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Columna
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Encrucijada

Miquel Alberola

A lo largo de su intensa, agitada y discutida trayectoria política Rafael Blasco ha desarrollado una notable capacidad para sobreponerse y un fino instinto político, por desgracia infrecuente en el gremio. Salta a la vista que quien ha estado en casi todos los gobiernos de uno y otro signo que han ocupado el Palau de la Generalitat ya ha detectado que el Consell al que pertenece está sobre una corriente que marca el rumbo de colisión. Las causas ajenas que han mantenido hasta ahora a Francisco Camps en estado de gracia demoscópico sin echar el bofe empiezan a alterarse. El País Vasco dio el primer aviso con unos resultados adversos para el PP, que, aunque no son extrapolables al resto del Estado por su especificidad electoral, hay expertos que los han cuantificado en una pérdida de un millón de votos. A ello se une el inminente episodio de Galicia, en el que el PP trata de aprovechar el resquicio que ofrece el portazo del líder histórico del Bloque para amortiguar el golpe. Aun así, las encuestas pintan feas, lo que está desatando crujientes movimientos internos con vistas a un probable congreso extraordinario. Ahí se ubican la repentina radicalización de Mariano Rajoy y otras maniobras que tienen a Eduardo Zaplana en expectativa, y cuya onda expansiva sacude al Consell. Quizá Blasco, acusando a algunos consejeros de no estar a la altura tras el pulso meridional entre Gema Amor y Milagrosa Martínez, tratara de anticipar un desenlace que, de rebote, le permitiera saltar de un departamento que se le ha ido complicando. En todo caso, aunque ayer el pleno transcurriese "en un ambiente extraordinariamente cordial y amistoso", como aireó el portavoz con una sonrisa de oreja a oreja, la crisis vive instalada en el Consell. E intensificará su temperatura en la medida en que el zaplanismo presiona para mantener la relación actual de fuerzas en las listas electorales, que quiere cerrar con la proporción a su favor de dos tercios en Alicante y un tercio en la Comunidad Valenciana. Y ahí Camps no puede permanecer en su estado puro, es decir ejecutando secuencias de los comandos de inicio, sin que le atropellen los acontecimientos. Aunque lo contrario tampoco le garantiza nada. Ésa es la cuestión.

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Sobre la firma

Miquel Alberola
Forma parte de la redacción de EL PAÍS desde 1995, en la que, entre otros cometidos, ha sido corresponsal en el Congreso de los Diputados, el Senado y la Casa del Rey en los años de congestión institucional y moción de censura. Fue delegado del periódico en la Comunidad Valenciana y, antes, subdirector del semanario El Temps.

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