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SAQUE DE ESQUINA | FÚTBOL | 34ª jornada de Liga
Columna
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Juezdelinea.com

Cierto conferenciante argentino, buen fabulador y por supuesto psicólogo, recomendaba hace años un ensayo titulado Las extrañas razones que llevan a un hombre a ser juez de línea. A despecho de una larga búsqueda, la obra nunca fue encontrada en las librerías europeas, lo cual indujo a pensar en una pura invención o un delirio filosófico del orador. No obstante, la mera contemplación semanal del linier, con su empaque funerario, su carrera pendular y su tarro de gomina, conduce a la elaboración mental del título apócrifo.

Según opinión autorizada, uno llega a juez de línea porque no pudo conseguir un puesto de jefe de estación o quizá porque añora los tiempos en que, provisto de grímpola, guión o banderola, desviaba el tráfico en las obras de alguna carretera comarcal. Que sepamos, el juez de línea asume básicamente tres funciones: señalar fuera de juego, señalar fuera de banda y delatar ante el árbitro empujones furtivos, patadas de pícaro, afrentas de arrabal y otras maldades del juego. Desde los márgenes de la cancha, los sujetos de estudio se entregan a dichas prácticas con una diligencia tan viva que, si no demuestran la existencia de un tercer lóbulo cerebral, al menos sugieren la de un nuevo músculo suspensorio en la molla del antebrazo. Primera conclusión: lo mismo son mutantes.

Su misterio se multiplica cuando caemos en la cuenta de que incumplen sistemáticamente la instrucción dada por la FIFA, su valedora natural, en el Mundial de Estados Unidos: no deben señalar offside cuando el delantero está en línea ni cuando la jugada es dudosa. Ellos, sin embargo, mantienen una actitud de contrapoder; en la duda denuncian siempre. Segunda conclusión: lo mismo son espías del excéntrico Abramovich o topos de Rafanomejodas.com, un grupúsculo de incierta procedencia y sospechosa factura radical.

O tal vez se conviertan un día en comentaristas de televisión. Entonces alcanzan un ideal de vida: no cobran por interpretar la jugada; cobran por persuadirnos, con un discurso saturado de adverbios y muletillas, de que evidentemente vemos lo que estamos viendo. En su milimétrica apreciación de la realidad, los más virtuosos llegan a precisar: "Lógicamente es fuera de juego por un codo". Semejantes sentencias implican, por ejemplo, que no importa si el sufrido delantero consigue mantener en posición legal la cabeza y el tronco, con su corazón, su hígado y sus otros tubos y menudillos. Si le asoma un dedo por el canto de la línea, está perdido.

Antes de que nos pongan en fuera de juego la vesícula, aprovechemos para proclamar la tercera, última y desgarradora conclusión: no somos nadie, y menos, con banderín.

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