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Columna
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Ministro

Me convencían más los dirigentes socialistas cuando eran ministrables que ahora ejerciendo de ministro. Se manifestaban como más asequibles y aceptaban hablar con los mortales. Se han encumbrado y reciben halagos, mientras piensan en términos de parcelas de poder. Les acecha la temible levitación que muchos han padecido y tanto temía Rodríguez Zapatero antes del 14 de marzo de 2004.

Esta semana nos ha visitado el vicepresidente del Gobierno y ministro de Economía y Hacienda. Pedro Solbes procede de tierras alicantinas porque nació en Pinoso. Además, Solbes vivió en Valencia cinco años decisivos para su carrera profesional, tal como él mismo reconoce. Fue delegado regional del ministerio de Comercio en Valencia en la apasionante década de los 70. Eran años duros para la economía y para la política, previos a la muerte de Franco, cuando manifestarse partidario del Mercado Común Europeo costaba más de un disgusto. Pedro era entonces un técnico comercial del Estado que trabajó mucho para mejorar la capacidad competitiva de las empresas. Una etapa bonita y eficaz. Después fue la mano derecha de Leopoldo Calvo Sotelo, en el ministerio para la incorporación de España al Mercado Común.

En aquella época los ministros venían a provincias y en Valencia se reunían con los empresarios, con los periodistas y con las fuerzas vivas. Un día venía Rodríguez Sahagún, otro Jaime Lamo de Espinosa y Calvo Sotelo, que se sometían a un diálogo con empresarios y periodistas. Es buen síntoma que los ministros se acerquen a los representantes de la sociedad que algún día les tendrá que votar. Hay una gran distancia, por ejemplo, entre un señor que ha sido, por lo menos, tres veces ministro y durante mucho tiempo comisario europeo, y un profesional o un empresario de los que deben trabajar para vivir. El ministro está en su cargo para servir a los empresarios, a los profesionales y a los ciudadanos. Joan Fuster, que tenía una visión clarividente de lo que nos ocurría a los valencianos, tituló uno de sus libros Un país sense política. Bien mirado, no hemos avanzado demasiado. Tenemos políticos cuneros, subsidiarios y sucursalistas. Resulta inusual encontrar un análisis o una posición cívica comprometida y entrometida en los problemas reales que se viven en cada una de las autonomías.

En el fondo sigue habiendo una complicidad entre los políticos, de cualquier partido, frente los que no lo son. Se utiliza un lenguaje endiabladamente críptico que nadie comprende, y cuyas claves profundizan más el abismo entre la vida real y el paraíso idílico de nuestros dirigentes. Quevedo decía que "notar mucho y hacer mucho es de ministros hombres; notar mucho y hacer poco es de malos ministros; notar poco o nada y hacer mucho es de Dios". La reprimenda del ministro Solbes ha sido diáfana, para que seamos más productivos y más competitivos, como si no fuera con ellos la responsabilidad.

Otro experto en ministros, Anthony Jay, recordaba que el poder surge de la permanencia; que la no permanencia es impotencia y que la rotación es castración. Solbes afirmó, por contra, que es optimista por naturaleza y que confía, como no podía ser menos, en la capacidad de la economía real para adaptarse y superar todo tipo de inconvenientes.

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