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Columna
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"Go"

"¿ES ESTO a lo que llaman Go?", se pregunta, en cierto momento, el periodista Uragami, cronista del enfrentamiento histórico, celebrado en 1938, entre el último gran maestro de este juego milenario japonés, el ya sexagenario Shúsai, y un joven contrincante, Otake, representante de otra generación y otra concepción del juego y de la vida. "Al ver aproximarse la muerte, el novelista Naoki Sanjugo escribió lo que para él era una curiosidad, una historia autobiográfica llamada Yo. Decía que envidiaba al jugador de Go. 'Si alguien decide considerar el Go algo sin valor', escribía, 'entonces lo será; y si uno elige considerarlo como algo valioso, entonces será absolutamente valioso".

"Los jóvenes sólo piensan en la originalidad y la novedad.Creen que así van a hacerse ricos"

Uragami es no sólo el narrador de este enfrentamiento, que constituye la trama de la novela titulada El maestro de Go (Emecé), sino el trasunto romancesco del autor de la misma, Yasunari Kawabata, quien había cubierto la información del último encuentro mítico de Go entre un viejo maestro y su joven desafiante, celebrado durante casi la mitad del año 1938 y que mantuvo en vilo la atención pública de todo Japón. En cualquier caso, más que el resultado de este combate lúdico, que se saldó, en la realidad y en la ficción, con una victoria del joven contrincante, lo que sutilmente describe Kawabata es el triunfo de la Modernidad sobre la Tradición, consumada de forma rápida y abrupta en menos de un siglo en este antiquísimo y aislado país del Extremo Oriente. Aunque sólo de una manera escasamente aproximada, el Go es un juego similar al ajedrez, lo que se dirime en el histórico enfrentamiento, y así es realzado por Kawabata en su novela, originalmente publicada en 1954, es el paso de una concepción del juego como arte a otra como deporte, o, si se quiere, el cambio de un "maestro" por un "campeón", dos figuras diametralmente antitéticas, como lo son el "placer" y la "eficacia", el "embelesamiento" y el "entrenamiento".

Todo envuelto como en una vaporosa ambigüedad, Kawabata nos deja entrever que la derrota del viejo y enfermo maestro, que muere al año del para él fatal encuentro, fue, en cierta manera, provocada por él mismo, una especie de suicidio ritual, un sacrificio, como si en los nuevos e insoslayables tiempos no tuviera ya más sentido vivir porque ya no era posible jugar de verdad; esto es: artísticamente.

¿Nos puede ayudar esta alegoría novelada a comprender la dificultad que tiene el arte para sobrevivir en nuestra época, a uno y a otro extremo de nuestro planeta global? Preguntado el maestro sobre cómo definiría su pasión por el juego, se refiere al término nipón "bonyari", que, en Tokio, significa "estupidez", pero, en Osaka, la tierra natal de Kawabata, se usa como el estado de embelesamiento en una pintura o en un juego de Go. Las cosas que históricamente desaparecen, pueden, no obstante, recuperar quizá su perdido valor en un indeterminado futuro porque, al fin, como se puede leer en una caligrafía que preside el certamen: "Mi vida, fragmento de un paisaje".

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