histórica. Para contrarrestar este recibimiento, desde Argentina, Witold Gombrowitz saludaba la obra del compatriota y futuro premio Nóbel con un mazazo estentóreo en su dietario: "Milosz mateix va dir una vegada si fa no fa això: La diferència entre un intel·lectual occidental i un intel·lectual oriental rau en el fet que el primer no ha rebut un bon gec d'hòsties" (cito la traducción catalana de Anna Rubió y Jerzy Slawomirsky: Dietari 1953-1956, Edicions 62).

Después de traducir con gran tacto literario los aforismos punzantes de Stanislaw Jerzy Lec (Pensaments despentinats, editorial Brosquil, 2003) y al tiempo que se enfrentaba a un Max Weber de tomo y lomo (La ciència i la política, Universitat de València, 2005), Calaforra nos ha regalado una versión sobresaliente de la mejor prosa de Milosz. Como a todos los precursores, a éste hay que volver con placer y sin reticencias. Son los constructores de la memoria del futuro.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_